Yo os bendigo humildemente, Padre celestial, Padre de mi Redentor. Yo os bendigo y os rindo fervorosísimas acciones de gracias, por las que os habéis dignado dispensarme [añadir, si se realiza la oración tras la meditación: durante la meditación que acabo de hacer] no obstante mi indignidad, que reconozco y confieso.
Perdonadme, ¡Dios de todo consuelo!, cuantas faltas haya cometido, por esa misma mi profunda miseria, y permitidme ofreceros las santas resoluciones que me inspiráis [que me habéis inspirado], suplicándoos por los méritos de vuestro Hijo divino, seáis servido darme los auxilios de vuestra gracia para cumplirlas fielmente.
¡Oh Luz Eterna, que superáis infinitamente a todas las luces creadas!, alumbradme desde vuestro celestial trono, y que vuestros vivificantes rayos, penetrando hasta el fondo de mi alma, la purifiquen, la regocijen, y la hagan templo de vuestro santo amor, a fin de que resuenen en ella perpetuamente las alabanzas y las bendiciones hacia Ti, Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo, a cuya gloria única todo debe ser dedicado, por los siglos de los siglos.
Amén.
Nota: Esta oración es muy útil para realizarla después de la meditación u/y oración mental, como finalización a la misma.
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