Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

24.3.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (188)



5. Pero aquí conviene notar que, aunque en sus inicios cuando comienza esta noche espiritual no se siente esta inflamación de amor, por no haber empezado este fuego de amor a emprender, en lugar de eso da desde luego Dios al alma un amor estimativo tan grande de Dios que, como hemos dicho, todo lo más que padece y siente en los trabajos de esta noche es el ansia de pensar si tiene perdido a Dios y divagar en que si está abandonada de Él. Y así, siempre podremos decir que desde el principio de esta noche va el alma tocada con ansias de amor, ahora de estimación, ahora también de inflamación.

Y se ve que la mayor pasión que siente en estos trabajos es este recelo porque, si entonces se pudiese certificar que no está todo perdido y acabado, sino que aquello que pasa es por algo mejor, como realmente lo es, y que Dios no está enojado, no se le daría nada de todas estas penas, antes se regocijaría sabiendo que de ello se sirve Dios. Porque es tan grande el amor de estimación que tiene a Dios -aunque a oscuras, sin ella sentirlo-, que no sólo eso, sino que se alegraría de morir muchas veces por satisfacerle. Pero cuando ya la llama ha inflamado el alma, juntamente con la estimación que ya tiene de Dios tal fuerza y brío suele cobrar y ansia con Dios, comunicándose el calor de amor que, con gran osadía, sin remirar en cosa alguna ni tener respeto a nada, en la fuerza y embriaguez de su amor y su deseo, sin mirar siquiera lo que hace, haría cosas extrañas e inusitadas por cualquier modo y manera que se le ofrece por poder juntar su alma con el Señor al que ama.

6. Esta es la causa por la que María Magdalena, con ser tan estimada en sí como antes era, no le hizo al caso a la turba de hombres principales y no principales del convite, ni a percatarse que no venía bien ni lo parecería ir allí a llorar y derramar lágrimas entre los convidados (Lc. 7,37-38) con tal que, sin dilatar una hora esperando otro tiempo, mejor ocasión y sazón, poder llegar ante aquel de quien estaba ya su alma herida e inflamada. Y ésta es la embriaguez y osadía de amor que, con saber que su Amado estaba encerrado en el sepulcro con una gran piedra sellada y cercado de soldados –los cuales estaban custodiando para que no le hurtasen sus discípulos (Mt. 27, 60-66)– no le dio lugar a que alguno de estos inconvenientes o dificultades se le pusiese delante para que por ello dejara de ir antes del día con los perfumes para ungirle (Jn. 20, 1).

7. Y, finalmente, esta embriaguez y ansia de amor la hizo preguntar al que, creyendo ella que era el hortelano, le había hurtado del sepulcro, inquiriéndole a que le dijese si se había llevado el cuerpo del Señor y dónde le había puesto, para que ella lo recogiese (Jn. 20, 15). Todo ello no mirando que aquella pregunta, en libre juicio y razón, era un disparate pues que está claro que si el otro lo hubiese hurtado no se lo iba de decir, ni mucho menos se lo iba a dejar recuperar.

Pero esto tiene la fuerza y vehemencia de amor, que todo le parece posible y todos le parece que andan en lo mismo que anda él, puesto que no cree que haya otra cosa más importante en la que nadie se deba emplear, ni buscar, sino a quien ella busca y a quien ella ama, pareciéndole que no hay otra cosa que querer ni a qué dedicarse fuera de ello, y que también todos andan en su mismo asunto. Así es que, por eso precisamente, cuando la Esposa salió a buscar a su amado por las plazas y arrabales creyendo que los demás andaban en lo mismo les dijo que, si lo hallasen ellos, le hablasen diciéndole que ella penaba de su amor (Ct. 5, 8). Tal era la fuerza del amor de esta María a la cual le pareció que, si el hortelano le dijese dónde había escondido a su Señor ella iría y le recogería el cuerpo, por más que trataran de impedírselo.

8. De este tipo de talle son, pues, las ansias de amor que va sintiendo esta alma cuando ya va aprovechada en esta espiritual purgación. Porque de noche se levanta -esto es, se levanta en estas tinieblas purgativas según las afecciones de la voluntad- y con las ansias y fuerzas de la leona u osa va a buscar a sus cachorros cuando se los han quitado y no los encuentra (2 Re. 17, 8; Os. 13, 8), anda herida esta alma a buscar a su Dios puesto que -como está en tinieblas-, se siente sin Él, estando muriendo de amor por Él. Y éste es el amor impaciente, que no puede durar mucho el sujeto sin recibir el objeto de su amor o de lo contrario padecer angustias de muerte, según el que tenía Raquel a los hijos cuando dijo a Jacob: "Dame hijos; si no, moriré" (Gn. 30, 1).







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