Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

2.4.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (197)



CAPÍTULO 19
Se da inicio a explicar los diez grados de la escalera mística de amor divino según San Bernardo y Santo Tomás, empezando por los cinco primeros.


1. Decimos, pues, que los grados de esta escala de amor, por donde el alma de uno en otro va subiendo a Dios, son diez.

El primer grado de amor hace adolecer al alma provechosamente. En este grado de amor habla la Esposa (Ct. 5, 8) cuando dice: "Conjúroos, hijas de Jerusalé, que, si encontráredes a mi Amado, le digáis que estoy enferma de amores". Pero esta enfermedad o dolencia no es para muerte, sino para la gloria de Dios, porque en esta enfermedad desfallece el alma al pecado y a todas las cosas que no son Dios, por el mismo Dios, como David (Sal.142,7) testifica diciendo: "Desfalleció mi alma" -esto es, acerca de todas las cosas- "a tu salud". Porque así como el enfermo pierde el apetito y gusto de todos los manjares y cambia su color y semblante habitual, así también en este grado de amor pierde el alma el gusto y apetito de todas las cosas, y muda como amante el color y las formas de la vida pasada. De este tipo de influjo o herida no se percata el alma si de lo alto no le envían el exceso de celo, según se da a entender por este verso de David (Sal. 67, 10), que dice: "Pluviam voluntariam segregabis, Deus, haereditati tuae, et infirmata est", etc. ( "Dios, tú distribuirás una vía abundante y apacible a tu heredad").

Esta enfermedad y desfallecimiento a todas las cosas, que es el principio y primer grado para ir a Dios, bien lo hemos dado a entender líneas arriba, cuando mencionamos la aniquilación en que se ve el alma cuando comienza a entrar en esta escala de purgación contemplativa, en la cual en ninguna cosa puede hallar gusto, apoyo, ni consuelo, ni asiento. Por lo tanto, de este grado luego va comenzando a subir al segundo grado, y es:

2. El segundo grado hace al alma buscar sin cesar. De donde, cuando la Esposa dice que, buscándole de noche en su lecho -cuando según el primer grado de amor se encontraba desfallecida-, y no le halló, dijo (Ct. 3, 2): "Levantarme he, y buscaré al que ama mi alma". Lo cual, como decimos, el alma hace sin cesar, como lo aconseja David (Sal. 104, 4) diciendo: "Buscando siempre la cara de Dios y, buscándole en todas las cosas, en ninguna reparé hasta hallarle", como la Esposa que, en preguntando por Él a los guardas, luego pasó y los dejó (Ct. 3, 3-4, "me hallaron los guardas que rondan la ciudad, y les dije: ¿Habéis visto al que ama mi alma?"). María Magdalena ni aún en los ángeles del sepulcro reparó (Jn. 20, 14).

Aquí, en este grado, tan solícita anda el alma que en todas las cosas busca al Amado. En todo cuanto piensa, acaba pensando en el Amado; en cuanto habla, en cuantos negocios se le ofrecen, de inmediato es hablar y tratar del Amado; cuando come, cuando duerme, cuando vela, cuando hace cualquier cosa, todo su cuidado es en el Amado, según arriba queda dicho en las ansias de amor.

Aquí, como va ya el alma convaleciente cobrando fuerzas en el amor de este segundo grado, entonces avanza y comienza a subir al tercero por medio de algún atisbo de nueva purgación en la noche, como después diremos, el cual hace en el alma los efectos siguientes.

3. El tercer grado de la escala amorosa es el que hace al alma obrar y la pone ardor para no caer. De esto dice el Real Profeta (Sal. 111, 1) que: "Bienaventurado el varón que teme al Señor, porque sus mandamientos codicia obrar mucho". Donde, si el temor -por proceder éste del amor- le hace esta obra "de codicia" o anhelo, ¿qué hará entonces el mismo amor?. En este grado las obras aun grandes por el Amado se tienen por pequeñas, las muchas por pocas, el largo tiempo en que se le sirve por corto, debido todo ello al incendio de amor que ya va ardiendo en el interior del alma. Como a Jacob que, con haberle hecho servir siete años sobre otros siete, le parecían pocos por la grandeza del amor (Gn. 29, 20). Pues si el amor con Jacob, con ser de criatura, tanto podía influir, ¿qué podrá el del Creador cuando en este tercer grado se apodera del alma?

Siente el alma aquí, por el gran amor que tiene a Dios, grandes lástimas y penas de lo poco que hace por Dios y, si le fuese lícito deshacerse mil veces por Él, estaría consolada. Por eso se tiene por inútil en todo cuanto hace, y le parece vive de balde.

Aquí se le produce al alma otro efecto admirable, y es que tiene un convencimiento de ser más mala en lo tocante a lo suyo, que todas las otras almas. Lo uno, porque le va el amor enseñando lo que merece Dios y lo poco que el alma posee y su penosa situación, y lo otro porque, como las obras que aquí hace por Dios son muchas, y en todas reconoce tener faltas y ser imperfectas, de todas saca confusión y pena, dándose cuenta de esa tan baja manera de obrar por un Señor tan sublime. En este tercer grado muy lejos va el alma de tener vanagloria o presunción y de condenar o criticar a los otros. Estos solícitos efectos causa en el alma, con otros muchos de este estilo, en este tercer grado, y por eso en este nivel cobra ánimos y fuerzas para subir hasta el cuarto, que es el que sigue.







| Preparación: Oratorio Carmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com




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