Los cristianos tenemos un momento en el que partimos el pan y oímos las escrituras: es la Misa.
¿Os habéis fijado en los asistentes a la Misa, de la mayor parte de nuestras iglesias?:
- En gran medida llegan a la hora justa y se acomodan resignadamente, con mentalidad de acudir puntualmente para cumplir con una obligación.
- Escuchan con aire distraído, y mirando disimuladamente el reloj, el sermón que toca y que difícilmente podrían repetir al salir de la iglesia, porque seguramente pensaban en otras cosas que les interesaba mucho más que aquello que decía el cura de turno. En defensa de los asistentes y en honor a la verdad, habría que decir que en muchas ocasiones esta actitud está plenamente justificada, porque un gran número de sermones no dicen nada a quienes los escuchan.
- Muchos no participan en la fracción del pan.
- Casi todos, con la última bendición en los talones, abandonan la iglesia y cierran tranquilamente esa página dominical, para volver a abrirla el domingo siguiente sin que, posiblemente, en sus vidas tenga la menor transcendencia.
Creo que no exagero. De esas misas de los domingos, con multitud de gente, ¿quién sale enardecido? ¿A quién le arde el corazón? ¿Quién lleva una idea para pensar durante la semana y hacerla vida propia? ¿Qué cambio se produce en su vida?
Y ¿cuántos se encuentran con Cristo en la fracción del pan que es la Eucaristía? Porque eso es la Misa.
Tenemos que intentar que el encuentro dominical con Cristo en la Misa del domingo sea algo transcendental en la vida del cristiano que en ella participa, que sea el momento más importante del día y que provoque en nosotros la misma impresión que el encuentro con Cristo dejó en los discípulos de Emaús y por las mismas causas.
Cualquier parecido con la realidad que vivimos en nuestras iglesias los domingos la mayor parte de los asistentes es, por desgracia, pura coincidencia.
| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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