Además de los grandes trazos que señalan, por decirlo así, la vida o el camino de vida que debe seguir todo fiel cristiano, hay una multitud de acciones pequeñas de suyo indiferentes que importa mucho santificar, e importa tanto más cuanto que, teniendo en cuenta su número, constituyen para el alma una gran pérdida o una gran ganancia espiritual, según sea el caso.
Jamás se repetirá bastante: para hacernos santos, el Sagrado Corazón de Jesús no quiere que cambiemos en todo rigor nuestro modo de vida. Quiere tan sólo que aprendamos a hacer dignos de una eterna recompensa nuestros deberes más vulgares, es decir, las acciones que estamos obligados a practicar todos los días por nuestro trabajo, nuestro estado, o nuestras necesidades. Y a este fin, animarlas de una intención pura y de un amor divino que las transforme y eleve a un orden sobrenatural.