10. Sobre el blanco y el verde, para el remate y poder perfeccionar este disfraz y librea lleva aquí el alma el tercer color, que es una excelente toga roja, por la cual es denotada la tercera virtud, que es la caridad, con la que no solamente da gracia a las otras dos virtudes sino que además hace levantar tanto al alma de su puesto que la pone cerca de Dios con una figura tan hermosa y agradable, que se atreve ella a decir: "Aunque soy morena, ¡oh hijas de Jerusalén!, soy hermosa; y por eso me ha amado el rey, y metídome en su lecho" (Ct. 1, 4).
Con esta librea de caridad, que es ya la del amor -y que en el Amado refuerza más ese amor-, no sólo se ampara y se cubre el alma del tercer enemigo, que es la carne (porque donde hay verdadero amor de Dios, no entrará amor de uno mismo ni de sus propia cosas (nota del actualizador: todo se dirige a Dios como único fin, motivo y dedicación)), sino que también hace válidas a las demás virtudes, dándoles vigor y fuerza para proteger al alma, y gracia y donaire para agradar al Amado con ellas. Y es que sin caridad ninguna virtud es graciosa delante de Dios, ya que ella es la púrpura que se dice en los Cantares (3, 10) sobre la que se recuesta Dios una vez encontrándose en el alma. De esta librea rojiza va el alma vestida cuando -como ya quedó mostrado en la primera poesía- en la noche oscura sale de sí y de todas las cosas creadas y materiales, yéndose con ansias en amores inflamada por esta secreta escala de contemplación, camino a la perfecta unión de amor de Dios, el cual es su amada y deseada salud.
11. Este, pues, es el disfraz que el alma dice que lleva en la noche de fe por esta secreta escala, y éstas son las tres tonalidades de esa vestimenta; dichos tonos (nota del actualizador: recordemos que los tonos o colores no son más que representaciones de las virtudes que les dan su sentido) son una acomodadísima disposición para unirse el alma con Dios según sus tres potencias, las cuales son: entendimiento, memoria y voluntad.
Porque la fe oscurece y vacía al entendimiento de toda su inteligencia y en esto le dispone para unirle con la Sabiduría divina.
Y la esperanza vacía y aparta la memoria de toda la posesión de criatura puesto que, como nos dice san Pablo (Rm.8,24), la esperanza es de lo que no se posee (nota del actualizador: ya que si se poseyera no habría esperanza, puesto que ya se posee), y así aparta la memoria de todo lo que no sea lo que quiere poder poseer, poniéndola en lo que espera. Y por esto solo la esperanza de llegar a Dios por sí sola dispone ya a la memoria para unirla con Dios puramente.
La caridad, ni más ni menos, vacía y aniquila las afecciones y apetitos de la voluntad de cualquier cosa que no es Dios, y sólo se los pone en Él, por lo tanto esta virtud dispone esta potencia -la de la voluntad- y la une con Dios por amor. Y así, puesto que estas virtudes tienen por oficio apartar al alma de todo lo que es menos que Dios, ellas tienen consiguientemente el efecto de favorecer a su vez poder juntar el alma con Dios.
12. Y por lo tanto, sin caminar a las veras con el traje de estas tres virtudes es imposible llegar a la perfección de unión con Dios por amor. De esto se desprende que para alcanzar el alma lo que pretendía -que era esta amorosa y deleitosa unión con su Amado-, muy necesario y conveniente traje y disfraz fue este que aquí tomó el alma. Y también fue una gran dicha y una buena ventura acertar a vestirse con él y perseverar así cubierta hasta conseguir la pretensión y el fin tan deseado como era la unión de amor, y por eso nos lo dice este verso:
¡Oh dichosa ventura!
CAPÍTULO 22
Se explica el tercer verso de la segunda poesía.
1. Bien claro está que le fue dichosa ventura al alma salir con una tal empresa -como así decidió salir-, en la cual se libró del demonio y del mundo, y también de su misma sensualidad como hemos dicho, y alcanzado la libertad dichosa y deseada de todos los componentes de su ser. Por un lado, del espíritu salió de lo bajo a lo alto; por el otro, de terrestre se hizo celestial, y finalmente de humana se hizo divina, llegando así a tener su conversación en los cielos (Flp. 3, 20), como acontece en este estado de perfección al alma. Esto es lo que abordaremos en lo que nos resta, aunque ya con un poco más de brevedad.
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