Ayer, misericordiosísimo Dios, se regocijaba vuestra Iglesia con la felicidad de sus hijos triunfantes, y os rendía gracias por todas las que en ellos os dignásteis derramar con munífica mano.
Hoy llega a vuestras plantas esa Iglesia con plegarias y lágrimas, para imploraros humildemente, ¡oh Juez Soberano!, en favor de sus hijos difuntos que aún expían las culpas de su vida lejos de vuestra presencia adorable.
Yo me uno en general, y en particular, de corazón y de palabra, a todos los fieles que elevan al trono de vuestra Majestad el grito de sus ansias fraternales. Me uno a todos y a cada uno, para rogaros por cuantos necesitan el auxilio de nuestras oraciones y sufragios, y os suplico, Señor, aceptéis benigno nuestros ruegos -sin mirar la indignidad que reconocemos en nosotros-, los cuales ofrecemos en la fe del poderoso nombre de Jesucristo, a cuya cruz nos acojemos todos.
Con la confianza que ese signo sagrado nos inspira os pido, Dios Todopoderoso, asociando mi humilde voz a la de mis hermanos, perdón, gracia y absolución para todos los miembros de la cristiana grey que no habitan ya en la tierra. Mirad las llagas de vuestro divino Hijo, que son otras tantas bocas por las que el amor pide clemencia, y aplacada la justicia con el holocausto de la víctima eterna que se inmoló por nosotros, abrid, ¡Padre celestial!, abrid ya las puertas de la patria a tantas almas que anhelan contemplar entre los resplandores de la gloria que tiene a vuestra diestra, al que reconocieron y adoraron Dios en el establo de Belén y en el suplicio del Gólgota.
Ignorando, Señor, cuántos de los que me dísteis por parientes y amigos se hallarán en el número de esas almas todavía desterradas, os dirijo especialísimos ruegos por los muertos de mi familia, por todos los que me fueron cercanos por vínculos de sangre o de cariño.
Dios bueno, volved las miradas de vuestra misericordia hacia vuestros siervos y siervas, hacia (se puede decir, opcionalmente, el nombre de algunos difuntos), según lo espero de vuestra piedad infinita, y cuando salgamos los que aún vivimos sobre la tierra de este valle de lágrimas donde es tan precaria nuestra pobre existencia, concedednos, Vos que permanecéis eternamente, el perdón que os pedimos hoy para los que nos han precedido, y en nombre de los cuales y en el mío os rindo humildes acciones de gracias, por cuantos beneficios les dispensásteis.
Gracias también, Señor benignísimo, por este día en el que nos permitís dedicar al sufragio de sus almas, y por todas las buenas obras que durante él os dignéis inspirarnos, las cuales os presentamos reverentemente por mano de la bienaventurada Virgen María en su advocación carmelitana, a quien invocamos como abogada, y a quien reconocemos con toda la Iglesia como Consoladora de los afligidos y Refugio de los pecadores.
Amén.
(Ahora se rezan tres padrenuestros y tres Ave María, en honor de la Santísima Trinidad y sufragio de los difuntos, diciendo al final de cada "gloria" las palabras siguientes):
Que por la misericordia de Dios, los méritos de nuestro Señor Jesucristo, y la intercesión de su bendita Madre Nuestra Señora del Carmelo, las almas de los fieles difuntos descansen en paz.
Amén.