Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

17.2.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (154)



CAPÍTULO 3
Se explican algunas imperfecciones que suelen tener algunos de éstos principiantes respecto al vicio capital, que es la avaricia, espiritualmente hablando.


1. Tienen muchos de estos principiantes también a veces mucha avaricia espiritual, porque apenas les verán contentos en el espíritu que Dios les da y andan muy desconsolados y quejosos porque no encuentran el consuelo que querrían en las cosas espirituales.

Muchos no se acaban de hartar de oír consejos y aprender preceptos espirituales y tener y leer muchos libros que traten de eso, y se les va más en esto el tiempo que en obrar la mortificación y perfección de la pobreza interior de espíritu, que es lo que deberían hacer. Porque, además de esto, se cargan de imágenes y rosarios muy adornados y bonitos, y cuando ahora dejan unos, ya toman otros; ahora truecan, ahora destruecan; ya los quieren de esta manera, ya de esa otra, aficionándose más a este tipo de cruz que a aquélla otra, por ser más curiosa, y cosas semejantes. Y veréis a otros cargados de "agnusdeis" (los "agnusdeis" eran láminas de cera con la imagen de Cristo o de algún santo, y bendecidas por el Papa), y reliquias y nóminas (las "nóminas" eran reliquias con los nombres de santos escritas en ellas), como los niños de dijes ("dijes" se refiere a alhajas, abalorios y adornos engarzados).

En lo cual yo condeno el apego de su corazón y el asimiento que tienen al modo, multitud y curiosidad de cosas, lo cual es muy contrario a la pobreza de espíritu, que sólo mira en la sustancia de la devoción, aprovechándose de aquello en lo tocante a lo exterior sólo en cuanto le basta para esa devoción, y cansándose de ese otro lado de multiplicidad, adornos, estéticas y curiosidades de las devociones. Y es que la verdadera devoción ha de salir del corazón, sólo en la verdad y sustancia de lo que representan las cosas espirituales, y todo lo demás es asimiento y apego de imperfección que, para pasar de alguna manera adelante en cuanto a la perfección, es necesario que se acabe el tal apetito.

2. Yo conocí una persona que durante más de diez años se aprovechó de una cruz hecha toscamente de un ramo bendito, clavada con un alfiler retorcido alrededor, y nunca la había dejado, trayéndola consigo hasta que yo se la retiré. Y esa no era persona de poca razón y entendimiento. Y vi otra que rezaba por las cuentas que estaban hechas de huesos de las espinas del pescado, cuya devoción es cierto que por eso no era de menos quilates delante de Dios, en lo cual se ve claramente que esos dos ejemplos de personas no tenían su devoción simplemente en la imagen exterior, la estética, el acabado, el material, la lujosidad ni en el valor económico.

Los que van, pues, bien encaminados desde estos principios, no se sujetan a los instrumentos visibles, ni se cargan de ellos, ni les mueve para nada el saber más de lo que conviene saber para obrar, porque sólo ponen los ojos en ponerse bien con Dios y agradarle, y esta es toda su "codicia". Y así con gran generosidad y desprendimiento dan cuanto tienen, y su gusto es saberse quedar sin ello por Dios y por la caridad del prójimo, dando igual que sean cosas espirituales que temporales porque, como digo, sólo ponen los ojos en lo importante de la perfección interior: dar a Dios gusto, y no a sí mismo en nada.

3. Pero de estas imperfecciones, como de las demás, no se puede el alma purificar cumplidamente hasta que Dios la ponga en la pasiva purgación de la oscura noche que luego abordaremos. Mas conviene al alma, en cuanto pudiere, procurar poner de su parte para hacer esfuerzos por perfeccionarse, con el fin de que merezca con sus intentos que Dios le ponga en aquella divina cura, donde sana el alma de todo lo que ella no alcanzaba a remediarse. Y es que, por más que el alma se ayude, no puede ella por sí misma activamente purificarse de manera que esté dispuesta siquiera en la menor parte para la divina unión de perfección de amor si Dios no la tomase de la mano y la purgase en aquel fuego oscuro a la medida de ella (nota del corrector: es decir, de todo lo que sea contrario al Señor), cómo y de la manera que más adelante vamos a explicar.







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