5. El segundo grado de este daño privativo procede de este primero, el cual se da a entender en aquello que se sigue de la Escritura antes mostrada, a saber: "Se empachó, se engrosó y se dilató". Y así, este segundo grado es dilatación de la voluntad ya con más libertad en las cosas temporales, la cual consiste en no sentir ya tanto penar por irse hacia las criaturas, ni darle tanta importancia ya a dejarse arrojar al gozo y al gusto de los bienes creados. Y esto le surge de haber primero dado rienda al gozo porque, dándole lugar, se vino a engrosar el alma en él, como dice el texto, y aquella grosura de gozo y apetito le hizo dilatar y extender más la voluntad en las criaturas (nota del corrector: porque cuanto más uno se arroja a los brazos de los gustos temporales, menos satisfacción obtiene de éstos y, por lo tanto, le es necesario cada vez rebajarse más para lograr algo del gusto primero, por lo que acaba enviciándose completamente). Y esto trae consigo grandes daños, porque este grado segundo le hace apartarse de las cosas de Dios y santos ejercicios y no gustar de ellos, porque gusta de otras cosas y va dándose a muchas imperfecciones e impertinencias y gozos y vanos gustos.
6. Y al fin este segundo grado, cuando es consumado, quita a la persona los continuos ejercicios que tenía, y le empuja a que toda su mente y codicia ande ya en lo secular. Y ya los que están en este segundo grado no solamente tienen más oscurecido el juicio y entendimiento para conocer las verdades y la justicia como los que están en el primero, sino que van a más aún, y tienen ya mucha flojedad y tibieza y descuido en conocer la verdad y obrar en consecuencia, según de ellos dice Isaías (1, 23) por estas palabras: "Todos aman las dádivas y se dejan llevar de las retribuciones, y no juzgan al huérfano, y la causa de la viuda no llega a ellos para que de ella hagan caso". Lo cual no ocurre en ellos sin culpa, mayormente cuando les incumbe ocuparse de oficio de estas cosas (nota del corrector: muy cierto en el caso de abogados, procuradores, hombres de leyes, etc., que se dejan regalar y sobornar), porque ya los de este grado no carecen de malicia como los del primero carecen (nota del corrector: es decir, lo hacen siendo conscientes del mal que hacen, lo cual es una culpa y un pecado gravemente mayor). Y así, se van apartando más y más de la justicia y de las virtudes, porque van extendiendo más la voluntad en la afección y gusto de las criaturas. Por tanto, la propiedad de los de este grado segundo es una gran tibieza en las cosas espirituales y cumplir muy mal con ellas, ejercitándolas más por cumplimiento o por fuerza, o por el uso que tienen en ellas (nota del corrector: es decir, para su propio lucro), que por razón de amor.
7. El tercer grado de este daño privativo es dejar a Dios del todo, no procurando en cumplir su ley por no faltar a las cosas y bienes del mundo, dejándose caer en pecados mortales por la codicia. Y este tercer grado se nota en lo que se va siguiendo en la mencionada Escritura: "Dejó a Dios su hacedor" (Dt. 32, 15).
En este grado se contienen todas aquellas personas que de tal manera tienen las potencias del alma engolfadas en las cosas del mundo y riquezas y tratos, que no se dan nada por cumplir con lo que les obliga la ley de Dios, teniendo por tanto un gran olvido y torpeza acerca de lo que toca a su salvación, y tanta más viveza y sutileza acerca de las cosas del mundo. Tanto es así que a estos les llama Cristo en el Evangelio (Lc. 16, 8) 'hijos de este siglo', y dice de ellos que son más prudentes en sus tratos y agudos que los hijos de la luz en los suyos. Y así en lo de Dios no son nada y en lo del mundo lo son todo. Y estos propiamente son los avarientos, los cuales tienen ya tan extendido y derramado el apetito y gozo en las cosas creadas, y tan afectadamente, que no se pueden ver hartos, sino que antes su apetitoy su sed crece tanto más cuanto ellos están más apartados de la fuente que solamente los podría hartar, que es Dios. De estos dice el mismo Dios por Jeremías (2, 13) las siguientes palabras: "Me dejaron a mí, que soy fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas rotas, que no pueden retener aguas". Y esto es porque en las criaturas no halla el avaro con qué apagar su sed, sino más bien se encuentra que su sed y voracidad aumentan más y más. Estos son los que caen en mil maneras de pecados por amor de los bienes temporales, y son innumerables sus daños. Y de estos dice David (Sal. 72, 7): "Transierunt in affectum cordis" (nota del corrector: la traducción más correcta al español de este salmo sería "desvanécense las ilusiones del corazon", fiel retrato del soberbio, según el "Nuevo salterio de David", del doctor don A. M. García Blanco -1869-).
8. El cuarto grado de este daño privativo se muestra en lo último de la Escritura que estamos mencionando, la cual dice: "Y se alejó de Dios, su salud". A lo cual vienen a dar quienes se encuentran en el tercer grado que acabamos de mostrar porque, de no hacer caso en poner su corazón en la ley de Dios por causa de los bienes temporales, le viene el alejarse mucho de Dios el alma del avaro, según la memoria, entendimiento y voluntad, olvidándose del Señor como si no fuese su Dios. Esto es consecuencia, a fin de cuentas, de haber hecho para sí un dios al dinero y a los bienes temporales, como podemos leer en san Pablo (Col. 3, 5), diciendo que la avaricia es servidumbre de ídolos. Porque este cuarto grado llega hasta olvidar a Dios y poner el corazón, que normalmente debía ponerse en Dios, formal y establecidamente en el dinero, como si no tuviesen otro Dios.
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