CAPÍTULO 26.
Se aborda el conocimiento de las verdades desnudas en el entendimiento, se explican de dos maneras y se muestra cómo se ha de comportar el alma acerca de ellas.
1. Para hablar propiamente de este conocimiento de verdades desnudas que se da al entendimiento, era necesario que Dios tomase la mano y moviese la pluma, porque sepa el lector que excede toda palabra lo que ellas son para el alma en sí mismas. Mas, pues yo no hablo aquí de ellas de propósito, sino sólo para ilustrar y dirigir el alma en ellas a la divina unión, deberemos abordar la difícil cuestión de hablar de ellas aquí breve y modificadamente, por lo menos cuanto baste para el dicho intento.
2. Esta manera de visiones o, por decirlo mejor, de ilustraciones de verdades desnudas, es muy diferente de la que acabamos de decir en el capítulo 24, porque no es como ver las cosas corporales con el entendimiento, sino que consiste en entender y ver verdades de Dios o de las cosas que son, fueron y serán, lo cual es muy conforme al espíritu de profecía, como por ventura se declarará después.
3. De donde es de notar que este género de conocimientos se distinguen de dos formas: unos abordan el alma con elementos acerca del Creador, otras acerca de las criaturas, como hemos dicho. Y aunque las unas y las otras son muy sabrosas para el alma, el deleite que causan en ella las que son de Dios no hay cosa a que se le pueda comparar, ni vocablos ni términos con qué describirlo, porque son conocimiento del mismo Dios y deleite del mismo Dios que, como dice David (Sal. 39, 6), no hay como Él ninguna otra cosa. Y es que estas experiencias nos llegan directamente con conocimiento acerca de Dios, sintiendo altísimamente de algún atributo de Dios, ahora de su omnipotencia, ahora de su fortaleza, ahora de su bondad y dulzura, etc., y todas las veces que se siente, se impregna en el alma aquello que se siente. Que, por cuanto es pura contemplación, ve claro el alma que no hay cómo se podría explicar algo de ello, si no fuese decir algunos términos generales que la abundancia del deleite y bien que allí sintieron les hace decir a las almas a quienes les ocurre, mas no lo suficiente como para terminar de entender por completo lo que allí el alma gustó y sintió.
4. Y así David (Sal. 18, 1011), tras haber pasado algo de esto, sólo dijo de ello con palabras comunes y generales: "Los juicios de Dios" -esto es, las virtudes y atributos que sentimos en Dios-, "son verdaderos, en sí mismos justificados, mucho más deseables que el oro y que la piedra preciosa, y sobradamente más dulces que el panal y la miel". Y de Moises leemos (Ex. 34, 67) que en una altísima noticia que Dios le dio de sí, una vez que pasó delante de el, sólo dijo lo que se puede decir por los mencionados términos comunes y fue que, pasando el Señor por él en aquella experiencia, se postró Moises muy aprisa en la tierra, diciendo: "Emperador, Señor, Dios misericordioso y clemente; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares". Donde se ve que, no pudiendo Moises declarar lo que en Dios conoció en una sola comunicación, lo dijo y rebosó por todas aquellas palabras.
Y aunque a veces sobre las tales comunicaciones se dicen palabras, bien ve el alma que no ha dicho nada de lo que sintió, porque ve que no hay palabra acomodada para poder nombrar aquello. Y así san Pablo (2 Cor. 12, 4), cuando tuvo aquella suprema comunicación de Dios, procuró no decir nada, solo decir que no era lícito al hombre tratar de ello.
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