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Os alabo y os saludo, ¡oh Virgen Dulcísima!, en aquella unión tan íntima que os acerca a Dios más que todas las criaturas.
Y para suplir, oh tierna Madre, todas las negligencias que he cometido en vuestro servicio, Os ofrezco el nobilísimo y augustísimo Corazón de Jesucristo, con todos los sentimientos de amor que como Hijo fiel os mostró de una manera tan excelente sobre la tierra, y que en lo sucesivo os mostrará eternamente en el cielo.
Amén.
(Oración revelada a Santa Gertrudis).