Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

19.6.18

El combate espiritual: El modo de recurrir a los santos


- Del modo de meditar y orar valiéndose de los Ángeles y de los Bienaventurados. -

Para merecer la protección de los Ángeles y Santos del cielo, usarás de dos medios.

El primero será levantar tu espíritu al Padre eterno y presentarle las alabanzas que le da toda la corte celestial, y los trabajos, persecuciones y tormentos que han padecido los Santos en la tierra por su amor; y pedirle después, en virtud de las pruebas ilustres de fidelidad, amor y constancia que le dieron estos gloriosos predestinados, que te conceda la gracia que necesitas.

El segundo será invocar a los bienaventurados espíritus, pidiéndoles que te ayuden a corregir tus vicios, y a vencer todos los enemigos de tu salud, particularmente que te asistan en el momento de la muerte.




Algunas veces admirarás las gracias singulares que los Santos han recibido del Señor, alegrándote de sus excelencias y dones como si fuesen propios tuyos, y complaciéndote con un santo júbilo de que Dios les haya comunicado mayores ventajas y privilegios que a ti, porque así ha sido de su beneplácito y agrado; y tomarás de aquí ocasión y motivo para alabarlo y bendecirlo.

Mas para que puedas hacer este santo ejercicio con buen orden y poco trabajo, dividirás según los días de la semana los diversos órdenes de los Bienaventurados en esta forma:

- El domingo invocarás a los nueve Coros de lo Ángeles.

- El lunes a san Juan Bautista.

- El martes a los Patriarcas y Profetas.

- El miércoles a los Apóstoles.

- El jueves a los Mártires.

- El viernes a los Pontífices y demás Confesores.

- El sábado a las Vírgenes y demás Santas.

Pero sobre todo, hija mía, no te olvides jamás de implorar frecuentemente el patrocinio y socorro de María santísima, que es la Reina de todos los Santos y nuestra principal abogada; y el de tu Ángel custodio, del arcángel san Miguel, y de los demás Santos a quienes tuvieres particular devoción.

No dejes pasar día alguno sin que pidas a María, a Jesús y al Padre eterno que te concedan como principal abogado y protector tuyo, al bienaventurado san José, esposo dignísimo de la más pura de las Vírgenes, y recurrirás después a este glorioso Santo con mucha fe y confianza, pidiéndole humildemente que te reciba bajo su protección y amparo.

Son, hija mía, infinitas las maravillas que se cuentan de este gran Santo, y muchos los favores y gracias que han recibido de Dios los que en sus necesidades, así espirituales como corporales, lo han invocado, principalmente cuando han necesitado la luz del cielo, y un director invisible para aprender a orar y meditar bien.

Si Dios, hija mía, considera y atiende tanto a los demás Santos por haberle servido y glorificado en el mundo, y tanto favorece a los hombres por su intercesión, ¿no será muy condescendiente con este admirable Patriarca, a quien el mismo Dios honró de tal manera en la tierra que quiso sujetarse a él, y como padre obedecerle y servirle?

Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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