Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

29.9.17

El acceso al Reino Eterno


¡Quién podrá explicar el gozo y felicidad que sentirá el alma que llegue a la Vida Eterna, en aquella primera y tan deseada entrada a la gloria celestial! La que antes estaba llena de dolores, humillada con desprecios, y turbada con temores, en un instante se verá transformada, trocada toda su pena en alegría, y su llanto en gozo, en compañía de ángeles, en un lugar de descanso, y acogida en la villa de su Dios.

¡Oh, qué parabienes, y bendiciones, echará el alma a su querido cuerpo! "Bendito seas, porque me ayudaste a merecer la gloria que he gozado, porque te dejaste mortificar, y te rendiste a obedecer, cumpliendo con alegría todo lo que Dios mandaba. Alégrate, porque ya pasó el tiempo del trabajo, y es llegado el tiempo del descanso". Anímate, pues, alma a padecer, para que te toque la dichosa suerte de la Vida Eterna.




Con estos pensamientos se animaba para salir de este destierro y llegar a la Patria Celestial, aquel devoto varón, el venerable Fray Domingo de Jesús y María. Este religioso llegó a la ciudad de Praga, donde se hallaba el ejército, y sabiendo el religioso lo que los herejes obraban en los templos, y en sus sagradas imágenes, y estando en un oratorio de un castillo cerca de la ciudad, con el Duque de Baviera, se entristecía de ver tan grandes estragos, y malos tratos en las tallas. Se encontró con una de la Sacratísima Virgen Nuestra Señora, en una tabla del nacimiento de su precioso Hijo, a la cual los herejes sacrilegiamente le habían sacado los ojos de Santa María, del glorioso San José, y de los pastores. El sacerdote, llevado del fervor de su espíritu, dijo a la Santísima Virgen: "Señora, pues esta gente así os ha maltratado, yo os ofrezco hacer cuanto en mí fuere, porque seáis reverenciada de vuestros fieles". Y tomando su imagen, la colgó al cuello encima de sus hábitos, y fue con ella acompañando al Duque, que iba a reconocer las fortificaciones de los enemigos, aunque de lejos para no ser conocido. Entonces, los enemigos dispararon su artillería, y un disparo se dirigió al religioso, desviándose en el último momento y chamuscándole los cabellos.

Admirados todos de tan milagroso suceso, dieron gracias a Dios por haber librado al Duque y al religioso de tan manifiesto peligro.

| Redacción: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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