Muy devota de las ánimas del purgatorio fue la madre Catalina de San Angelo, hija de padres muy nobles, y ella muy humilde. Fue esta la virtud en que más atención puso, y para conseguirla, no había bajeza que no se atribuyera. Temía ser honrada, por lo que pudiera apartarla de Dios. En el ropero, en la enfermería, en ministerios semejantes se hallaba más contenta; y con tanto silencio y caridad procedía en todos, que era edificación a los demás. En el coro, aún después de perdida su salud, era perseverante, y las horas de oración siempre las hacía de rodillas, y con lágrimas, especialmente cuando iba a comulgar.
Los largos tiempos que del sueño le quitaba su enfermedad, los dedicaba al trabajo manual, a la lectura de libros devotos y a la ayuda de las ánimas del purgatorio. Así espiró, en olor de santidad.