Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

18.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (126)



CAPÍTULO 22.
Se muestran los daños que sufre el alma al poner el gozo de la voluntad en los bienes naturales.


1. Aunque muchos de estos daños y provechos que voy contando en estos géneros de gozos son comunes a todos, y ya que directamente siguen al gozo y es propio de este, aunque el gozo sea de cualquier género de estas seis divisiones que voy tratando, en cada una digo algunos daños y provechos que también se hallan en la otra por ser, como digo, cercanos al gozo que se relaciona con el resto. Mas mi principal intento es decir los daños y provechos específicos acerca de cada cosa, por el gozo o no gozo de ella, que le siguen al alma, los cuales llamo particulares o específicos porque de tal manera primaria e inmediatamente se causan de tal género de gozo, que no se causan del otro sino secundaria y mediante otros. Ejemplo: el daño de la tibieza del espíritu, de todo y de cualquier género de gozo se causa directamente, y así este daño es a todos estos seis géneros general. Pero el fornicio es daño particular, que sólo directamente sigue al gozo de los bienes naturales que vamos diciendo.

2. Los daños, pues, espirituales y corporales que directa y efectivamente le producen al alma cuando pone el gozo en los bienes naturales se reducen a seis daños principales.
El primero es vanagloria, presunción, soberbia y desestima del prójimo; porque no puede uno poner los ojos de la estimación en una cosa que no los quite de las demás. De lo cual se sigue, por lo menos, desestima real de las demás cosas. Y es que como es lógico, poniendo la estimación en una cosa, se recoge el corazón de las demás cosas en aquella que estima, y de este desprecio real es muy fácil caer en el intencional y voluntario de algunas cosas del resto, de forma particular o en general, no sólo en el corazón, sino mostrándolo con la lengua, diciendo: tal o tal cosa, tal o tal persona no es como tal o tal.
El segundo daño es que mueve el sentido a complacencia y deleite sensual y lujuria.
El tercer daño es hacer caer en adulación y alabanzas vanas, en que hay engaño y vanidad, como dice Isaías (3, 12): "Pueblo mío, el que te alaba te engaña". Y la razón es porque, aunque algunas veces dicen verdad alabando gracias y hermosura de una persona, todavía sería raro el no dejar allí envuelto algún daño, o haciendo caer al otro en vana complacencia y gozo, y llevando allí sus afectos e intenciones imperfectas.
El cuarto daño es general, porque se embota mucho la razón y el sentido del espíritu también como en el gozo de los bienes temporales, y aun en cierta manera mucho más porque como los bienes naturales son más conjuntos (o conlindantes) al hombre que los temporales, con más eficacia y presteza hace el gozo de los tales impresión y huella en el sentido y más frecuentemente le embelesa. Y así, la razón y juicio no quedan libres, sino nublados y enturbiados con aquella afección de gozo muy conjuntado.
Y de aquí nace el quinto daño, que es distracción de la mente en criaturas.
Y de aquí nace y se sigue la tibieza y flojedad de espíritu, que es el sexto daño, también general, que suele llegar a tanto que tenga tedio grande y tristeza en las cosas de Dios, hasta venirlas a aborrecer.
Pierdese en este gozo infaliblemente el espíritu puro, por lo menos al principio, porque si algún atisbo de espíritu se siente, será muy sensible y grosero, poco espiritual y poco interior y recogido, consistiendo más en gusto sensitivo que en fuerza de espíritu. Porque, pues el espíritu está tan bajo y débil que así no apaga el hábito del tal gozo (porque, para no tener el espíritu puro, basta tener este hábito imperfecto, aunque, cuando se ofrezca, no consienta siquiera en los actos del gozo), más debe vivir, en cierta manera, en la flaqueza del sentido que en la fuerza del espíritu; si no, en la fortaleza y perfección que tuviere en las ocasiones lo verá (nota del corrector: es decir, la energía y decisión en negar el gozo o en evitar la caída en éste nos dirá la fortaleza de espíritu que realmente tenemos). Aunque no niego que puede haber muchas virtudes con hartas imperfecciones, mas con estos gozos no apagados no puede haber puro ni sabroso espíritu interior, porque reina la carne, que milita contra el espíritu (Gl. 5, 17), y aunque no sienta daño el espíritu, por lo menos se le causa ocultamente distracción.


17.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (125)



CAPÍTULO 21.
Se muestra cómo es vanidad poner el gozo de la voluntad en los bienes naturales, y cómo se ha de enderezar hacia Dios por ellos.


1. Por bienes naturales entendemos aquí hermosura, gracia, donaire, complexión corporal y todas las demás dotes corporales; y también en el alma, como buen entendimiento, discreción, con las demás cosas que pertenecen a la razón.
En todo lo cual poner la persona el gozo, simplemente porque ese personaje esté dotado de alguna de esas particularidades o beneficios, y no dar antes gracias a Dios, que las da para ser por ellas más conocido y amado, sino que sólo por eso gozarse de poseer ese bien, es vanidad y engaño, como lo dice Salomón (Pv. 31, 30): "Engañosa es la gracia y vana la hermosura; la que teme a Dios, esa será alabada". En lo cual se nos enseña que antes en estos dones naturales debe la persona sentir recelo, pues por ellos puede el ser humano fácilmente distraerse del amor de Dios y caer en vanidad, atraído de ellos, y ser engañado. Que, por eso, dice que la gracia corporal es engañadora, porque en la vía al hombre engaña y le atrae a lo que no le conviene, por vano gozo y complacencia de sí o del que la tal gracia tiene, y también menciona que "la hermosura es vana", pues que a la persona hace caer de muchas maneras cuando la estima y en ella se goza, ya que sólo se debe gozar en si sirve a Dios en el o en otros por él. Por todo ello antes esa tal persona debe temer y recelarse para que no, incluso, sean causa precisamente esos sus dones y gracias naturales que Dios sea ofendido por ellas, por su vana presunción o por extrema afición poniendo los ojos en ellas.
Por lo cual debe tener recato y vivir con cuidado el que tuviere las tales partes, que no le dé causa a alguno, por su vana ostentación, que llegue a apartarse un punto de Dios su corazón. Porque estas gracias y dones de naturaleza son tan provocativas y ocasionadas, así al que las posee como al que las mira, que apenas hay quien se escape de algún lacillo y liga de su corazón en ellas. Donde, por este temor, hemos visto que muchas personas espirituales, que tenían algunas partes de estos dones, alcanzaron de Dios con oraciones que las desfigurase con el fin de no ser causa y ocasión a sí o a otras personas de alguna afición o gozo vano.

2. Debe, por lo tanto, el espiritual de purgar y oscurecer su voluntad en este vano gozo, advirtiendo que la hermosura y todas las demás partes naturales son tierra, y que de ahí vienen y a la tierra vuelven, y que la gracia y donaire es humo y aire de esa tierra, y que, para no caer en vanidad, lo ha de tener por tal y por tal estimarlo, y en estas cosas enderezar el corazón a Dios en gozo y alegría de que Dios es en sí todas esas hermosuras y gracias eminentísimamente, en infinito sobre todas las demás criaturas y que, como dice David (Sal. 101, 27), todas ellas, como la vestidura, se envejecerán y pasarán, y sólo el Señor permanece inmutable para siempre. Y por eso, si en todas las cosas no enfocara a Dios su gozo, siempre será un gozo falso y con engaño, porque de este tal gozo se entiende en aquel dicho de Salomón (Ecli. 2, 2), que dice hablando sobre el gozo acerca de las criaturas: "Al gozo dije: ¿Por qué te dejas engañar en vano?"; esto es, cuando se deja atraer (o incluso atrapar) de las criaturas el corazón.


16.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (124)



CAPÍTULO 20.
Se muestran los provechos que consigue el alma apartando su gozo de las cosas temporales.


1. Debe, pues, el espiritual mirar mucho que no se le empiece a sujetar el corazón y el gozo a las cosas temporales, teniendo en cuenta que de poco vendrá a mucho, creciendo de grado en grado, pues de lo en apariencia minúsculo se acaba en graves consecuencias, y de algo pequeño al principio, al final se transforma en un suplicio grande, por lo tanto debe temer desde el princpio. Es como una chispa, que basta para quemar un monte y todo el mundo incluso. Y nunca se fíe por ser pequeño el asimiento, si no lo corta después, pensando que más adelante lo hará porque, si cuando es tan poco y al principio no tiene ánimo para acabarlo y dejarlo, cuando sea mucho y más arraigado, ¿cómo piensa y presume que sí podrá hacerlo? Tengamos en cuenta las palabras de Nuestro Señor en el Evangelio (Lc. 16, 10), que el que es infiel en lo poco, también lo será en lo mucho, porque el que lo poco evita, no caerá en lo mucho. Mas en lo poco hay ya gran daño, pues está ya superada la cerca y la muralla del corazón y como dice el adagio: el que comienza, la mitad ya lo tiene hecho. Por lo cual nos avisa David (Sal. 61, 11) diciendo que, aunque abunden las riquezas, no les apliquemos el corazón.

2. Lo cual, aunque el hombre no lo hiciese por su Dios y por lo que le obliga la perfección cristiana, debiera hacerlo al menos por los provechos que temporalmente se le siguen, además de los espirituales, gracias a libertar perfectamente su corazón de todo gozo acerca de lo dicho. En efecto, pues no sólo se libra de los pestíferos daños que hemos dicho en el precedente capítulo sino, además de eso, en quitar el gozo de los bienes temporales adquiere virtud de liberalidad, que es una de las principales condiciones de Dios, la cual en ninguna manera se puede tener con codicia.
Por si esto fuera poco adquiere también libertad de ánimo, claridad en la razón, sosiego, tranquilidad y confianza pacífica en Dios, y culto y obsequio verdadero en la voluntad para Dios.
Adquiere más gozo y recreación en las criaturas con el desapropio de ellas, el cual no se puede gozar en ellas si las mira con asimiento de propiedad y con afán de poseerlas porque este es un cuidado que, como lazo, ata al espíritu en la tierra y no le deja anchura de corazón (nota del corrector: pues temerá más perderlas que el disfrute que le darán).
Adquiere más, en el desasimiento de las cosas, clara comunicación sobre lo que ellas son en realidad, para entender bien las verdades acerca de ellas, así natural como sobrenaturalmente, con lo cual las goza muy diferentemente que el que está asido a ellas, logrando así hacerlo con grandes ventajas y mejorías. Porque este espiritual las gusta según la verdad de ellas, mientras que el material según la mentira de ellas; el espiritual según lo mejor, el material según lo peor; el espiritual según la sustancia, el material que cierne su sentido a ellas, según el accidente: porque el sentido no puede coger ni llegar más que al accidente, y el espíritu, purgado de nube y especie de accidente, penetra la verdad y valor de las cosas, porque ese es su objeto. Por lo cual el gozo nubla el juicio como niebla, porque no puede haber gozo voluntario de criatura sin propiedad voluntaria, así como no puede haber gozo en cuanto es pasión, que no tenga también propiedad habitual en el corazón, mientras que la negación y purgación de tal gozo deja el juicio claro, como el aire los vapores cuando se deshacen.

3. Gózase, pues, el espiritual en todas las cosas, no teniendo el gozo apropiado a ellas, como si las tuviese todas, mientras que el material en cuanto las mira con particular aplicación de propiedad, pierde todo el gusto de todas en general porque las anula tratando de hacerlas para sí. El espiritual, en tanto que ninguna cosa de posesión tiene en el corazón, las tiene, como dice san Pablo (2 Cor. 6, 10), todas en gran libertad; el material, en tanto que tiene de ellas algo con voluntad asida, no tiene ni posee nada, antes ellas le tienen poseído a él en su corazón por lo cual, como cautivo, pena y sufre, de donde se desprende que cuantos gozos quiere tener en las criaturas, de necesidad ha de tener otras tantas apreturas y penas en su asido y poseído corazón.
Al desasido no le molestan cuidados, ni en oración ni fuera de ella y así (nota del corrector: es decir, mientras ora no está pensando en tal o cual gozo o deleite material), sin perder tiempo, con facilidad hace mucha hacienda espiritual. Pero al material todo se le suele ir en dar vueltas y revueltas sobre el lazo a que está asido y apropiado su corazón, y con diligencia aún apenas se puede libertar por poco tiempo de este lazo del pensamiento y gozo de lo que está asido el corazón, pues constantemente tiene su apego en la cosa de la que espera gozarse, o de la que intenta obtener gozo.
Debe, pues, el espiritual, al primer movimiento, cuando se le va el gozo a las cosas, reprimirle, acordándose del presupuesto que aquí llevamos: que no hay cosa en que el hombre se deba gozar, sino en si sirve a Dios y en procurar su honra y gloria en todas las circunstancias y en todos los elementos, enderezando todas las cosas sólo a esto y desviándose en ellas de la vanidad, no mirando en ellas ni su gusto ni su consuelo.

4. Hay otro provecho muy grande y principal en desasir el gozo de las criaturas, que es dejar el corazón libre para Dios, que es principio dispositivo para todas las gracias que Dios le ha de hacer, sin la cual disposición no las hace. Y estas gracias son tales y de tal valor y estima que aun temporalmente, por un gozo que por su amor y por la perfección del Evangelio deje, le dará ciento por uno en esta vida, como en el mismo Evangelio (Mt. 19, 29) lo promete Su Majestad.
Mas, aunque no fuese por estos intereses, sino sólo por el disgusto que a Dios se da en estos gozos de criaturas, debería el espiritual de apagarlos en su alma. Pues que vemos en el Evangelio (Lc. 12, 20) que, sólo porque aquel rico se gozaba porque tenía bienes para muchos años, se enojó tanto Dios que le dijo que aquella misma noche había de ser su alma llevada a cuenta. De donde hemos de creer que todas las veces que vanamente nos gozamos está Dios mirando y diciendo algún castigo y trago amargo según lo merecido que, a veces, sea de un porcentaje más alto ese sufrimiento por cuanto más la pena que redunda del tal gozo, que el agrado obtenido con lo que se gozó (nota del corrector: es decir, el castigo por el gozo supera en bastante el placer que del propio gozo se obtuvo). Que, aunque es verdad que en aquello que dice por san Juan en el Apocalipsis (18, 7) de Babilonia, diciendo que cuanto se había gozado y estado en deleite le diesen de tormentos y pena, no es para decir que no será más la pena que el gozo (que sí será, pues por breves placeres se dan eternos tormentos), sino para dar a entender que no quedará cosa sin su castigo particular, porque el que castigará hasta la palabra inútil (Mt. 12, 36), no perdonará tampoco el gozo vano.


15.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (123)



9. De este cuarto grado son aquellos que no dudan de ordenar y supeditar las cosas sobrenaturales a las temporales como a su dios, cuando lo debían hacer al contrario, es decir, supeditándolas y ordenándolas todas ellas a Dios, aunque para hacerlo tendrían que estar en la senda correcta, dándole valor ante todo a Dios, como sería razonable. De estos fue el inicuo Balam, que la gracia que Dios le había dado la vendía (Nm. 22, 7); y tambien Simón Mago, que pensaba que se estimaba la gracia de Dios como si fuera dinero, queriéndola comprar (Act. 8, 18­19). En lo cual en realidad hacía más estimación del dinero, pues le parecía que había quien lo estimase en más dándole gracia por el dinero.
Y de este cuarto grado en otras muchas maneras hay muchos al día de hoy, que allá con sus razones, oscurecidas con la codicia respecto a las cosas espirituales, sirven al dinero y no a Dios, y se mueven por el dinero y no por Dios, poniendo delante el precio y no el divino valor y premio, haciendo de muchas maneras al dinero su principal dios y fin, anteponiendole al último fin, que es Dios.

10. De este último grado son también todos aquellos miserables que, estando tan enamorados de los bienes, los tienen tan por su dios que no dudan de sacrificarles sus vidas cuando ven que este su dios recibe alguna mengua temporal, desesperándose y dándose ellos la muerte por miserables fines, mostrando ellos mismos por sus manos el desdichado galardón que de tal dios se consigue. Y es que no hay que esperar otra cosa de él, pues da desesperación y muerte. Y a los que no persigue hasta este último daño de muerte los hace morir viviendo en penas de solicitud y otras muchas miserias, no dejando entrar alegría en su corazón y que no les luzca bien ninguno en la tierra, pagando siempre el tributo de su corazón al dinero en tanto que penan y padecen por él. Así atesoran para la última calamidad que es de suyo de justa perdición, como lo advierte el Sabio (Ecli. 5, 12), diciendo que las riquezas están guardadas para el mal de su señor.

11. Y de este cuarto grado son aquellos que dice san Pablo (Rm. 1, 28) que "como ellos no quisieron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente depravada", porque hasta estos daños acaba llevando al hombre el gozo cuando se pone en las posesiones. Mas incluso hasta a los que menos daños hace es de tener harta lástima pues, como hemos dicho, hace volver al alma muy atrás en la vía de Dios. Y por tanto, como dice David (Sal. 48, 17­18): "No temas cuando se enriqueciere el hombre", esto es, no le tengas envidia pensando que te lleva ventaja, porque cuando acabare, no llevará nada, ni su gloria y gozo bajarán con él.


Zatti, hermano nuestro



El cortometraje "Zatti, hermano nuestro" (2020) se centra en uno de los episodios más difíciles de la vida de Artémides Zatti.

Estamos en Viedma, en 1941: a los 60 años, Zatti es obligado a desalojar el hospital que atendió durante décadas.

Su fe y entereza se ponen a prueba.

Una producción del Boletín Salesiano con el apoyo de ambas inspectorías salesianas de Argentina, Misiones Salesianas (España) y los Salesianos de Don Bosco a nivel mundial.