Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

19.3.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (183)



6. Lo cuarto, sacaremos de aquí cómo del mismo modo que se va purgando y purificando por medio de este fuego de amor, se va la persona más inflamando también en amor, de la misma forma en la que el madero, al modo y paso que se va disponiendo a arder como llamas, se va más calentando. Aunque esta inflamación de amor no siempre la siente el alma, sino algunas veces cuando deja de impactar la contemplación tan fuertemente, porque es entonces cuando tiene lugar en el alma su capacidad de ver y aun de gozar la labor que se va haciendo, puesto que se la descubren como si pareciera que alzan la mano de la obra y sacan al hierro de la hornaza para que se muestre en alguna manera la labor que se va haciendo, y entonces hay lugar para que el alma eche de ver en sí el bien que no veía cuando estaba en pleno proceso la obra. Así también, cuando deja de herir la llama en el madero, se da lugar para que se vea bien cuánto hay inflamándole.

7. Lo quinto, sacaremos también de esta comparación lo que arriba queda dicho, conviene a saber: cómo es en verdad que después de estos alivios vuelve el alma a padecer más intensa y agudamente que antes. Porque, a continuación de aquella muestra, que se hace después que se han purificado las imperfecciones más del exterior, vuelve el fuego de amor a herir en lo que está por consumir y purificar más en el interior. En lo cual es más íntimo y sutil y espiritual el padecer del alma, cuanto le va minando las más íntimas y sutiles y espirituales imperfecciones, que están más arraigadas en lo más profundo. Y esto ocurre al modo que en el madero: cuando el fuego va entrando más adentro, va con más fuerza y furor disponiendo a lo más interior para poseerlo.

8. Lo sexto, se sacará también de aquí la causa por la que le parece al alma que todo bien se le acabó y que está llena de males, pues no le llega en este tiempo otra cosa sino todo amarguras. Así también como al madero, que ni brisa ni otra cosa da en él más que fuego consumidor. Pero, después que se hagan otras muestras de cómo va la obra al estilo de las primeras, gozará más profundamente, porque ya se hizo la purificación más interior.

9. Lo séptimo sacaremos que, aunque el alma se goza muy ampliamente durante estos intervalos (tanto que, como dijimos, a veces le parece que no han de volver más), con todo, cuando han de volver presto estos embistes no deja de sentir cierta angustia si advierte (y a veces ella se hace advertir) una raíz que queda, que no la deja tener el gozo cumplido, porque parece que está amenazando para volver a embestir, y cuando esto es así, presto vuelve. En fin, aquello que está por purgar e ilustrar más profundamente no se puede bien encubrir al alma con lo ya purificado, de la misma manera como también en el madero lo que más adentro está por ilustrar es bien sensible la diferencia que tiene de lo ya quemado, y cuando vuelve a embestir más adentro esta purificación no hay que sorprenderse de que le parezca al alma otra vez que todo el bien se le acabó, y que llegue a pensar que no volverá más a los bienes pues que, puesta en pasiones más interiores, todo el bien de fuera se le cegó.

10. Llevando, pues, delante de los ojos esta comparación con la explicación que ya queda dada sobre el primer verso de la primera poesía de esta oscura noche y de sus terribles propiedades, será bueno salir de estas cosas tristes del alma y comenzar ya a tratar del fruto de sus lágrimas y de sus propiedades dichosas, que se comienzan a recitar desde este segundo verso:


Con ansias en amores inflamada.


CAPÍTULO 11
Se empieza a explicar el segundo verso de la primera poesía, mostrando cómo el alma, por el fruto de estos rigurosos aprietos, se halla con vehemente pasión de amor divino.


1. En este verso se da a entender al alma el fuego de amor que hemos dicho que, a manera del fuego material en el madero, se va prendiendo en el alma en esta noche de penosa contemplación. La cual inflamación, aunque es en cierta manera como la que arriba explicamos que pasaba en la parte sensitiva del alma, es de alguna forma a su vez tan diferente de aquélla como lo es el alma del cuerpo, o la parte espiritual de la sensitiva. Porque ésta es una inflamación de amor en el espíritu en que, en medio de estos oscuros apuros, se siente estar el alma herida de una forma viva y agudamente en fuerte amor divino, en cierto sentimiento y barrunto de Dios, aunque sin entender cosa particular porque, como decimos, el entendimiento permanece a oscuras.


18.3.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (182)



CAPÍTULO 10
Se explica, mediante una comparación, la raíz de esta purgación interior.


1. Por ello, y para mayor claridad de lo explicado y de lo que se va también a explicar, conviene aquí notar que esta purgativa y amorosa noticia o luz divina a la que nos estamos refiriendo de la misma manera se da en el alma, purgándola y disponiéndola para unirla consigo perfectamente, que se da en el madero al ser sometido a fuego para transformarle en el mismo fuego. Porque el fuego material, en aplicándose al madero, lo primero que hace es comenzar a secarlo, echándole la humedad fuera y haciéndole llorar el agua que en sí tiene. A continuación le va poniendo negro, oscuro y feo, y aún de mal olor y, yéndole secando poco a poco, le va sacando a luz y echando afuera todos los accidentes feos y oscuros que tiene contrarios a las propiedades del fuego. Finalmente, comenzándole a inflamar por el exterior y a calentarle, viene a transformarlo en sí y ponerlo tan hermoso como el mismo fuego, con su misma lumbre y luz. Llegado ese momento ya de parte del madero ninguna pasión hay ni acción propia, salvo la gravedad y materia más espesa que la del fuego, porque tiene en sí las propiedades del fuego y acciones: debido a que está seco, él seca; debido a que está caliente, calienta; y debido a que está claro y esclarece, además de estar mucho más ligero que antes, obrando el fuego en él estas propiedades y efectos.

2. A este mismo modo, pues, hemos de meditar respecto de este divino fuego de amor de contemplación el cual, antes que fusione y transforme el alma en sí, primero la purga de todos sus elementos contrarios, la hace expulsar sus fealdades y la pone negra y oscura, y así parece peor que antes y más fea y abominable que solía ser. Porque, como esta divina purga se encuentra removiendo todas las malas y viciosas inclinaciones, que por estar ellas muy arraigadas y asentadas en el alma no los alcanzaba esa misma alma a ver -y con ello no entendía que tenía dentro de sí tanto mal- ahora, para echarlas fuera y aniquilarlas se las ponen a la vista y se da cuenta de ellas tan claramente alumbrada por esta oscura luz de divina contemplación (aunque no es peor que antes, ni en sí ni para con Dios), hasta el punto que ve en sí lo que antes no veía, pareciéndole entonces de manera muy patente lo mal que se encuentra, hasta tal punto que no está solo para que Dios no la vea, sino incluso más bien para que la aborrezca, y de hecho se considera que ya la tiene aborrecida. De esta comparación podemos ahora entender muchas cosas acerca de lo que vamos diciendo y pensamos decir.

3. Lo primero, podemos entender cómo la misma luz y sabiduría amorosa que se ha de unir y transformar en el alma es la misma que al principio la purga y dispone, así como el mismo fuego que transforma en sí al madero incorporándose en él, es el que primero le estuvo disponiendo para el mismo efecto.

4. Lo segundo, podremos darnos cuenta cómo estas penalidades no las siente el alma de parte de la dicha sabiduría pues, como dice el Sabio (Sab. 7, 11), todos los bienes juntos le vienen al alma con ella, sino de parte de la flaqueza e imperfección que tiene el alma al no poder recibir sin esta purgación su luz divina, su suavidad y deleite (así como el madero, que no puede una vez le sea aplicado el fuego ser transformado hasta que sea dispuesto para ello), y por eso sufre tanto. Lo cual el Eclesiástico (51, 29) aprueba bien, diciendo lo que él padeció para venir a unirse con ella y gozarla, diciendo así: "Mi ánima agonizó en ella, y mis entrañas se enturbiaron en adquirirla; por eso poseeré buena posesión".

5. Lo tercero, podemos sacar de aquí de paso la manera de sufrir de los habitantes del purgatorio. Porque el fuego no tendría en ellos poder, aunque se les aplicase, si ellos no tuviesen imperfecciones en las que padecer, que son la materia en que allí puede incidir el fuego y actuar. Acabada dicha materia de imperfección no hay más que arder, lo mismo que aquí, acabadas las imperfecciones, se acaba el penar del alma y queda el gozar.


17.3.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (181)



4. También porque en la mencionada unión a la que la dispone y encamina esta oscura noche, ha de estar el alma llena y dotada de cierta magnificencia gloriosa en la comunicación con Dios, que encierra en sí innumerables bienes de deleites que exceden toda la abundancia que el alma naturalmente puede poseer -ya que en tan débil e impuro natural no la puede recibir porque, según dice Isaías (64, 4), "ni ojo lo vio, ni oído lo oyó, ni cayó en corazón humano lo que aparejó", etc.-, conviene que primero sea puesta el alma en vacío y pobreza de espíritu, purgándola de todo apego, consuelo y aprensión natural acerca de todo lo de arriba y de abajo con el fin de que, así vacía, esté lo suficientemente pobre de espíritu y desnuda del hombre viejo para poder vivir aquella nueva y bienaventurada vida que por medio de esta noche se alcanza, que es el estado de la unión con Dios.

5. Y puesto que el alma ha de llegar a tener un sentido y comunicación divina muy generosa y sabrosa respecto de todas las cosas divinas y humanas que superan el común sentir y saber natural del alma (a las cuales mirará con ojos tan diferentes que antes como difiere el espíritu del sentido y lo divino de lo humano), le conviene al espíritu ejercitarse y curtirse para desprenderse del común y natural sentir, poniéndolo por medio de esta purgativa contemplación en una gran angustia y aprieto, y a la memoria muy lejos de toda amigable y pacífica noticia, con sentido interior y temple de peregrinación y migración de todas las cosas, en que le parece que todas son extrañas y de otra manera a como solían ser.

Y de esta forma en esto va sacando esta noche al espíritu de su ordinario y común sentir de las cosas, para llevarle a sentido divino, el cual es extraño y ajeno de toda humana manera. Aquí le parece al alma que anda fuera de sí en penas. Otras veces piensa si es encantamiento el que tiene o embelesamiento, y anda maravillada de las cosas que ve y oye, pareciéndole muy peregrinas y extrañas, siendo las mismas que solía tratar antes comúnmente. Estos síntomas son causa del irse ya haciendo remota el alma y ajena del común sentido y noticia respecto de las cosas comunes para que, aniquilada en éste aspecto, quede informada en el divino, que es más de la otra vida que de ésta.

6. Todas estas aflictivas purgaciones del espíritu para reengendrarlo en vida de espíritu por medio de esta divina influencia las padece el alma, y con estos dolores viene a parir el espíritu de salud. En este fin se cumple entonces la sentencia de Isaías (26, 17-18) que dice: "De tu faz, Señor, concebimos, y estuvimos con dolores de parto, y parimos el espíritu de salud".

Además de esto, debido a que por medio de esta noche contemplativa se dispone el alma para llegar a la tranquilidad y paz interior, que es tal y tan deleitable que, como dice la Iglesia, excede todo sentido (Flp. 4, 7), le conviene al alma que toda la paz primera -la cual, por cuanto estaba envuelta con imperfecciones, no era paz, aunque a la dicha alma le parecía serlo porque andaba a su sabor, que era paz, paz, como dos voces, esto es, que tenía ya adquirida la paz del sentido y del espíritu, según se veía llena de abundancias espirituales aunque esta paz del sentido y del espíritu aún es, como digo, imperfecta-, sea primero purgada en ella y quitada y perturbada de la paz, como lo sentía y lloraba Jeremías en el texto que de él mostramos para declarar las calamidades de esta noche pasada, diciendo: "Quitada y despedida está mi alma de la paz" (Lamentaciones. 3, 17).

7. Esta es una penosa turbación que trae consigo muchos recelos, imaginaciones y combates que tiene el alma dentro de sí en la cual, con la aprehensión y sentimiento de las miserias en que se ve, sospecha que está perdida y acabados sus bienes para siempre. De aquí es que trae en el espíritu un dolor y gemido tan profundo que le causa fuertes rugidos y bramidos espirituales, pronunciándolos a veces por la boca, y resolviéndose en lágrimas cuando hay fuerza y virtud para poderlo hacer, aunque las menos veces llega este alivio.

David declara muy bien esto, como quien tan bien lo experimentó, en un salmo (37, 9) diciendo: "Fui muy afligido y humillado, rugía del gemido de mi corazón". El cual rugido es cosa de gran dolor porque algunas veces, con la súbita y aguda memoria de estas miserias en que se ve el alma, tanto se levanta y se ve cercada en dolor y pena las afecciones del alma que no encuentro la forma en la que se podría dar a entender sino por la semejanza que el profeta Job (3, 24), estando en este mismo trabajo, por estas palabras dice: "De la manera que son las avenidas de las aguas, así el rugido mío". Porque así como algunas veces las aguas hacen tales avenidas que todo lo anegan y llenan, así este rugido y sentimiento del alma algunas veces aumenta tanto que, anegándola y traspasándola toda, llena de angustias y dolores espirituales todos sus afectos profundos y fuerzas de una forma que es superior a todo lo que se puede estimar.

8. Tal es la obra que en ella hace esta noche encubridora de las esperanzas de la luz del día. Porque a este propósito dice también el profeta Job (30, 17): "En la noche es horadada mi boca con dolores, y los que me comen no duermen". Y aquí por la boca se entiende la voluntad, la cual es traspasada con estos dolores que en su labor de despedazar al alma ni cesan ni duermen, porque las dudas y recelos que así traspasan al alma nunca duermen.

9. Profunda es esta guerra y combate, debido a que la paz que espera habrá de ser muy profunda también. Y asimismo el dolor espiritual es íntimo y afilado, porque el amor que ha de poseer ha de ser también muy íntimo y apurado. Esto se debe a que cuanto más íntima y esmerada ha de ser y quedar la obra, tanto más íntima, esmerada y pura ha de ser la labor, y tanto más fuerte cuando el edificio es más firme. Por eso, como dice Job (30, 16. 27), se está marchitando en sí misma el alma, e hirviendo sus interiores sin alguna esperanza.

Y ni más ni menos, porque el alma ha de llegar a poseer y gozar en el estado de perfección -al cual por medio de esta purgativa noche camina- a innumerables bienes de dones y virtudes, así según la sustancia del alma como también según las potencias de ella. Por lo tanto conviene que primero generalmente se vea y sienta ajena y privada de todos ellos y vacía y carente de ellos, y le parezca que de ellos está tan lejos que no se pueda persuadir que jamás ha de alcanzar esos dones y virtudes, sino que todo bien se le acabó, como también lo da a entender Jeremías en el mencionado texto (Lamentaciones. 3, 17), cuando dice: "Olvidado estoy de los bienes".

10. Pero veamos ahora cuál es la causa por la que siendo esta luz de contemplación tan suave y amigable para el alma, hasta tal punto que no es necesario desear más -pues, como arriba queda dicho, es la misma con que se ha de unir el alma y hallar en ella todos los bienes en el estado de la perfección que desea-, le cause con su influencia e impacto unos inicios tan penosos, así como unos esquivos efectos como aquí hemos dicho.

11. A esta duda fácilmente se responde diciendo lo que ya en parte hemos explicado, y es que la causa de esto se debe a que no hay de parte de la contemplación e infusión divina cosa que de suyo pueda dar pena, antes más bien mucha suavidad y deleite -como después se dirá-, sino que la causa de estas penurias que se sienten es debido a la flaqueza e imperfección que en ese momento tiene el alma, así como a las disposiciones que en sí tiene y los movimientos contrarios que ejerce para recibirlos, en los cuales impactando la dicha lumbre divina se produce entonces la confrontación en la cual ha de padecer el alma de la manera ya mencionada.


16.3.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (180)



CAPÍTULO 9
De qué manera aunque esta noche oscurece al espíritu, es para ilustrarle y darle luz.


1. Resta, pues, decir aquí que en esta dichosa noche, aunque oscurece el espíritu, no lo hace sino con el fin de darle luz en todas las cosas y, aunque lo humilla y pone miserable, no es sino para ensalzarle y levantarle. Además aunque le empobrece y vacía de toda posesión y afección natural, no es sino para que divinamente pueda extender a gozar y gustar de todas las cosas de arriba y de abajo, siendo con auténtica y general libertad de espíritu en todo.

Porque, así como los elementos para que se comuniquen en todos los compuestos y entes naturales, conviene que con ninguna particularidad de color, olor ni sabor estén afectados, para poder concurrir con todos los sabores, olores y colores, así al espíritu le conviene estar sencillo, puro y desnudo de todas formas de afecciones naturales, tanto actuales como habituales, para poder comunicar con libertad con la anchura del espíritu en la divina Sabiduría, en donde por su limpieza gusta todos los sabores de todas las cosas con cierta eminencia de excelencia. Y sin esta purgación de ninguna manera podrá sentir ni gustar la satisfacción de toda esta abundancia de sabores espirituales, porque una sola afición que tenga o particularidad a que esté el espíritu asido, actual o habitualmente, basta ya para no sentir ni gustar ni comunicar la delicadeza e íntimo sabor del espíritu de amor, que contiene en sí todos los sabores con gran eminencia [nota: también procede de la filosofía aristotélico-tomista la teoría sobre los elementos sin color, olor ni sabor: comentario de S. Tomás al "De generatione" de Aristóteles 2, 2.].

2. Porque, así como los hijos de Israel, sólo porque les había quedado una sola afición y recuerdo de las carnes y comidas de Egipto (Ex. 16, 3), no podían gustar del delicado pan de ángeles en el desierto, que era el maná, el cual, como dice la divina Escritura (Sab. 16, 21), tenía suavidad de todos los gustos y se convertía al agrado que cada uno quería, así no puede llegar a gustar los deleites del espíritu de libertad, según la voluntad desea, el espíritu que todavía estuviere afectado con alguna afición actual o habitual, o con particulares inteligencias o cualquiera otra aprehensión.

La razón de esto es porque las afecciones, sentimientos y aprehensiones del espíritu perfecto, puesto que son divinas, son de otra suerte y género tan diferente de lo natural y de lo evidente que, para poseer las unas actual y habitualmente, habitual y actualmente se han de expeler y aniquilar las otras, como hacen dos contrarios, que no pueden estar juntos en un mismo sujeto. Por tanto, conviene mucho y es necesario para que el alma haya de pasar a estas grandezas, que esta noche oscura de contemplación la aniquile y deshaga primero en sus bajezas, poniéndola a oscuras, seca, exprimida y vacía, ya que la luz que se le ha de comunicar es una altísima luz divina que excede toda luz natural, por lo que la cual no cabe naturalmente en el entendimiento.

3. Y por ello conviene que, para que el entendimiento pueda llegar a unirse con esa luz y hacerse divino en el estado de perfección, sea primero purgado y aniquilado en su lumbre natural, poniéndole actualmente a oscuras por medio de esta oscura contemplación. La cual tiniebla conviene que le dure tanto cuanto sea menester para expeler y aniquilar el hábito que de mucho tiempo tiene en sí formado sobre su manera de entender y, en su lugar, quede la ilustración y luz divina. Y con ello, por cuanto aquella fuerza que tenía de entender antes era natural, se sigue que las tinieblas que aquí padece son profundas y horribles y muy penosas puesto que, como se sienten en la profunda sustancia del espíritu, parecen tinieblas sustanciales.

Ni más ni menos, por cuanto la afección de amor que se le ha de dar en la divina unión de amor es divina, y por eso muy espiritual, sutil y delicada y muy interior, que excede a todo afecto y sentimiento de la voluntad y a todo apetito de ello, conviene que, para que la voluntad pueda llegar a sentir y gustar por unión de amor esta divina afección y deleite tan elevado que no cabe en la voluntad de forma natural, sea primero purgada y aniquilada en todas sus afecciones y sentimientos, dejándola en sequedad y vacío, tanto cuanto conviene según el hábito que tenía de naturales afecciones, así acerca de lo divino como de lo humano. Todo ello se realiza con el fin de que, extenuada y enjuta y bien exprimida en el fuego de esta divina contemplación de todo género de demonio, como el corazón del pez de Tobías en las brasas (Tb. 6, 19) tenga una disposición pura y sencilla y el paladar purgado y sano para sentir los sublimes y delicados toques del divino amor en que se verá transformada divinamente, expelidas ya todas las contrariedades actuales y habituales, como decimos, que antes tenía.


15.3.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (179)



CAPÍTULO 8
Otras penas que afligen al alma en este estado de noche oscura.


1. Pero hay aquí otra cosa que al alma aqueja y la desconsuela mucho y es que, como esta oscura noche la tiene impedidas las potencias y afecciones, ni puede levantar afecto ni mente a Dios, ni le puede rogar, pareciéndole lo que a Jeremías (Lamentaciones. 3, 44), que ha puesto Dios una nube delante para que no pase la oración. Porque esto quiere decir lo que en la autoridad mencionada (Lamentaciones. 3, 9) se muestra: "Atrancó y cerró mis vías con piedras cuadradas". Y si algunas veces ruega, es tan sin fuerza y sin sabor, que le parece que ni lo oye Dios ni hace caso de ello, como también este profeta da a entender en la misma Escritura (Lamentaciones. 3, 8): "Cuando clamare y rogare, ha excluído mi oración". A la verdad no es éste tiempo de hablar con Dios, sino de poner, como dice Jeremías (Lamentaciones. 3, 29), su boca en el polvo, si por ventura le viniese alguna actual esperanza, sufriendo con paciencia su purgación. Dios es el que opera aquí haciendo pasivamente la obra en el alma, por eso ella no puede nada. De donde ni rezar ni asistir con advertencia a las cosas divinas puede, ni menos en las demás cosas y tratos temporales. Tiene no sólo esto, sino también muchas veces tales enajenamientos y tan profundos olvidos en la memoria, que se le pasan muchos ratos sin saber lo que se hizo ni en qué pensó, ni qué es lo que hace ni qué va a hacer, ni puede advertir, aunque quiera, a nada de aquello en que está ocupada.

2. Que, por cuanto aquí no sólo se purga el entendimiento de su lumbre y la voluntad de sus afecciones, sino también la memoria de sus discursos y noticias, conviene también aniquilarla respecto de todas ellas, para que se cumpla lo que de sí dice David (Sal. 72, 22) en esta purgación: "Fui yo aniquilado y no supe". El cual "no saber" se refiere aquí a estas insipiencias y olvidos de la memoria, las cuales enajenaciones y olvidos son causados del interior recogimiento en que esta contemplación absorbe al alma. Porque, para que el alma quede dispuesta y templada a lo divino con sus potencias para la divina unión de amor, convenía que primero fuese absorta con todas ellas en esta divina y oscura luz espiritual de contemplación, y así fuese abstraída de todas las afecciones y aprensiones de criatura, lo cual es singularmente duradero según es la intención. Y así, cuanto esta divina luz impacta de manera más sencilla y pura en el alma, tanto más la oscurece, vacía y aniquila respecto de sus aprensiones y afecciones particulares, así de cosas de arriba como de abajo y también, cuanto menos sencilla y pura impacta, tanto menos la priva y menos oscura le resulta al alma. Que es cosa que parece increíble decir que la luz sobrenatural y divina tanto más oscurece al alma cuanto ella tiene más de claridad y pureza, y cuanto menos clara es sin embargo le parezca menos oscura. Lo cual se entiende bien si consideramos lo que arriba queda probado con la sentencia del Filósofo, conviene a saber: que las cosas sobrenaturales tanto son a nuestro entendimiento más oscuras, cuanto ellas en sí son más claras y manifiestas.

3. Y, para que más claramente se entienda, pondremos aquí una semejanza de la luz natural y común. Vemos que el rayo del sol que entra por la ventana, cuanto más limpio y puro es de átomos, tanto menos claramente se ve, y cuanto más de átomos y motas tiene el aire, tanto parece más claro al ojo y se hace visible. La causa es porque la luz no es la que por sí misma se ve, sino el medio con que se ven las demás cosas que embiste y entonces ella, por la reverberación que hace en ellas, también se la ve, y si no diese en ellas, ni ellas ni ella se verían. De tal manera que, si el rayo del sol entrase por la ventana de un aposento y pasase por otra de la otra parte por en medio del aposento, si no se encontrase con alguna cosa ni hubiese en el aire moléculas en las cuales reverberar, no tendría el aposento más luz que antes, ni el rayo se echaría de ver. Aún antes, si el rayo de luz se discerniese claramente, entonces es que hay más oscuridad por donde está el rayo, porque priva y oscurece algo de la otra luz, y si no hay objetos visibles en los que pueda reverberar entonces el mismo rayo no se vería (nota del actualizador: esta doctrina se fundamenta en Santo Tomas, "De veritate", y es bastante familiar con la de S. Teresa y utilizada por los espirituales de su tiempo).

4. Pues ni más ni menos hace este divino rayo de contemplación en el alma que, embistiendo en ella con su luz divina, excede la natural del alma, y en esto la oscurece y priva de todas las aprensiones y afecciones naturales que antes mediante la luz natural discernía. Y así, no sólo la deja oscura, sino también vacía según las potencias y apetitos, así espirituales como naturales y, dejándola de esta forma vacía y a oscuras, la purga e ilumina con divina luz espiritual. Todo ello se realiza sin pensar el alma que está siendo iluminada por esta luz, sino que está en tinieblas, como hemos dicho del rayo que, aunque está en medio del aposento, si está puro y no tiene en qué impactar no se ve. Pero en esta luz espiritual de la que está embestida el alma, cuando tiene en qué reverberar, esto es, cuando se ofrece alguna cosa que entender espiritual y de perfección o de imperfección, por mínimo átomo que sea, o juicio de lo que es falso o verdadero, luego lo ve y entiende mucho más claramente que antes de que se encontrase en estas oscuridades. Y ni más ni menos se da cuenta de la luz que tiene en su ser espiritual para conocer con facilidad la imperfección que se le ofrece, así como cuando el rayo que hemos dicho está oscuro en el aposento, aunque él no se vea, si se ofrece pasar por él una mano o cualquiera cosa se muestra y se ve la mano, conociendo entonces que estaba allí aquella luz del sol.

5. Por todo ello, por ser esta luz espiritual tan sencilla, pura y general, no afectada ni reducida a ningún particular inteligible natural ni divino -pues acerca de todas estas aprensiones tiene las potencias del alma vacías y aniquiladas-, ocurre que con gran agilidad y facilidad conoce y penetra el alma cualquier cosa de arriba o de abajo que se ofrece. Por eso mismo dijo el Apóstol (1 Cor. 2, 10) que el espiritual todas las cosas penetra, hasta los profundos de Dios. Porque de esta sabiduría general y sencilla se entiende lo que por el Sabio (Sab. 7, 24) dice el Espíritu Santo, es a saber: Que toca por doquier por su pureza, es decir, porque no se reduce a ningún particular inteligible ni afección.

Y ésta es la propiedad del espíritu purgado y aniquilado respecto de todas particulares afecciones e inteligencias que, en este no gustar nada ni entender nada en particular, morando en su vacío y tiniebla, lo abraza todo con gran disposición, para que se verifique en él lo de san Pablo (2 Cor. 6, 10): "Nihil habentes, et omnia possidentes" ("como no teniendo nada, aunque poseyéndolo todo"). Porque tal bienaventuranza se debe a tal pobreza de espíritu.