Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

3.4.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (198)



4. En el cuarto grado de esta escala de amor se causa en el alma, por razón del Amado, un ordinario sufrir sin fatigarse. Esto ocurre así porque, como dice san Agustín, todas las cosas grandes, graves y pesadas, casi ningunas las hace el amor. En este grado hablaba la Esposa (Ct.8, 6) cuando, deseando ya verse en el último grado de unión dijo al Esposo: "Ponme como señal en tu corazón, como señal en tu brazo". Porque la dilección, esto es, el acto y obra de amor, es fuerte como la muerte, y dura emulación y porfía si fuese necesario hasta contra el infierno. El espíritu aquí tiene tanta fuerza, que tiene tan sujeta a la carne y la tiene tan en poco como tiene el árbol a una de sus hojas. De ningún modo busca aquí el alma su consuelo ni su gusto, ni en Dios ni en otra cosa, ni anda deseando ni pretendiendo pedir gracias o favores a Dios, porque ve claro que hartas las tiene hechas, y dedica todo su cuidado a cómo podrá dar algún gusto a Dios y servirle algo por lo que Él merece y de Él tiene recibido, aunque fuese muy a su costa. Dice en su corazón y espíritu: "¡Ay, Dios y Señor mío, cuán muchos hay que andan a buscar en ti consuelo y gusto y a que les concedas mercedes y dones! ¡Mas los que te pretenden dar gusto a ti y darte algo a su propia costa, pospuesto su particular interés, esos son muy pocos! Porque no está tú falto, Dios mío, en no querernos hacer gracias y favores de nuevo, sino que más bien la falta se encuentra en no emplear nosotros las recibidas sólo en tu servicio, para obligarte a que nos las hagas de continuo!".

Enormemente elevado es este grado de amor ya que, como aquí el alma con tan verdadero amor se mueve siempre tras Dios con espíritu de padecer por Él, le da Su Majestad muchas veces y muy de ordinario el gozar, visitándola en espíritu sabrosa y deleitablemente, porque el inmenso amor del Verbo Cristo no puede sufrir penas de su amante sin acudir a él. Lo cual por Jeremías (2, 2) lo afirma Él, diciendo: "Acordádome he de ti, apiadándome de tu adolescencia y ternura cuando me seguiste en el desierto". Hablando espiritualmente, es este el desapego que aquí interiormente trae el alma hacia toda otra criatura, no parando ni deteniéndose en nada. Este cuarto grado inflama de tal manera al alma y la enciende de tal deseo de Dios, que la hace subir al quinto, el cual es el siguiente.

5. El quinto grado de la escala de amor hace al alma apetecer y desear a Dios impacientemente. En este grado el amante tanta es la vehemencia que tiene por comprehender al Amado y unirse con Él, que toda demora, por mínima que sea, se le hace muy larga, molesta y pesada, y siempre piensa que halla al Amado; pero cuando se ve frustrado su deseo de mantenerse junto al Amado -lo cual es casi a cada paso- desfallece en su anhelo, según lo dice el Salmista hablando en este grado (Sal. 83, 2): "Codicia y desfallece mi alma a las moradas del Señor". En este grado el amante no puede dejar de ver lo que ama, o morir transformado en una flecha enamorada, como si fuera Raquel quien, por la gran vehemencia que tenía a los hijos, dijo a Jacob su esposo: "Dame hijos, si no, yo moriré" (Gn. 30, 1). Padecen aquí los contemplativos hambre como canes y cercan y rodean la ciudad de Dios (Sal. 58, 7). En este hambriento grado se ceba y devora en sus amores el alma, porque según el hambre así es la hartura. De manera que de aquí puede subir al sexto grado, que hace los efectos a los que nos referiremos a continuación.


2.4.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (197)



CAPÍTULO 19
Se da inicio a explicar los diez grados de la escalera mística de amor divino según San Bernardo y Santo Tomás, empezando por los cinco primeros.


1. Decimos, pues, que los grados de esta escala de amor, por donde el alma de uno en otro va subiendo a Dios, son diez.

El primer grado de amor hace adolecer al alma provechosamente. En este grado de amor habla la Esposa (Ct. 5, 8) cuando dice: "Conjúroos, hijas de Jerusalé, que, si encontráredes a mi Amado, le digáis que estoy enferma de amores". Pero esta enfermedad o dolencia no es para muerte, sino para la gloria de Dios, porque en esta enfermedad desfallece el alma al pecado y a todas las cosas que no son Dios, por el mismo Dios, como David (Sal.142,7) testifica diciendo: "Desfalleció mi alma" -esto es, acerca de todas las cosas- "a tu salud". Porque así como el enfermo pierde el apetito y gusto de todos los manjares y cambia su color y semblante habitual, así también en este grado de amor pierde el alma el gusto y apetito de todas las cosas, y muda como amante el color y las formas de la vida pasada. De este tipo de influjo o herida no se percata el alma si de lo alto no le envían el exceso de celo, según se da a entender por este verso de David (Sal. 67, 10), que dice: "Pluviam voluntariam segregabis, Deus, haereditati tuae, et infirmata est", etc. ( "Dios, tú distribuirás una vía abundante y apacible a tu heredad").

Esta enfermedad y desfallecimiento a todas las cosas, que es el principio y primer grado para ir a Dios, bien lo hemos dado a entender líneas arriba, cuando mencionamos la aniquilación en que se ve el alma cuando comienza a entrar en esta escala de purgación contemplativa, en la cual en ninguna cosa puede hallar gusto, apoyo, ni consuelo, ni asiento. Por lo tanto, de este grado luego va comenzando a subir al segundo grado, y es:

2. El segundo grado hace al alma buscar sin cesar. De donde, cuando la Esposa dice que, buscándole de noche en su lecho -cuando según el primer grado de amor se encontraba desfallecida-, y no le halló, dijo (Ct. 3, 2): "Levantarme he, y buscaré al que ama mi alma". Lo cual, como decimos, el alma hace sin cesar, como lo aconseja David (Sal. 104, 4) diciendo: "Buscando siempre la cara de Dios y, buscándole en todas las cosas, en ninguna reparé hasta hallarle", como la Esposa que, en preguntando por Él a los guardas, luego pasó y los dejó (Ct. 3, 3-4, "me hallaron los guardas que rondan la ciudad, y les dije: ¿Habéis visto al que ama mi alma?"). María Magdalena ni aún en los ángeles del sepulcro reparó (Jn. 20, 14).

Aquí, en este grado, tan solícita anda el alma que en todas las cosas busca al Amado. En todo cuanto piensa, acaba pensando en el Amado; en cuanto habla, en cuantos negocios se le ofrecen, de inmediato es hablar y tratar del Amado; cuando come, cuando duerme, cuando vela, cuando hace cualquier cosa, todo su cuidado es en el Amado, según arriba queda dicho en las ansias de amor.

Aquí, como va ya el alma convaleciente cobrando fuerzas en el amor de este segundo grado, entonces avanza y comienza a subir al tercero por medio de algún atisbo de nueva purgación en la noche, como después diremos, el cual hace en el alma los efectos siguientes.

3. El tercer grado de la escala amorosa es el que hace al alma obrar y la pone ardor para no caer. De esto dice el Real Profeta (Sal. 111, 1) que: "Bienaventurado el varón que teme al Señor, porque sus mandamientos codicia obrar mucho". Donde, si el temor -por proceder éste del amor- le hace esta obra "de codicia" o anhelo, ¿qué hará entonces el mismo amor?. En este grado las obras aun grandes por el Amado se tienen por pequeñas, las muchas por pocas, el largo tiempo en que se le sirve por corto, debido todo ello al incendio de amor que ya va ardiendo en el interior del alma. Como a Jacob que, con haberle hecho servir siete años sobre otros siete, le parecían pocos por la grandeza del amor (Gn. 29, 20). Pues si el amor con Jacob, con ser de criatura, tanto podía influir, ¿qué podrá el del Creador cuando en este tercer grado se apodera del alma?

Siente el alma aquí, por el gran amor que tiene a Dios, grandes lástimas y penas de lo poco que hace por Dios y, si le fuese lícito deshacerse mil veces por Él, estaría consolada. Por eso se tiene por inútil en todo cuanto hace, y le parece vive de balde.

Aquí se le produce al alma otro efecto admirable, y es que tiene un convencimiento de ser más mala en lo tocante a lo suyo, que todas las otras almas. Lo uno, porque le va el amor enseñando lo que merece Dios y lo poco que el alma posee y su penosa situación, y lo otro porque, como las obras que aquí hace por Dios son muchas, y en todas reconoce tener faltas y ser imperfectas, de todas saca confusión y pena, dándose cuenta de esa tan baja manera de obrar por un Señor tan sublime. En este tercer grado muy lejos va el alma de tener vanagloria o presunción y de condenar o criticar a los otros. Estos solícitos efectos causa en el alma, con otros muchos de este estilo, en este tercer grado, y por eso en este nivel cobra ánimos y fuerzas para subir hasta el cuarto, que es el que sigue.


1.4.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (196)



CAPÍTULO 18
Se explican los motivos por los cuales esta sabiduría secreta es también escala.


1. Pero resta ahora ver lo segundo, conviene a saber: cómo esta sabiduría secreta es también escala. Acerca de lo cual es de saber que por muchas razones podemos llamar a esta secreta contemplación "escalera".

Primeramente, porque así como con la escalera se asciende y se alcanzan los bienes y tesoros y elementos diversos que hay en las fortalezas, así también por esta secreta contemplación, sin saberse cómo, sube el alma a escalar, conocer y poseer los bienes y tesoros del cielo. Lo cual da bien a entender el real profeta (Sal. 83,6-8), cuando dice: "Bienaventurado el que tiene tu favor y ayuda, porque en su corazón este tal puso sus subidas en el valle de lágrimas en el lugar que puso; porque de esta manera el Señor de la ley dará bendición, e irán de virtud en virtud como de grado en grado, y será visto el Dios de los dioses en Sión, el cual es el tesoro de la fortaleza de Sión, que es la bienaventuranza".

2. Podemos también llamarla escala porque, así como ocurre con la escala, esos mismos peldaños que tiene para subir los tiene también para bajar, así también esta secreta contemplación: esas mismas comunicaciones que hace al alma, que la levantan en Dios, la humillan en sí misma. Porque las comunicaciones que verdaderamente son de Dios poseen esta propiedad: que a la misma vez levantan y humillan al alma. Y es que en este camino el bajar es subir, y el subir, bajar, pues el que se humilla es ensalzado, y el que se ensalza, humillado (Lc. 14, 11). Y, además de esto de que la virtud de la humildad es grandeza, para ejercitar al alma en ella suele Dios hacerla subir por esta escala para que baje, y hacerla bajar para que suba, para que así se cumpla lo que dice el Sabio (Pv. 18, 12), es a saber: "Antes que el alma sea ensalzada, es humillada; y antes que sea humillada, es ensalzada".

3. Lo cual, hablando ahora de manera natural, echará bien de ver el alma que quisiere detenerse en ello, y cómo en este camino material (dejando aparte lo espiritual, que no se percibe) se dará cuenta de los numerosos altibajos que padece, y cómo tras la prosperidad que goza, luego se sigue alguna tempestad y trabajo, tanto que parece que le dieron aquella bonanza para prevenirla y esforzarla para la siguiente penuria, y cómo también, después de la miseria y tormenta, se sigue abundancia y bonanza, de manera que le parece al alma que, para hacerla aquella fiesta, la pusieron primero en aquella vigilia. Y éste es el ordinario estilo y ejercicio del estado de contemplación hasta llegar al estado de quietud: que nunca permanece en un estado, sino todo es subir y bajar.

4. Y la causa de esto es que, como el estado de perfección -el cual consiste en perfecto amor de Dios y desprecio de sí mismo- no puede estar sino con estas dos partes, que es conocimiento de Dios y de sí mismo, de necesidad ha de ser el alma ejercitada primero en el uno y en el otro, dándole ahora a gustar lo uno engrandeciéndola, y haciéndola a continuación probar lo otro y humillándola hasta que, adquiridos los hábitos perfectos, cese ya el subir y bajar, habiendo ya llegado y viéndose con Dios, que está en el fin de esta escala y sobre la cual se apoya y estriba (nota del actualizador: nos elevamos cuando conocemos y nos acercamos a Dios, y nos humillamos cuando reconocemos nuestras miserias y nos damos cuenta de ellas, percatándonos de lo indignos que somos de Su presencia, compañía o/y gozos).

Tengamos en cuenta que esta escala de contemplación que, como hemos dicho, procede de Dios, es figurada por aquella escala que vio Jacob durmiendo, por la cual subían y descendían ángeles de Dios al hombre y del hombre a Dios, el cual estaba situado en el extremo de la escala (Gn. 28, 12). Todos estos acontecimientos dice la Escritura divina que pasaban de noche y estando Jacob dormido, para dar a entender cuán secreto y diferente del saber del hombre es este camino y ascenso para llegar a Dios. Lo cual se ve bien puesto que, ordinariamente, lo que en el alma es de más provecho, que es irse perdiendo y aniquilando a sí misma, se tiene sin embargo por peor; curiosamente lo que menos vale (que es hallar su propio consuelo y su gusto, con lo cual ordinariamente antes pierde que gana), si eso hace, el alma tiene como si fuera algo mejor (nota del actualizador: siendo, sin embargo, lo peor para el alma).

5. Pero hablando ahora algo más sustancialmente de esta escala de secreta contemplación, diremos que la propiedad principal por la que aquí se llama escala o escalera es porque la contemplación es ciencia de amor, la cual, como hemos dicho, es una comunicación infusa y amorosa de Dios, que simultáneamente va ilustrando [dando luz] y enamorando al alma hasta subirla de grado hasta Dios, su Creador, porque sólo el amor es el que une y junta al alma con Dios.

Por lo tanto y para que se pueda ver más claro iremos aquí apuntando los grados de esta divina escala, mencionando con brevedad las señales y efectos de cada uno de ellos, para que por ellos pueda deducir cada alma en cual de ellos se encontrara. Y así, los distinguiremos por sus efectos, como hace san Bernardo y santo Tomás [el escrito que sigue muy de cerca el Santo en los dos capítulos siguientes es un apócrifo atribuido por unos a S. Tomás, por otros, a S. Bernardo. La crítica moderna está de acuerdo en prohijárselo a un dominico del s. XIII o XIV de nombre Elvico Teutónico. El opúsculo en cuestión "De decem gradibus amoris secundum Bernardum", junto con el otro apócrifo tomista "De dilectione Dei et proximi", corrió en impresiones asequibles al Santo, como en la edición piana de 1571] ya que conocer estos grados en sí, por cuanto esta escala de amor es, como hemos dicho, tan secreta que sólo Dios es el que la mide y pondera, no es posible por vía natural (nota del actualizador: de manera que para reconocerlos en esta existencia sólo nos es posible por sus efectos y señales, como acaba de indicarnos el Santo).


31.3.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (195)



5. De ello podríamos sacar la causa por la que algunas personas que van por este camino las cuales, por tener unas almas buenas y temerosas, querrían dar cuenta a quien las rigen de lo que les ocurre, no saben ni pueden hacerlo. Por consiguiente tienen en decirlo gran repugnancia y desgana, mayormente cuando la contemplación es algo más sencilla de manera que la misma alma apenas la siente, simplemente sólo saben decir que el alma está satisfecha y quieta y contenta, o decir que sienten a Dios y que les va bien, a su parecer. Y, siendo así, no les es posible decir más respecto de lo que el alma lleva dentro, ni la sacarán de mencionar sobre su experiencia términos generales semejantes a éstos. Diferente es cuando las cosas que el alma tiene son particulares, como visiones, sentimientos, etc., las cuales, como ordinariamente se reciben debajo de alguna especie en la que participa el sentido, entonces sí la pueden en cierta manera explicar o decir, dado que entonces debajo de esa forma de especie o de semejanza sí lo consiguen comunicar. Pero este poderlo decir ya no es en razón de pura contemplación, porque ésta es indecible, como hemos dicho, y por eso se llama secreta.

6. Y no sólo por eso se llama y es secreta, sino porque también esta sabiduría mística tiene la propiedad de esconder al alma en sí. Puesto que, además de lo ordinario, algunas veces de tal manera absorbe al alma y la sume en su abismo secreto, que el alma echa de ver claro que está puesta alejadísima y remotísima de toda criatura, de suerte que le parece que la colocan en una profundísima y anchísima soledad, donde no puede llegar alguna humana criatura, como si estuviera en un inmenso desierto que por ninguna parte tiene fin, el cual es tanto más deleitoso, sabroso y amoroso, cuanto es más profundo, ancho y solitario lo siente, donde el alma se ve tan secreta como si estuviera levantada y viéndose sobre toda temporal criatura (nota del actualizador: fuera de los ruidos y los tejemanejes del mundo).

Y tanto levanta entonces y engrandece este abismo de sabiduría al alma, metiéndola en las corrientes de la ciencia de amor, que le hace experimentar no solamente el sentir muy baja toda condición de criatura comparada a este supremo saber y sentir divino, sino también echar de ver cuán bajos y cortos y en alguna manera impropios son todos los términos y vocablos con que en esta vida se trata de las cosas divinas, y cómo es imposible, por vía y modo natural, aunque más alta y sabiamente se hable en ellas, poder conocer ni sentir de ellas como realmente ellas son, cuando se carece de la iluminación de esta mística teología. Y así, viendo el alma con la iluminación divina que está en ella esta verdad, de que no se puede alcanzar y menos declarar por términos vulgares y humanos, con razón la llama secreta.

7. Esta propiedad de ser secreta y sobre la capacidad natural de esta divina contemplación la tiene no sólo por ser algo sobrenatural, sino también es cuanto es vía que guía y lleva al alma a las perfecciones de la unión de Dios. Estas perfecciones, como son cosas no conocidas carnalmente, se debe de caminar hacia ellas humanamente no sabiendo y divinamente ignorando. Puesto que, hablando místicamente como aquí estamos hablando, las cosas y perfecciones divinas no se conocen ni entienden como ellas son cuando las van buscando y ejercitando, sino cuando se las tiene ya halladas y ejercitadas. Porque a este propósito dice el profeta Baruc (3, 31) de esta Sabiduría divina: "No hay quien pueda saber sus vías, ni quien pueda pensar sus sendas". También el profeta real de este camino del alma dice de esta manera, hablando con Dios: "Y tus ilustraciones lucieron y alumbraron a la redondez de la tierra, se conmovió y se estremeció la tierra. En el mar está tu vía, y tus sendas en muchas aguas, y tus pisadas no serán conocidas" (Sal.76,19-20).

8. Todo lo cual, hablando espiritualmente, se entiende al propósito que estamos mostrando. Porque "alumbrar con los brillos de Dios a la redondez de la tierra" es la ilustración que hace esta divina contemplación en las potencias del alma; y "conmoverse y estremecer la tierra" es la purgación penosa que en ella causa; y decir que "la vía y camino de Dios", por donde el alma va a Él, "es en el mar, y sus pisadas en muchas aguas y que por eso no serán conocidas" es decir que este camino de ir a Dios es tan secreto y oculto para el sentido y conocimiento del alma como lo es para el del cuerpo el que se lleva por la mar, cuyas sendas y pisadas no se conocen. Los pasos y pisadas que Dios va dando en las almas a las que Él quiere llevar a sí poseen esta propiedad de no conocerse, haciéndolas a esas almas grandes en la unión de su Sabiduría. Por lo cual, en el libro de Job (37, 16) se dicen, destacando este aspecto, estas palabras: "¿Por ventura has tú conocido las sendas de las nubes grandes o las perfectas ciencias?", entendiendo por esto las vías y caminos por donde Dios va engrandeciendo a las almas y perfeccionándolas en su sabiduría, las cuales son aquí entendidas por las nubes. Queda claro, pues, que esta contemplación que va guiando al alma a Dios, es sabiduría secreta.


30.3.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (194)



2. Primeramente llama secreta a esta contemplación tenebrosa por cuanto, según hemos abordado líneas arriba, ésta es la teología mística, que llaman los teólogos "sabiduría secreta", la cual dice Santo Tomás que se comunica e infunde en el alma por amor, lo cual acontece secretamente -o sea, a oscuras de la obra del entendimiento y de las demás potencias-. Por lo tanto, por cuanto las dichas potencias no la alcanzan sino que es el Espíritu Santo quien la infunde y ordena en el alma, como dice la Esposa en los Cantares (2, 4), sin ella saberlo, ni entenderlo cómo se realiza esta acción, se llama por tanto "secreta". Y, a la verdad, no sólo el alma no lo entiende, sino nadie, ni el mismo demonio, por cuanto el Maestro que la enseña está dentro del alma sustancialmente, donde no puede llegar el demonio, ni el sentido natural, ni tampoco el entendimiento.

3. Y no sólo por esto se puede llamar secreta, sino también por los efectos que hace en el alma. Y es que no solamente en las tinieblas y aprietos de la purgación, cuando esta sabiduría de amor purga el alma, es secreta -por lo tanto, no sabe decir de ella el alma nada-, sino que también después en la iluminación, cuando más a las claras se le comunica esta sabiduría, le es al alma tan secreta para explicarla y ponerle nombre para mencionarla que, además de que ninguna gana ni razones sienta al alma de explicarla, no halla de todos modos tampoco modo ni manera ni símil que le cuadre para poder significar y comparar una inteligencia tan sublime y un sentimiento espiritual tan delicado. Y así, aunque más gana tuviese de decirlo, y más significaciones trajese para comparar, siempre se quedaría en buena parte secreto y por explicar.

Todo es debido a que como aquella sabiduría interior es tan sencilla y tan general y espiritual, que no entró al entendimiento envuelta ni paliada con alguna especie o imagen sujeta al sentido, de aquí es que el sentido y la imaginación, como no entró por ellas ni sintieron su vestido, forma y color, no saben dar razón ni imaginarla para poder decir algo de ella, aunque claramente ve que entiende y gusta aquella sabrosa y esquiva sabiduría. Es tanto así como el que viese una cosa nunca vista antes, cuyo semejante tampoco jamás vio que, aunque la entendiese y gustase, no le sabría poner nombre ni decir lo que es, aunque más lo intentase, y esto con ser cosa que la percibió con los sentidos. Cuánto menos, entonces, se podrá manifestar lo que no entró por esos sentidos. Y es que precisamente esto es lo que tiene el lenguaje de Dios, que por ser muy íntimo al alma y espiritual hasta el punto que excede todo sentido, luego hace cesar y enmudecer toda la armonía y habilidad de los sentidos exteriores e interiores al ser superior a ellos. [Además de la inefabilidad de la contemplación infusa en su misma esencia y en sus efectos más íntimos, el Santo explica la razón profunda en conformidad con la teoría tomista del conocimiento a través de los sentidos e imágenes. Al fallar este mecanismo natural, falla la expresión adecuada para representarlo. El lenguaje de puro espíritu a espíritu puro no acepta lenguaje humano. Más adelante veremos la razón de la inefabilidad y de la teología mística, así como la conciencia del fenómeno en quien lo experimenta].

4. De lo cual tenemos muestras autorizadas y ejemplos a la vez en la divina Escritura. Porque la dificultad y las limitaciones del manifestarlo y hablarlo exteriormente mostró Jeremías (1, 6) cuando, habiendo Dios hablado con él, no supo qué decir sino: "¡Ah, ah...!". Y la cortedad interior, esto es, del sentido interior de la imaginación, conjuntamente a la cortedad o limitación del exterior acerca de esto, también la manifestó Moisés delante de Dios en la zarza (Ex. 4, 10) cuando no solamente dijo a Dios que después de haber hablado con Él no sabía ni acertaba a hablar, sino que aún, según se dice en los Hechos de los Apóstoles (7, 32), con la imaginación interior no se atrevía a considerar, pareciéndole que la imaginación estaba muy lejos y muda no solamente para formar algo de aquello que entendía en Dios, sino que ni aun podía conseguir la capacidad para recibir algo de ello. De donde, por cuanto la sabiduría de esta contemplación es lenguaje de Dios al alma de puro espíritu a espíritu puro, todo lo que es menos que espíritu, como son los sentidos, no lo reciben, y así les es secreto y no lo saben ni lo pueden decir, ni tienen gana porque no ven cómo podrían hacerlo.