¡Oh Jesús! Hijo verdadero del Dios vivo, que desde el trono de vuestra gloria no dejáis de proferir a favor nuestro estas tiernas palabras: "¡
hijo mío, dame tu corazón!"; permitid que correspondiendo a tal exceso de amor, venga a consagraros, sin reserva y para siempre, este pobre corazón del que sois tan celoso.
Demasiado tiempo, Señor, lo he entregado a frágiles criaturas y a falsos bienes de la tierra, que no han hecho otra cosa sino separarme muy lejos de Vos. Demasiado tiempo he resistido a vuestros dulces llamamientos, y buscado en vano la felicidad fuera de Vos.
Aleccionado con la propia experiencia, movido del inexplicable amor que nos manifestáis, aunque indigno, vengo a Vos, oh Jesús amantísimo, suplicándoos que aceptéis el don entero e irrevocable que hago de mi corazón. Recibidlo, oh Corazón amabilísimo, y por gran favor os pido que no me lo devolváis jamás, ya que es mi corazón de suyo ingrato, infiel, y podría traicionaros de nuevo aún sin yo quererlo ni desearlo.
A fin de reparar mis infidelidades pasadas, deseo, oh Jesús, que todos los latidos de mi corazón sean en adelante otras tantas evocaciones del amor más puro, más desinteresado, y más tierno para con Vos.
Uno este débil afecto a los que os ofrecen sin cesar vuestra Inmaculada Madre, y todos los Ángeles y Santos.
Quisiera, en fin, ¡oh Salvador amantísimo!, poder consagrar y dedicar a vuestro amor el corazón de todos los hombres, para suplir así la insuficiencia de mi amor.
Aceptad estos humildes deseos, oh Jesús dulcísimo, y dignaos bendecirlos. Haced que, habiéndoos amado fielmente, habiéndoos servido y consolado en la tierra, como verdaderos devotos tuyos tengamos la dicha en el cielo de entonar un cántico eterno de alabanza, amor y bendición. Así sea.