Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

17.3.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (181)



4. También porque en la mencionada unión a la que la dispone y encamina esta oscura noche, ha de estar el alma llena y dotada de cierta magnificencia gloriosa en la comunicación con Dios, que encierra en sí innumerables bienes de deleites que exceden toda la abundancia que el alma naturalmente puede poseer -ya que en tan débil e impuro natural no la puede recibir porque, según dice Isaías (64, 4), "ni ojo lo vio, ni oído lo oyó, ni cayó en corazón humano lo que aparejó", etc.-, conviene que primero sea puesta el alma en vacío y pobreza de espíritu, purgándola de todo apego, consuelo y aprensión natural acerca de todo lo de arriba y de abajo con el fin de que, así vacía, esté lo suficientemente pobre de espíritu y desnuda del hombre viejo para poder vivir aquella nueva y bienaventurada vida que por medio de esta noche se alcanza, que es el estado de la unión con Dios.

5. Y puesto que el alma ha de llegar a tener un sentido y comunicación divina muy generosa y sabrosa respecto de todas las cosas divinas y humanas que superan el común sentir y saber natural del alma (a las cuales mirará con ojos tan diferentes que antes como difiere el espíritu del sentido y lo divino de lo humano), le conviene al espíritu ejercitarse y curtirse para desprenderse del común y natural sentir, poniéndolo por medio de esta purgativa contemplación en una gran angustia y aprieto, y a la memoria muy lejos de toda amigable y pacífica noticia, con sentido interior y temple de peregrinación y migración de todas las cosas, en que le parece que todas son extrañas y de otra manera a como solían ser.

Y de esta forma en esto va sacando esta noche al espíritu de su ordinario y común sentir de las cosas, para llevarle a sentido divino, el cual es extraño y ajeno de toda humana manera. Aquí le parece al alma que anda fuera de sí en penas. Otras veces piensa si es encantamiento el que tiene o embelesamiento, y anda maravillada de las cosas que ve y oye, pareciéndole muy peregrinas y extrañas, siendo las mismas que solía tratar antes comúnmente. Estos síntomas son causa del irse ya haciendo remota el alma y ajena del común sentido y noticia respecto de las cosas comunes para que, aniquilada en éste aspecto, quede informada en el divino, que es más de la otra vida que de ésta.

6. Todas estas aflictivas purgaciones del espíritu para reengendrarlo en vida de espíritu por medio de esta divina influencia las padece el alma, y con estos dolores viene a parir el espíritu de salud. En este fin se cumple entonces la sentencia de Isaías (26, 17-18) que dice: "De tu faz, Señor, concebimos, y estuvimos con dolores de parto, y parimos el espíritu de salud".

Además de esto, debido a que por medio de esta noche contemplativa se dispone el alma para llegar a la tranquilidad y paz interior, que es tal y tan deleitable que, como dice la Iglesia, excede todo sentido (Flp. 4, 7), le conviene al alma que toda la paz primera -la cual, por cuanto estaba envuelta con imperfecciones, no era paz, aunque a la dicha alma le parecía serlo porque andaba a su sabor, que era paz, paz, como dos voces, esto es, que tenía ya adquirida la paz del sentido y del espíritu, según se veía llena de abundancias espirituales aunque esta paz del sentido y del espíritu aún es, como digo, imperfecta-, sea primero purgada en ella y quitada y perturbada de la paz, como lo sentía y lloraba Jeremías en el texto que de él mostramos para declarar las calamidades de esta noche pasada, diciendo: "Quitada y despedida está mi alma de la paz" (Lamentaciones. 3, 17).

7. Esta es una penosa turbación que trae consigo muchos recelos, imaginaciones y combates que tiene el alma dentro de sí en la cual, con la aprehensión y sentimiento de las miserias en que se ve, sospecha que está perdida y acabados sus bienes para siempre. De aquí es que trae en el espíritu un dolor y gemido tan profundo que le causa fuertes rugidos y bramidos espirituales, pronunciándolos a veces por la boca, y resolviéndose en lágrimas cuando hay fuerza y virtud para poderlo hacer, aunque las menos veces llega este alivio.

David declara muy bien esto, como quien tan bien lo experimentó, en un salmo (37, 9) diciendo: "Fui muy afligido y humillado, rugía del gemido de mi corazón". El cual rugido es cosa de gran dolor porque algunas veces, con la súbita y aguda memoria de estas miserias en que se ve el alma, tanto se levanta y se ve cercada en dolor y pena las afecciones del alma que no encuentro la forma en la que se podría dar a entender sino por la semejanza que el profeta Job (3, 24), estando en este mismo trabajo, por estas palabras dice: "De la manera que son las avenidas de las aguas, así el rugido mío". Porque así como algunas veces las aguas hacen tales avenidas que todo lo anegan y llenan, así este rugido y sentimiento del alma algunas veces aumenta tanto que, anegándola y traspasándola toda, llena de angustias y dolores espirituales todos sus afectos profundos y fuerzas de una forma que es superior a todo lo que se puede estimar.

8. Tal es la obra que en ella hace esta noche encubridora de las esperanzas de la luz del día. Porque a este propósito dice también el profeta Job (30, 17): "En la noche es horadada mi boca con dolores, y los que me comen no duermen". Y aquí por la boca se entiende la voluntad, la cual es traspasada con estos dolores que en su labor de despedazar al alma ni cesan ni duermen, porque las dudas y recelos que así traspasan al alma nunca duermen.

9. Profunda es esta guerra y combate, debido a que la paz que espera habrá de ser muy profunda también. Y asimismo el dolor espiritual es íntimo y afilado, porque el amor que ha de poseer ha de ser también muy íntimo y apurado. Esto se debe a que cuanto más íntima y esmerada ha de ser y quedar la obra, tanto más íntima, esmerada y pura ha de ser la labor, y tanto más fuerte cuando el edificio es más firme. Por eso, como dice Job (30, 16. 27), se está marchitando en sí misma el alma, e hirviendo sus interiores sin alguna esperanza.

Y ni más ni menos, porque el alma ha de llegar a poseer y gozar en el estado de perfección -al cual por medio de esta purgativa noche camina- a innumerables bienes de dones y virtudes, así según la sustancia del alma como también según las potencias de ella. Por lo tanto conviene que primero generalmente se vea y sienta ajena y privada de todos ellos y vacía y carente de ellos, y le parezca que de ellos está tan lejos que no se pueda persuadir que jamás ha de alcanzar esos dones y virtudes, sino que todo bien se le acabó, como también lo da a entender Jeremías en el mencionado texto (Lamentaciones. 3, 17), cuando dice: "Olvidado estoy de los bienes".

10. Pero veamos ahora cuál es la causa por la que siendo esta luz de contemplación tan suave y amigable para el alma, hasta tal punto que no es necesario desear más -pues, como arriba queda dicho, es la misma con que se ha de unir el alma y hallar en ella todos los bienes en el estado de la perfección que desea-, le cause con su influencia e impacto unos inicios tan penosos, así como unos esquivos efectos como aquí hemos dicho.

11. A esta duda fácilmente se responde diciendo lo que ya en parte hemos explicado, y es que la causa de esto se debe a que no hay de parte de la contemplación e infusión divina cosa que de suyo pueda dar pena, antes más bien mucha suavidad y deleite -como después se dirá-, sino que la causa de estas penurias que se sienten es debido a la flaqueza e imperfección que en ese momento tiene el alma, así como a las disposiciones que en sí tiene y los movimientos contrarios que ejerce para recibirlos, en los cuales impactando la dicha lumbre divina se produce entonces la confrontación en la cual ha de padecer el alma de la manera ya mencionada.







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