Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

2.3.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (167)



4. Y así nos conviene notar otro excelente provecho que hay en esta noche y sequedad del sensitivo apetito, pues hemos venido a dar con él, y es: que en esta noche oscura del apetito (puesto que se verifica lo que dice el profeta (Is. 58, 10), es a saber: "Lucirá tu luz en las tinieblas"), alumbrará Dios al alma, no sólo dándole conocimiento de su bajeza y miseria, como hemos explicado, sino también de la grandeza y excelencia de Dios. Porque puesto que apagados los apetitos y gustos y apoyos sensibles, queda limpio y libre el entendimiento para comprender la verdad (porque el gusto sensible y apetito, aunque sea de cosas espirituales, ofusca y aprisiona al espíritu) y, además también que ese apagamiento y sequedad del sentido ilustra y aviva el entendimiento, como dice Isaías (28,19), con la vejación hace entender Dios cómo en el alma vacía y desprendida, que es lo que se requiere para su divina influencia, sobrenaturalmente por medio de esta noche oscura y seca de contemplación la va instruyendo en su divina sabiduría, lo cual por los agrados y gustos primeros no hacía, como ya se explicó.

5. Esto da muy bien a entender el mismo profeta Isaías (28,9), diciendo: "¿A quién enseñará Dios su ciencia y a quién hará oír su audición? A los destetados" -dice- "de la leche, a los desarrimados de los pechos", en lo cual se da a entender que para que actúe esta divina influencia no es por la disposición de la leche primera de la suavidad espiritual, ni el arrimo del pecho de los sabrosos discursos de las potencias sensitivas que gustaba el alma, sino el carecer de lo uno y desapego de lo otro, por cuanto para oír a Dios le conviene al alma estar muy en pie y desprendida, según el afecto y sentido, como de sí lo dice el profeta (Hab. 2, 1): "Estaré en pie sobre mi custodia" -esto es, separado del apetito- "y afirmaré el paso", esto es, no discurriré con el sentido, "para contemplar" esto es, para entender "lo que de parte de Dios se me alegare". De manera que ya tenemos que de esta noche seca sale conocimiento de sí primeramente, y de esto, como de su fundamento, sale lo otro, o sea el conocimiento de Dios. Que por eso decía san Agustín a Dios: "Conózcame yo, Señor, a mí, y conocerte he a ti". Porque, como dicen los filósofos, un extremo se conoce bien por el otro [axioma filosófico del "contrariorum eadem est ratio"].

6. Y para probar más claramente la eficacia que tiene esta noche sensitiva en su sequedad y desnudez para ocasionar la luz que de Dios decimos recibir aquí el alma, alegaremos aquella autoridad de David (Sal. 62, 3) en que da bien a entender la gran virtud que tiene esta noche para este alto conocimiento de Dios. Dice, pues, así: "En la tierra desierta, sin agua, seca y sin camino parecí delante de ti para poder ver tu virtud y tu gloria". Lo cual es cosa admirable. No da aquí a entender David que los deleites espirituales y los muchos gustos que él había tenido le fuesen disposición y medio para conocer la gloria de Dios, sino las sequedades y desnudeces de la parte sensitiva, que se entiende aquí por la tierra seca y desierta. Tampoco dice que los conceptos y discursos divinos, de los que él había usado mucho, fuesen camino para sentir y ver la virtud de Dios, sino el no poder fijar el concepto en Dios, ni caminar con el discurso de la consideración imaginaria, que se entiende aquí por la tierra sin camino. De manera que, para conocer a Dios y a sí mismo, esta noche oscura es el medio con sus sequedades y vacíos, aunque no con la plenitud y abundancia que nos ofrece la otra del espíritu, porque este conocimiento es como principio de la otra (nota del actualizador: semejante a una ascendencia de grados; esta noche oscura es elevada, pero la noche oscura del espíritu lo es más aún).

7. Saca también el alma en las sequedades y vacíos de esta noche del apetito humildad espiritual, que es la virtud contraria al primer vicio capital que dijimos ser soberbia espiritual. Por esta humildad, que adquiere por el dicho conocimiento de sí mismo, se purga de todas aquellas imperfecciones en que caía acerca de aquel vicio de soberbia en el tiempo de su prosperidad. Porque, como se ve tan seca y miserable, ni aun por una primera impresión le parece que va mejor que los otros, ni que les lleva ventaja, como antes hacía. Más bien, por el contrario, conoce que los otros van mejor y progresan más (nota del actualizador: aunque de virtudes no estén mejor, puede que progresen más en su propio camino; no a todos exige Dios lo mismo, ni reparte los mismos dones y gracias. Lo íntimo del corazón, en el fondo y al fin, sólo el Señor lo conoce).

8. Y de aquí nace el amor del prójimo, porque los estima y no los juzga como antes solía cuando se veía a sí mismo con mucho fervor y a los otros no. Sólo conoce su miseria y la tiene delante de los ojos: tanto, que no la deja ni da lugar para poner los ojos en nadie, lo cual admirablemente David, estando en esta noche, manifiesta, diciendo: "Enmudecí y fui humillado y tuve silencio en los bienes y renovóse mi dolor" (Sal. 38, 3). Esto dice porque le parecía que los bienes de su alma estaban tan caducos, que no solamente no había ni hallaba motivos ni vocabulario para hablar de ellos, mas acerca de los ajenos también enmudeció con el dolor del conocimiento de su propia miseria (nota del actualizador: el conocimiento de nuestra escasez, pequeñez e indigencia nos espanta tanto y nos aniquila, que anula cualquier juicio a los demás, dado que con todas nuestras miserias y todo lo que tenemos que corregir somos conscientes de que tenemos bastante para no dar a basto en detenernos en las ajenas, habida cuenta además que ni las nuestras somos capaces de superar y mejorar).

9. Aquí también se hacen sujetos y obedientes quienes transitan en este camino espiritual ya que, como se ven tan miserables, no sólo oyen a los que les enseñan (nota del actualizador: es decir, sus maestros, guías, confesores...), mas aun desean que cualquiera los encamine y diga lo que deben hacer, quitándoseles la presunción afectiva (nota del actualizador: gusto por los afectos, o sea, por las adulaciones de los demás) que en la prosperidad a veces tenían. Y, finalmente, de camino se les barren todas las demás imperfecciones que notamos allí respecto a este vicio primero que es la soberbia espiritual.







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