CAPÍTULO 2
Se abordan algunas imperfecciones espirituales que tienen los principiantes acerca del hábito de la soberbia
1. Como estos principiantes se sienten tan fervorosos y diligentes en las cosas espirituales y ejercicios devotos, de esta propiedad (aunque es verdad que las cosas santas de suyo humillan) por su imperfección les surge muchas veces cierto atisbo de soberbia oculta, de donde vienen a tener alguna satisfacción de sus obras y de sí mismos. Y de aquí también les nace cierta ansia algo vana, y a veces muy vana, de hablar cosas espirituales delante de otros, y aun a veces de enseñarlas más que de aprenderlas, y condenan en su corazón a otros cuando no los ven con la manera de devoción que ellos querrían, e incluso a veces lo dicen de palabra y abiertamente, pareciéndose en esto al fariseo, que se jactaba alabando a Dios sobre las obras que hacía, despreciando a la vez al publicano (Lc. 18, 11-12).
2. A éstos muchas veces los acrecienta el demonio el fervor y gana de hacer más estas y otras obras para que les vaya creciendo la soberbia y presunción. Porque sabe muy bien el demonio que todas estas obras y virtudes que hacen no solamente no les valen nada, mas antes se les acaban volviendo en vicio. Y a tanto mal suelen llegar algunos de éstos, que no querrían que pareciese bueno otro sino ellos y así, tanto de obra como con su palabra, cuando la ocasión se les ofrece condenan y detraen al prójimo, mirando la motica en el ojo de su hermano y no considerando la viga que está en el suyo (Mt. 7, 3). En suma: filtran el mosquito ajeno y y se tragan su camello (Mt. 23, 24).
3. A veces también, cuando sus maestros espirituales, como son confesores y prelados, no les aprueban su espíritu y modo de proceder (porque tienen gana de que les estimen y les alaben lo que hacen), entonces juzgan que lo que ocurre es que no les entienden el espíritu, o que sus maestros no son espirituales, pues no aprueban lo que les interesa a ellos y condescienden con ello. Y así, luego desean y procuran tratar con otro que cuadre con su gusto, porque ordinariamente desean tratar su espíritu con aquellos que entienden que han de alabar y estimar sus cosas y huyen, como de la muerte, de aquellos que se las pone en entredicho y se las revelan para ponerlos en camino seguro, y aun a veces toman ojeriza con ellos. Presumiendo, suelen proponer mucho y hacen muy poco. Tienen algunas veces gana de que los otros entiendan su espíritu y su devoción, y para esto a veces hacen muestras exteriores de movimientos, suspiros y otras ceremonias y, hasta incluso, algunos arrobamientos, en público más que en secreto, a los cuales les ayuda el demonio, y tienen complacencia en que les valoren todo esto que hacen y en gran medida también muchas veces codicia.
4. Muchos quieren intimidar y tratar a solas con los confesores, y de aquí les nacen mil envidias e inquietudes. Tienen empacho de decir sus pecados al desnudo para que no los tengan sus confesores en menos, y a la vez los van coloreando para que no parezcan tan malos, lo cual es már irse a excusar que a acusarse uno mismo. Y a veces buscan otro confesor para decirle a él lo malo con el fin de que el otro confesor no piense que en realidad tienen y hacen cosas malas, sino que todo lo que hacen es bueno. Y así, siempre gustan de decirle lo bueno, y a veces por términos que parezca antes más de lo que es que menos, con gana de que le parezca bondadoso, cuando en el fondo el provecho lo sacarían -como diremos- actuando con más humildad, huir de estos ardides y falsedades, y buscar en todo que ni su confesor ni nadie lo tengan o estimen en algo.
5. También algunos de éstos tienen en poco sus faltas, y otras veces se entristecen demasiado de verse caer en ellas, pensando que ya habían de ser santos, y se enojan contra sí mismos con impaciencia, lo cual es otra imperfección. Tienen muchas veces grandes ansias con Dios porque les quite sus imperfecciones y faltas, más por verse sin la molestia de ellas en paz que por Dios, no mirando que, si se las quitase, por ventura se harían aún más soberbios y presuntuosos. Son enemigos de alabar a otros y amigos de que los alaben, y a veces lo pretenden explícitamente, en lo cual son semejantes a las vírgenes necias que, teniendo sus lámparas apagadas, buscaban óleo por fuera (Mt. 25, 8) (nota del corrector: por medio de las virtudes y de la vigilancia de las otras, cuando deberían buscar en ellas mismas sus virtudes y vigilar por sus fallos para no caer).
| Preparación: Oratorio Carmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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