Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

8.8.18

Oración a Jesús crucificado, para alcanzar la gracia de una buena muerte


Jesús, Señor, Dios de bondad, Padre de misericordia, me presento delante de Vos con el corazón contrito, humillado y confuso, encomendándoos mi ultima hora y la suerte que después de ella me espera.

Cuando mis pies, perdiendo el movimiento, me adviertan que mi carrera en este mundo está ya para acabarse,
Jesús misericordioso, tened compasión de mí.

Cuando mis manos, trémulas y torpes, no puedan ya estrechar el crucifijo, y a pesar mío le dejen caer en el lecho de mi dolor,
Jesús misericordioso, tened compasión de mí.

Cuando mis ojos, apagados y amortecidos por el dolor de la muerte cercana, fijen en Vos miradas lánguidas y moribundas,
Jesús misericordioso, tened compasión de mí.

Cuando mis labios, fríos y balbucientes, pronuncien por última vez vuestro santísimo Nombre,
Jesús misericordioso, tened compasión de mí.

Cuando mi cara, pálida y amoratada, cause ya lástima y terror a los circunstantes, y los cabellos de mi cabeza, bañados del sudor de la muerte, anuncien que está próximo mi fin,
Jesús misericordioso, tened compasión de mí.

Cuando mis oídos, próximos a cerrarse para siempre a las conversaciones de los hombres, se abran para oír de Vos la irrevocable sentencia que determine mi suerte por toda la eternidad,
Jesús misericordioso, tened compasión de mí.

Cuando mi imaginación, agitada de espantosos fantasmas, se vea sumergida en mortales congojas, y mi espíritu perturbado del temor de vuestra justicia, a la vista de mis iniquidades, luche contra el enemigo infernal, que quisiera quitarme la esperanza en vuestra misericordia y precipitarme en el abismo de la desesperación,
Jesús misericordioso, tened compasión de mí.

Cuando mi corazón, débil, oprimido por el dolor de la enfermedad, esté sobrecogido del dolor de la muerte, fatigado y rendido por los esfuerzos que haya hecho contra los enemigos de mi salvación,
Jesús misericordioso, tened compasión de mí.

Cuando derrame las últimas lágrimas, síntomas de mi destrucción, recibidlas, Señor, como sacrificio expiatorio para que muera víctima de penitencia, y en aquel momento terrible,
Jesús misericordioso, tened compasión de mí.

Cuando mis parientes y amigos, juntos alrededor de mí, lloren al verme en el último trance y os rueguen por mi alma,
Jesús misericordioso, tened compasión de mí.

Cuando, perdido el uso de los sentidos, desaparezca de mí toda impresión del mundo, y gima entre las postreras agonías y congojas de la muerte,
Jesús misericordioso, tened compasión de mí.

Cuando mis últimos suspiros muevan a mi alma a salir del cuerpo, recibidlos como señales de mis santos deseos de llegar a Vos, y en aquel instante,
Jesús misericordioso, tened compasión de mí.

Cuando mi alma se aparte para siempre de este mundo y salga de mi cuerpo, dejándole pálido, frío y sin vida, aceptad la destrucción de él como un tributo que desde ahora ofrezco a vuestra divina Majestad, y en aquella hora,
Jesús misericordioso, tened compasión de mí.

En fin, cuando mi alma comparezca ante Vos y vea por vez primera el esplendor inmortal de vuestra soberana Majestad, no la arrojéis de vuestra presencia, sino dignaos recibirla en el seno amoroso de vuestra misericordia, a fin de que cante eternamente vuestras alabanzas,
Jesús misericordioso, tened compasión de mí.




Oración
¡Oh Dios mío, que condenándonos a la muerte nos habéis ocultado el momento y la hora de ella: haced que, viviendo santamente todos los días de nuestra vida, merezcamos una muerte dichosa, abrasados en vuestro divino amor! Por los méritos de Jesucristo, Nuestro Señor, que con Vos vive y reina, en unidad del Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Amén.

Aceptación de la muerte
¡Señor y Dios mío! Desde ahora acepto de vuestra mano con ánimo conforme y gustoso cualquier género de muerte que queráis darme, con todas sus amarguras, penas y dolores. Sólo os pido hágase vuestra santa y divina voluntad en mí. Y tened siempre, Jesús misericordioso, compasión de mí.


Nota: Compuso estas preces una joven protestante que se convirtió a nuestra Religión católica a los quince años de edad, y murió a los dieciocho en olor de santidad.

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