Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

28.3.18

El combate espiritual: Actos para adquirir virtudes


- Del modo de combatir la sensualidad, y de los actos que debe hacer la voluntad para adquirir el hábito de las virtudes. -

Siempre que la voluntad, superior y racional, fuere combatida por una parte, de la inferior y sensual y, por otra, de la divina, es necesario que te esfuerces de muchas maneras para que prevalezca enteramente en ti la voluntad divina, y consigas la palma y la victoria.

Primeramente, cuando los primeros movimientos del apetito sensitivo se levantaren contra la razón, procurarás resistirlos valerosamente, a fin de que la voluntad superior no los consienta.




Lo segundo, cuando hubieren ya cesado estos movimientos, los excitarás de nuevo en ti, para reprimirlos con mayor ímpetu y fuerza.

Después podrás llamarlos a tercera batalla para acostumbrarte a propulsarlos con un generoso menosprecio.

Pero advierte, hija mía, que en estos dos modos de excitar en ti las propias pasiones y apetitos desordenados, no tienen lugar los estímulos y movimientos de la carne, de que hablaremos en otra parte.

Últimamente, conviene que formes actos de virtud contrarios a todas las pasiones que pretendes vencer y sujetar. Por ejemplo: tú te hallas por ventura combatida de los movimientos de la impaciencia; si procuras entonces recogerte en ti misma y consideras lo que pasa en tu interior, verás, sin duda, que estos movimientos que nacen y se forman en el apetito procuran introducirse en tu voluntad, y ganar la parte superior de tu alma.

En este caso, hija mía, conforme al primer aviso que te he dado, deberás hacer todo el esfuerzo posible para detener el curso de estos movimientos; y no te retires del combate hasta tanto que tu enemigo, vencido y postrado, se sujete a la razón.

Pero repara en el artificio y malicia del demonio. Cuando este espíritu maligno ve que resistimos valerosamente alguna pasión violenta, no solamente deja de excitarla y moverla en nuestro corazón, sino que si la halla ya encendida, procura extinguirla por algún tiempo, a fin de impedir que adquiramos con una firme consistencia la virtud contraria y hacernos caer después en los lazos de la vanagloria, dándonos hartamente a entender que, como valientes y generosos soldados, hemos triunfado muy pronto de nuestro enemigo. Por esta causa, hija mía, conviene que en este caso pases al segundo combate, trayendo a tu memoria, y despertando de nuevo en tu corazón, los pensamientos que fueron causa de tu impaciencia; y apenas hubieren excitado algún movimiento en la parte inferior, procurarás emplear todos los esfuerzos de la voluntad para reprimirlos. Pero, como muchas veces sucede que después de haber hecho grandes esfuerzos para resistir y rechazar los asaltos del enemigo, con la reflexión de que esta resistencia es agradable a Dios, no estamos seguros ni libres del peligro de ser vencidos en una tercera batalla; por eso conviene que entres por tercera vez en el combate contra el vicio que pretendes vencer y sujetar, y concibas contra él, no solamente aversión y menosprecio, sino abominación y horror.

En fin, para adornar y perfeccionar tu alma con los hábitos de las virtudes, has de producir muchos actos interiores, que serán directamente contrarios a tus pasiones desordenadas. Por ejemplo: si quieres adquirir perfectamente el hábito de la paciencia, cuando alguno, menospreciándote, te diere ocasión de impaciencia, no basta que te ejercites en los tres combates de que hemos hablado para vencer la tentación; es necesario, además de esto, que ames el menosprecio y ultraje que recibiste, que desees recibir de nuevo, de la misma persona, la misma injuria y, finalmente, que te propongas sufrir mayores y más sensibles ultrajes y menosprecios.

La razón por la cual no podemos perfeccionarnos en la virtud sin los actos que son contrarios al vicio que deseamos corregir, es porque todos los demás actos, por muy frecuentes y eficaces que sean, no son capaces de extirpar la raíz que produce aquel vicio. Así, por no mudar de ejemplo aunque no consientas los movimientos de la ira y de la impaciencia, cuando recibes alguna injuria, antes bien los resistas y los combates con las armas de que hemos hablado; persuádete, hija mía, que si no te acostumbras a amar el oprobio, y a gloriarte de las injurias y menosprecios, no llegarás jamás a desarraigar de tu corazón el vicio de la impaciencia, que no nace en nosotros de otra causa que de un temor excesivo de ser menospreciados del mundo, y de un deseo ardiente de ser estimados. Y mientras esta viciosa raíz se conservare viva en tu alma, brotará siempre y, enflaqueciendo de día en día tu virtud, llegará con el tiempo a oprimirla, de manera que te hallarás en un continuo peligro de caer en los desórdenes pasados.

No esperes, pues, obtener jamás el verdadero hábito de las virtudes, si con sus repetidos y frecuentes actos no destruyes los vicios que le son directamente opuestos. Digo con actos repetidos y frecuentes, porque así como se requieren muchos pecados para formar el hábito vicioso, así también se requieren muchos actos de virtud para producir y formar un hábito santo y perfecto, enteramente incompatible con el vicio. Y añado que se requiere mayor número de actos buenos para formar el hábito de la virtud, que de actos pecaminosos para formar el del vicio; pues los hábitos de la virtud no son ayudados, como los del vicio, de la naturaleza corrompida y viciada por el pecado.

Además de esto te advierto que, si la virtud en que deseas ejercitarte no puede adquirirse sin algunos actos exteriores, conformes a los interiores, como sucede en el ejemplo ya propuesto de la paciencia, debes no solamente hablar con amor y dulzura al que te hubiere ofendido y ultrajado, sino también servirle, agasajarle y favorecerle en lo que pudieres. Y aunque estos actos, ya interiores, ya exteriores, sean acompañados de tanta debilidad y flaqueza de espíritu que te parezca que los haces contra tu voluntad, no obstante no dejes de continuarlos; porque, aunque sean muy débiles y flacos, te mantendrán firme y constante en la batalla, y te servirán de un socorro eficaz y poderoso para alcanzar la victoria.

Vela, pues, hija mía, con atención y cuidado sobre tu interior, y no contentándote con reprimir los movimientos más fuertes y violentos de las pasiones, procura sujetar también los más pequeños y leves; porque éstos sirven ordinariamente de disposiciones para los otros, de donde nacen finalmente los hábitos viciosos. Por la negligencia y descuido que han tenido algunos en mortificar sus pasiones en cosas fáciles y ligeras después de haberlas mortificado en las más difíciles y graves, se han visto, cuando menos lo imaginaban, más poderosamente asaltados de los mismos enemigos y vencidos con mayor daño.

También te advierto, que atiendas a mortificar y quebrantar tus apetitos en las cosas que fueren lícitas, pero no necesarias; porque de esto se te seguirán grandes bienes, pues podrás vencerte más fácilmente en los demás apetitos desordenados; te harás más experta y fuerte en las tentaciones; te librarás mejor de los engaños y lazos del demonio, y agradarás mucho al Señor. Yo te digo, hija mía, lo que siento: no dejes de practicar estos santos ejercicios que te propongo, y de que verdaderamente necesitas para la reformación de tu vida interior; pues si los practicares, yo te aseguro que alcanzarás muy en breve una gloriosa victoria de ti misma, harás en poco tiempo grandes progresos en la virtud, y vendrás a ser sólida y verdaderamente espiritual.

Pero obrando de otra suerte, y siguiendo otros ejercicios, aunque te parezcan muy excelentes y santos, y experimentes con ellos tantas delicias y gustos espirituales que juzgues que te hallas en perfecta unión y dulces coloquios con el Señor, ten por cierto que no alcanzarás jamás la virtud ni verdadero espíritu; porque el verdadero espíritu, como dijimos en el capítulo I, no consiste en los ejercicios deleitables y que lisonjean a la naturaleza, sino en los que la crucifican con sus pasiones y deseos desordenados. De esta manera, renovado el hombre interiormente con los hábitos de las virtudes evangélicas, viene a unirse íntimamente con su Creador y su Salvador crucificado.

Es también indubitable y cierto que así como los hábitos viciosos se forman en nosotros con repetidos y frecuentes actos de la voluntad superior, cuando cede a los apetitos sensuales; así, las virtudes cristianas se adquieren con repelidos y frecuentes actos de la misma voluntad, cuando se conforma con la de Dios, que excita y llama continuamente al alma, ya a una virtud, ya a otra.

Como la voluntad, pues, no puede ser viciosa y terrena por grandes esfuerzos que haga el apetito inferior para corromperla, si ella no consiente, así no puede ser santa y unirse con Dios por fuertes y eficaces que sean las inspiraciones de la divina gracia que la excitan y llaman, si no coopera con los actos interiores, a la vez que con los exteriores, si fueren necesarios.

Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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