Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

21.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (129)




CAPÍTULO 24.
Se muestran el tercer género de atributos en que puede la voluntad poner la afección del gozo, que son los sensuales. Se explica los que son y sus géneros, y cómo se ha de enderezar la voluntad a Dios purgándose de este gozo.


1. Sigue ahora tratar del gozo acerca de los bienes sensuales, que es el tercer género de atributos o bienes de los que pueden estar dotadas las personas y en que decíamos poder gozarse la voluntad. Y es de notar que por bienes sensuales entendemos aquí todo aquello que en esta vida puede llegar al sentido de la vista, del oído, del olfato, gusto y tacto, y de la fantasía interior del discurso imaginario, ya que todo pertenece a los sentidos corporales, interiores y exteriores.

2. Y para oscurecer y purgar la voluntad del gozo acerca de estos objetos sensibles, encaminándola a Dios por ellos, es necesario presuponer una verdad, la cual es: que, como muchas veces hemos dicho, el sentido de la parte inferior del hombre, que es del que estamos tratando, no es ni puede ser capaz de conocer ni comprehender a Dios como Dios es. De manera que ni el ojo le puede ver ni cosa que se parezca a el, ni el oído puede oír su voz ni sonido que se le parezca, ni el olfato puede oler olor tan suave, ni el gusto alcanza sabor tan sublime y sabroso, ni el tacto puede sentir toque tan delicado y tan deleitable ni cosa semejante, y ni siquiera puede caber en pensamiento ni imaginación su forma, ni figura alguna que le represente, diciendolo Isaías (64, 4; 1 Cor. 2, 9) así: Que ni ojo le vio, ni oído le oyó, ni lo abarca el corazón del ser humano.

3. Y es aquí de notar que los sentidos pueden recibir gusto o deleite, o de parte del espíritu, mediante alguna comunicación (que recibe de Dios interiormente), o de parte de las cosas exteriores comunicadas a los sentidos. Y, según lo dicho, ni por vía del espíritu ni por la del sentido puede conocer a Dios la parte sensitiva y material -es decir, carnal- porque, no teniendo ella habilidad que llegue a tanto, recibe lo espiritual sensitiva y sensualmente, y no más (puesto que no puede pasar de ahí en su materialidad). De lo cual si la voluntad se dedicara en gozarse del gusto causado de alguna de estas aprehensiones sería vanidad, por lo menos, e impedir la fuerza de la voluntad que debería emplearse en Dios, y ponerse su gozo sólo en Él. Lo cual no puede ella hacer enteramente si no es purgándose y oscureciendose del gozo acerca de este género, como de los demás.

4. Dije con advertencia que si parase el gozo en algo de lo dicho, sería vanidad, porque cuando no se detiene en eso, sino que, luego que siente la voluntad el gusto de lo que oye, ve y trata, se levanta a gozar en Dios y le es motivo y fuerza para eso, muy bueno es. Y entonces no sólo no se han de evitar las tales mociones cuando causan esta devoción y oración, mas se pueden aprovechar de ellas, y aún debe recurrirse a ellas para tan santo ejercicio. Porque hay almas que se mueven mucho en Dios por los objetos sensibles. Pero ha de haber mucho recato en esto, mirando los efectos que de ahí sacan, porque muchas veces muchos espirituales usan de las dichas recreaciones de sentidos con pretexto de oración y de darse a Dios, y es de manera que más se puede llamar recreación que oración y darse gusto a sí mismos más que a Dios, y la intención que tienen aunque sea para Dios, el efecto que sacan es para la recreación sensitiva, por lo que logran más flaqueza de imperfección que avivar la voluntad y entregarla a Dios.

5. Por lo cual quiero poner aquí una máxima para que se vea cuándo dichos sabores de los sentidos hacen provecho y cuándo no. Y es que todas las veces que, oyendo músicas u otras cosas, y viendo cosas agradables, y oliendo suaves olores, y gustando algunos sabores y delicados toques, luego al primer movimiento se pone la atención, la comunicación y afección de la voluntad en Dios, dándole más gusto a aquella comunicación que al motivo sensual que se la causa, y no gusta del tal motivo sino por eso, es señal que saca provecho de lo dicho y que le ayuda lo tal sensitivo al espíritu. Y en esta manera se puede usar, porque entonces sirven los sensibles al fin para que Dios los creó y dio, que es para ser por ellos más amado y conocido. Y es aquí de saber que aquel a quien estos sensibles hacen el puro efecto espiritual que digo, no por eso tiene apetito, ni se le da casi nada por ellos, aunque cuando se le ofrecen le dan mucho gusto, por el gusto que tengo dicho que de Dios les causan. Y así no son solicitados por causa de su mismo gusto sino para con Dios, y cuando se les ofrecen, como digo, luego pasa la voluntad de ellos, los deja y se pone en Dios.

6. La causa de no conseguir muchos de estos motivos de goce con motivos sensuales para elevarse a Dios es que, aunque le ayudan para ir a Dios, como el espíritu que tiene esta prontitud de ir con todo y por todo a Dios está tan cebado y prevenido y satisfecho con el espíritu de Dios, no echa menos nada ni le apetece otra cosa. Y si lo apetece para esto, luego se le pasa y se le olvida, y no hace caso de este tipo de goces sensuales.
Pero el que no sintiere esta libertad de espíritu en las dichas cosas y gustos sensibles, sino que su voluntad se detiene en estos gustos y se ceba de ellos, daño le hacen y debe apartarse de usarlos. Porque, aunque con la razón se quiera ayudar de ellos para ir a Dios, todavía, por cuanto el apetito gusta de ellos según lo sensual, y conforme al gusto siempre es el efecto, más cierto es hacerle estorbo que ayuda, y más daño que provecho. Y cuando viere que reina en sí el apetito de las tales recreaciones, debe mortificarlo, porque cuanto más fuerte fuese más de imperfección y flaqueza posee.

7. Debe, pues, el espiritual en cualquier gusto que de parte del sentido se le ofreciere, ahora sea por casualidad, ahora de intento o buscándolo, aprovecharse de él sólo para Dios, levantando a Él el gozo del alma para que su gozo sea útil y provechoso y perfecto, advirtiendo que todo gozo que no es en negación y aniquilación de otro cualquiera gozo, aunque sea de cosa al parecer muy elevada, es vano y sin provecho y estorba para la unión de la voluntad en Dios.


20.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (128)



CAPÍTULO 23.
Se explican los provechos que obtiene el alma al no poner el gozo en los bienes naturales.


1. Muchos son los provechos que logra el alma al apartar su corazón de semejante gozo porque, además que dispone para el amor de Dios y el ejercicio de las otras virtudes, directamente da lugar a la humildad para sí mismo y a la caridad general para con los prójimos. Y es que no aficionándose a ninguna persona por los bienes naturales aparentes, que son engañadores, le queda el alma libre y clara para amarlos a todos racional y espiritualmente, como Dios quiere que sean amados. En lo cual se conoce que ninguno merece amor si no es por la virtud que hay en él. Y cuando de esta suerte se ama, es muy según Dios y aún con mucha libertad; y si es con asimiento, es con mayor asimiento de Dios, porque entonces cuanto más crece este amor, tanto más crece el de Dios, y cuanto más el de Dios, tanto más esta caridad para con el prójimo, porque de lo que es en Dios es una misma razón y una misma la causa.

2. Le sigue además otro excelente provecho al negar este género de gozo, y es que cumple y guarda el consejo de Nuestro Salvador, que dice por san Mateo (16, 24) que el que quisiere seguirle se niegue a sí mismo. Lo cual en ninguna manera podría hacer el alma si pusiese el gozo en sus bienes naturales, porque el que hace algún caso de sí no se niega ni sigue a Cristo.

3. Hay otro gran provecho en negar este género de gozo, y es que causa en el alma una gran tranquilidad y evacua las digresiones, logrando recogimiento en los sentidos, mayormente en los ojos. Porque, no queriendo gozarse en eso, ni quiere mirar ni dar los demás sentidos a esas cosas, por no ser atraído ni enlazado de ellas, ni gastar tiempo ni pensamiento en ellas. Es un hecho semejante a las serpientes prudentes, que al tapar sus oídos para no oír a los encantadores evitan así que les hagan alguna manipulación (Sal. 57, 5). Porque guardando las puertas del alma, que son los sentidos, mucho se guarda y aumenta la tranquilidad y pureza de esa misma alma.

4. Hay otro provecho no menor en los que ya están avanzados en la mortificación de este género de gozo, y es que los objetos y las noticias amargas o/y desagradables no les hacen la impresión e impureza que a los que todavía les contenta algo de esto. Y, por eso, a la negación y mortificación de este gozo se le sigue la espiritual limpieza de alma y cuerpo, esto es, de espíritu y sentido, y va teniendo conveniencia angelical con Dios, haciendo a su alma y a su cuerpo digno templo del Espíritu Santo. Lo cual no puede ser así si su corazón se gozase en los bienes y gracias naturales, puesto que para esto no es menester consentimiento ni memoria de cosa fea, pues el gozo que se recibe admirando la belleza física y sensual basta para la impureza del alma y sentido con la comunicación de lo tal, pues que dice el Sabio (Sab. 1, 5) que el Espíritu Santo se apartará de los pensamientos que no son de entendimiento, esto es, de la razón superior en orden a Dios.

5. Otro provecho general se le sigue, y es que, además que se libra de los males y daños que acabamos de mencionar, esquiva también las vanidades sin cuento y los muchos otros daños, así espirituales como temporales, y mayormente de caer en la poca estima que son tenidos todos aquellos que son vistos gozarse o preciarse de las dichas partes naturales, suyas o ajenas. Y así son tenidos y estimados por cuerdos y sabios, como de verdad lo son, todos aquellos que no hacen caso de estas cosas, sino de aquello de que gusta Dios.

6. De los mencionados provechos se añade también este último, que es un generoso bien del alma, tan necesario para servir a Dios como es la libertad del espíritu, con que fácilmente se vencen las tentaciones, y se pasan bien los trabajos y crecen prósperamente las virtudes.


19.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (127)



3. Pero, volviendo a hablar de aquel segundo daño (el mueve el sentido a complacencia y deleite sensual y lujuria), que contiene en sí daños innumerables, aunque no se pueden comprehender con la escritura ni dar cuenta de su gravedad con las palabras, no es oscuro ni oculto hasta dónde llegue y cuánta sea esta desventura nacida del gozo puesto en las gracias y hermosura natural, pues que cada día por esta causa se ven tantas muertes de hombres, tantas honras perdidas, tantos insultos hechos, tantas haciendas disipadas, tantas emulaciones y contiendas, tantos adulterios, estupros y fornicios cometidos y tantos santos caídos en el suelo, que se podrían comparar a la tercera parte de las estrellas del cielo derribadas con la cola de aquella serpiente en la tierra (Ap. 12, 4); el oro fino, perdido su primor y lustre, en el cieno; y los ínclitos y nobles de Sión, que se vestían de oro primo, estimados en vasos de barro quebrados, hechos tiestos (Lm. 4, 1­2).

4. ¿Hasta dónde no llega la ponzoña de este daño? ¿Y quién no bebe o poco o mucho de este cáliz dorado de la mujer babilónica del Apocalipsis (17, 4)? Que al sentarse ella sobre aquella gran bestia, que tenía siete cabezas y diez coronas, da a entender que apenas hay alto ni bajo, ni santo ni pecador que no le dé a beber de su vino, sujetando en algo su corazón pues, como allí se dice de ella (17, 2), fueron embriagados todos los reyes de la tierra del vino de su prostitución. Y a todos los estados coge, hasta el supremo e ínclito del santuario y divino sacerdocio, asentando su abominable vaso, como dice Daniel (9, 27), en el lugar santo; apenas dejando fuerte que poco o mucho no le dé a beber del vino de este cáliz, que es este vano gozo. Que, por eso, dice que "todos los reyes de la tierra fueron embriagados de este vino", pues tan pocos se hallarán que, aún por santos que hayan sido, no les haya embelesado y trastornado en algo o de alguna forma esta bebida del gozo y gusto de la hermosura y gracias naturales.

5. Donde es de notar el decir que se embriagaron porque, por poco que se beba del vino de este gozo, luego al punto se ata a él al corazón, y embelesa y hace el daño de oscurecer la razón, como a los atrapados por el vino. Y es de manera que, si luego no se toma alguna triaca contra este veneno para que se eche fuera presto, peligro corre la vida del alma. Porque, tomando fuerzas la flaqueza espiritual, le traerá a tanto mal que, como Sansón (Ju. 16, 19), sacados los ojos de su vista y cortados los cabellos de su primera fortaleza, se verá moler en las atahonas, cautivo entre sus enemigos y después, por ventura, morir la segunda muerte, como él con ellos, causándole todos estos daños la bebida de este gozo espiritualmente, como a él corporalmente se los causó y causa hoy a muchos. Y tras lo cual le vayan a decir sus enemigos, no sin gran confusión suya: "¿Eres tú el que rompías los lazos doblados, desquijarrabas los leones, matabas los mil filisteos y arrancabas los postigos, y te librabas de todos tus enemigos?" (nota del corrector: que sería semejante a decir "¿eres tú el santo que daba sermones, aconsejabas cómo evitar la lascivia, y he aquí retorciéndote en el cieno apestoso por la seducción de una mujer?").

6. Concluyamos, pues, poniendo el argumento necesario contra esta ponzoña, que es: luego que el corazón se sienta mover de este vano gozo de bienes naturales y/o atractivos físicos, se acuerde cuán vana cosa es gozarse de otra cosa que no sea la de servir a Dios y cuán peligrosa y perniciosa, considerando cuánto daño fue para los ángeles gozarse y complacerse de su hermosura y bienes naturales, pues por esto cayeron en los terribles abismos, y cuántos males producen a los hombres cada día por esa misma vanidad. Por eso se deben animar a tomar con tiempo el remedio que dice el poeta a los que comienzan a aficionarse a tales encantamientos: "date prisa ahora al principio a poner remedio, porque cuando los males han tenido tiempo de crecer en el corazón, tarde viene el remedio y la medicina". No mires al vino, dice el Sabio (Pv. 23, 31­32), cuando su color está rubicundo y resplandece en el vaso, porque entra blandamente, pero luego muerde como serpiente y derrama venenos como el regulo.


18.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (126)



CAPÍTULO 22.
Se muestran los daños que sufre el alma al poner el gozo de la voluntad en los bienes naturales.


1. Aunque muchos de estos daños y provechos que voy contando en estos géneros de gozos son comunes a todos, y ya que directamente siguen al gozo y es propio de este, aunque el gozo sea de cualquier género de estas seis divisiones que voy tratando, en cada una digo algunos daños y provechos que también se hallan en la otra por ser, como digo, cercanos al gozo que se relaciona con el resto. Mas mi principal intento es decir los daños y provechos específicos acerca de cada cosa, por el gozo o no gozo de ella, que le siguen al alma, los cuales llamo particulares o específicos porque de tal manera primaria e inmediatamente se causan de tal género de gozo, que no se causan del otro sino secundaria y mediante otros. Ejemplo: el daño de la tibieza del espíritu, de todo y de cualquier género de gozo se causa directamente, y así este daño es a todos estos seis géneros general. Pero el fornicio es daño particular, que sólo directamente sigue al gozo de los bienes naturales que vamos diciendo.

2. Los daños, pues, espirituales y corporales que directa y efectivamente le producen al alma cuando pone el gozo en los bienes naturales se reducen a seis daños principales.
El primero es vanagloria, presunción, soberbia y desestima del prójimo; porque no puede uno poner los ojos de la estimación en una cosa que no los quite de las demás. De lo cual se sigue, por lo menos, desestima real de las demás cosas. Y es que como es lógico, poniendo la estimación en una cosa, se recoge el corazón de las demás cosas en aquella que estima, y de este desprecio real es muy fácil caer en el intencional y voluntario de algunas cosas del resto, de forma particular o en general, no sólo en el corazón, sino mostrándolo con la lengua, diciendo: tal o tal cosa, tal o tal persona no es como tal o tal.
El segundo daño es que mueve el sentido a complacencia y deleite sensual y lujuria.
El tercer daño es hacer caer en adulación y alabanzas vanas, en que hay engaño y vanidad, como dice Isaías (3, 12): "Pueblo mío, el que te alaba te engaña". Y la razón es porque, aunque algunas veces dicen verdad alabando gracias y hermosura de una persona, todavía sería raro el no dejar allí envuelto algún daño, o haciendo caer al otro en vana complacencia y gozo, y llevando allí sus afectos e intenciones imperfectas.
El cuarto daño es general, porque se embota mucho la razón y el sentido del espíritu también como en el gozo de los bienes temporales, y aun en cierta manera mucho más porque como los bienes naturales son más conjuntos (o conlindantes) al hombre que los temporales, con más eficacia y presteza hace el gozo de los tales impresión y huella en el sentido y más frecuentemente le embelesa. Y así, la razón y juicio no quedan libres, sino nublados y enturbiados con aquella afección de gozo muy conjuntado.
Y de aquí nace el quinto daño, que es distracción de la mente en criaturas.
Y de aquí nace y se sigue la tibieza y flojedad de espíritu, que es el sexto daño, también general, que suele llegar a tanto que tenga tedio grande y tristeza en las cosas de Dios, hasta venirlas a aborrecer.
Pierdese en este gozo infaliblemente el espíritu puro, por lo menos al principio, porque si algún atisbo de espíritu se siente, será muy sensible y grosero, poco espiritual y poco interior y recogido, consistiendo más en gusto sensitivo que en fuerza de espíritu. Porque, pues el espíritu está tan bajo y débil que así no apaga el hábito del tal gozo (porque, para no tener el espíritu puro, basta tener este hábito imperfecto, aunque, cuando se ofrezca, no consienta siquiera en los actos del gozo), más debe vivir, en cierta manera, en la flaqueza del sentido que en la fuerza del espíritu; si no, en la fortaleza y perfección que tuviere en las ocasiones lo verá (nota del corrector: es decir, la energía y decisión en negar el gozo o en evitar la caída en éste nos dirá la fortaleza de espíritu que realmente tenemos). Aunque no niego que puede haber muchas virtudes con hartas imperfecciones, mas con estos gozos no apagados no puede haber puro ni sabroso espíritu interior, porque reina la carne, que milita contra el espíritu (Gl. 5, 17), y aunque no sienta daño el espíritu, por lo menos se le causa ocultamente distracción.


17.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (125)



CAPÍTULO 21.
Se muestra cómo es vanidad poner el gozo de la voluntad en los bienes naturales, y cómo se ha de enderezar hacia Dios por ellos.


1. Por bienes naturales entendemos aquí hermosura, gracia, donaire, complexión corporal y todas las demás dotes corporales; y también en el alma, como buen entendimiento, discreción, con las demás cosas que pertenecen a la razón.
En todo lo cual poner la persona el gozo, simplemente porque ese personaje esté dotado de alguna de esas particularidades o beneficios, y no dar antes gracias a Dios, que las da para ser por ellas más conocido y amado, sino que sólo por eso gozarse de poseer ese bien, es vanidad y engaño, como lo dice Salomón (Pv. 31, 30): "Engañosa es la gracia y vana la hermosura; la que teme a Dios, esa será alabada". En lo cual se nos enseña que antes en estos dones naturales debe la persona sentir recelo, pues por ellos puede el ser humano fácilmente distraerse del amor de Dios y caer en vanidad, atraído de ellos, y ser engañado. Que, por eso, dice que la gracia corporal es engañadora, porque en la vía al hombre engaña y le atrae a lo que no le conviene, por vano gozo y complacencia de sí o del que la tal gracia tiene, y también menciona que "la hermosura es vana", pues que a la persona hace caer de muchas maneras cuando la estima y en ella se goza, ya que sólo se debe gozar en si sirve a Dios en el o en otros por él. Por todo ello antes esa tal persona debe temer y recelarse para que no, incluso, sean causa precisamente esos sus dones y gracias naturales que Dios sea ofendido por ellas, por su vana presunción o por extrema afición poniendo los ojos en ellas.
Por lo cual debe tener recato y vivir con cuidado el que tuviere las tales partes, que no le dé causa a alguno, por su vana ostentación, que llegue a apartarse un punto de Dios su corazón. Porque estas gracias y dones de naturaleza son tan provocativas y ocasionadas, así al que las posee como al que las mira, que apenas hay quien se escape de algún lacillo y liga de su corazón en ellas. Donde, por este temor, hemos visto que muchas personas espirituales, que tenían algunas partes de estos dones, alcanzaron de Dios con oraciones que las desfigurase con el fin de no ser causa y ocasión a sí o a otras personas de alguna afición o gozo vano.

2. Debe, por lo tanto, el espiritual de purgar y oscurecer su voluntad en este vano gozo, advirtiendo que la hermosura y todas las demás partes naturales son tierra, y que de ahí vienen y a la tierra vuelven, y que la gracia y donaire es humo y aire de esa tierra, y que, para no caer en vanidad, lo ha de tener por tal y por tal estimarlo, y en estas cosas enderezar el corazón a Dios en gozo y alegría de que Dios es en sí todas esas hermosuras y gracias eminentísimamente, en infinito sobre todas las demás criaturas y que, como dice David (Sal. 101, 27), todas ellas, como la vestidura, se envejecerán y pasarán, y sólo el Señor permanece inmutable para siempre. Y por eso, si en todas las cosas no enfocara a Dios su gozo, siempre será un gozo falso y con engaño, porque de este tal gozo se entiende en aquel dicho de Salomón (Ecli. 2, 2), que dice hablando sobre el gozo acerca de las criaturas: "Al gozo dije: ¿Por qué te dejas engañar en vano?"; esto es, cuando se deja atraer (o incluso atrapar) de las criaturas el corazón.