Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

16.3.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (180)



CAPÍTULO 9
De qué manera aunque esta noche oscurece al espíritu, es para ilustrarle y darle luz.


1. Resta, pues, decir aquí que en esta dichosa noche, aunque oscurece el espíritu, no lo hace sino con el fin de darle luz en todas las cosas y, aunque lo humilla y pone miserable, no es sino para ensalzarle y levantarle. Además aunque le empobrece y vacía de toda posesión y afección natural, no es sino para que divinamente pueda extender a gozar y gustar de todas las cosas de arriba y de abajo, siendo con auténtica y general libertad de espíritu en todo.

Porque, así como los elementos para que se comuniquen en todos los compuestos y entes naturales, conviene que con ninguna particularidad de color, olor ni sabor estén afectados, para poder concurrir con todos los sabores, olores y colores, así al espíritu le conviene estar sencillo, puro y desnudo de todas formas de afecciones naturales, tanto actuales como habituales, para poder comunicar con libertad con la anchura del espíritu en la divina Sabiduría, en donde por su limpieza gusta todos los sabores de todas las cosas con cierta eminencia de excelencia. Y sin esta purgación de ninguna manera podrá sentir ni gustar la satisfacción de toda esta abundancia de sabores espirituales, porque una sola afición que tenga o particularidad a que esté el espíritu asido, actual o habitualmente, basta ya para no sentir ni gustar ni comunicar la delicadeza e íntimo sabor del espíritu de amor, que contiene en sí todos los sabores con gran eminencia [nota: también procede de la filosofía aristotélico-tomista la teoría sobre los elementos sin color, olor ni sabor: comentario de S. Tomás al "De generatione" de Aristóteles 2, 2.].

2. Porque, así como los hijos de Israel, sólo porque les había quedado una sola afición y recuerdo de las carnes y comidas de Egipto (Ex. 16, 3), no podían gustar del delicado pan de ángeles en el desierto, que era el maná, el cual, como dice la divina Escritura (Sab. 16, 21), tenía suavidad de todos los gustos y se convertía al agrado que cada uno quería, así no puede llegar a gustar los deleites del espíritu de libertad, según la voluntad desea, el espíritu que todavía estuviere afectado con alguna afición actual o habitual, o con particulares inteligencias o cualquiera otra aprehensión.

La razón de esto es porque las afecciones, sentimientos y aprehensiones del espíritu perfecto, puesto que son divinas, son de otra suerte y género tan diferente de lo natural y de lo evidente que, para poseer las unas actual y habitualmente, habitual y actualmente se han de expeler y aniquilar las otras, como hacen dos contrarios, que no pueden estar juntos en un mismo sujeto. Por tanto, conviene mucho y es necesario para que el alma haya de pasar a estas grandezas, que esta noche oscura de contemplación la aniquile y deshaga primero en sus bajezas, poniéndola a oscuras, seca, exprimida y vacía, ya que la luz que se le ha de comunicar es una altísima luz divina que excede toda luz natural, por lo que la cual no cabe naturalmente en el entendimiento.

3. Y por ello conviene que, para que el entendimiento pueda llegar a unirse con esa luz y hacerse divino en el estado de perfección, sea primero purgado y aniquilado en su lumbre natural, poniéndole actualmente a oscuras por medio de esta oscura contemplación. La cual tiniebla conviene que le dure tanto cuanto sea menester para expeler y aniquilar el hábito que de mucho tiempo tiene en sí formado sobre su manera de entender y, en su lugar, quede la ilustración y luz divina. Y con ello, por cuanto aquella fuerza que tenía de entender antes era natural, se sigue que las tinieblas que aquí padece son profundas y horribles y muy penosas puesto que, como se sienten en la profunda sustancia del espíritu, parecen tinieblas sustanciales.

Ni más ni menos, por cuanto la afección de amor que se le ha de dar en la divina unión de amor es divina, y por eso muy espiritual, sutil y delicada y muy interior, que excede a todo afecto y sentimiento de la voluntad y a todo apetito de ello, conviene que, para que la voluntad pueda llegar a sentir y gustar por unión de amor esta divina afección y deleite tan elevado que no cabe en la voluntad de forma natural, sea primero purgada y aniquilada en todas sus afecciones y sentimientos, dejándola en sequedad y vacío, tanto cuanto conviene según el hábito que tenía de naturales afecciones, así acerca de lo divino como de lo humano. Todo ello se realiza con el fin de que, extenuada y enjuta y bien exprimida en el fuego de esta divina contemplación de todo género de demonio, como el corazón del pez de Tobías en las brasas (Tb. 6, 19) tenga una disposición pura y sencilla y el paladar purgado y sano para sentir los sublimes y delicados toques del divino amor en que se verá transformada divinamente, expelidas ya todas las contrariedades actuales y habituales, como decimos, que antes tenía.







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