Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

31.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (47)



5. ¡Oh, quién pudiera aquí dar ahora a entender y a ejercitar y gustar en qué consiste este consejo que nos da sobre ello nuestro Salvador, en cuanto a negarnos a nosotros mismos, para que vieran los espirituales cuán diferente es el modo que en este camino deben llevar del que muchos de ellos piensan! Que entienden que basta cualquier manera de retiro y reformación en las cosas, y otros se contentan con ejercitarse de alguna manera en las virtudes y continuar la oración y seguir la mortificación, mas no llegan a la desnudez y pobreza, o enajenación o pureza espiritual, que todo es la misma cosa, que aquí nos aconseja el Señor. Porque todavía se ocupan en cebar y vestir su naturaleza de consolaciones y sentimientos espirituales, en lugar de desnudarla y negarla en lo uno y en lo otro por Dios, que piensan que basta negarla en lo del mundo, y no aniquilarla y purificarla en la propiedad espiritual. De donde les nace que en ofreciendoseles algo de este alimento sólido y perfecto, que es la aniquilación de toda suavidad en Dios, en sequedad, en sinsabor, en trabajos (lo cual es la pura cruz espiritual y desnudez de espíritu pobre de Cristo) huyen de ello como de la muerte, y sólo se afanan en buscar dulzuras y comunicaciones sabrosas en Dios. Y esto no es la negación de sí mismo y desnudez de espíritu, sino golosina de espíritu. En lo cual, espiritualmente, se hacen enemigos de la cruz de Cristo, porque el verdadero espíritu antes busca lo desabrido en Dios que lo sabroso, y más se inclina al padecer que al consuelo, y más a carecer de todo bien por Dios que a poseer bienes, y a las sequedades y aflicciones que a las dulces comunicaciones, sabiendo que esto es seguir a Cristo y negarse a sí mismo, y el resto no es más que el buscarse a sí mismo en Dios, lo cual es harto contrario al amor. Porque buscarse a sí en Dios es buscar los regalos y recreaciones de Dios; mas buscar a Dios en sí es no sólo querer carecer de todo por Dios, sino inclinarse a escoger por Cristo todo lo más desabrido, lo más molesto y amargo, ahora de Dios, ahora del mundo. Eso es amor de Dios.

6. ¡Oh, quién pudiese dar a entender hasta dónde quiere nuestro Señor que llegue esta negación de uno mismo! La negación, ciertamente, ha de ser como una muerte mediante la aniquilación temporal, natural y espiritual en todo, de manera voluntaria, pues es en la voluntad en la cual se halla toda negación. Y esto es lo que aquí quiso referirse nuestro Salvador (Jn. 12, 25) cuando dice: "El que quiere salvar su alma, ese la perderá", es a saber: el que quisiere poseer algo o buscarlo para sí, ese perderá su alma, y el que perdiere su alma por Él, ese la ganará. O dicho de otra manera: el que renunciare por Cristo a todo lo que puede apetecer y gustar, escogiendo lo que más se parece a la cruz, lo cual el mismo Señor por san Juan lo llama aborrecer su alma, ese la ganará. Y esto enseñó Su Majestad a aquellos dos discípulos que le iban a pedir sentarse a su diestra y siniestra, cuando, no dándoles ninguna salida a la demanda de la tal gloria, les ofreció el cáliz que Él había de beber como cosa más preciosa y más segura en esta tierra que el gozar (Mt. 20, 22).

7. Este cáliz es morir a nuestra naturaleza, desnudándola y aniquilándola, para que pueda caminar por esta angosta senda en todo lo que le puede pertenecer según el sentido, como hemos dicho, y según el alma, como ahora diremos, que es en su entender, y en su gozar, y en su sentir. De manera que no sólo quede desnudada de todo ello, sino que con este segundo abandono espiritual no quede cargada de cadenas para recorrer el angosto camino, pues en ese camino no cabe más que la negación, como da a entender el Salvador, y la cruz, que es el báculo para poder llegar, con el cual grandemente la aligera y le facilita el tránsito.
De donde nuestro Señor por san Mateo (11, 30) dijo: "Mi yugo es suave y mi carga ligera", la cual es la cruz. Porque, si el hombre se determina a sujetarse a llevar esta cruz, que es un determinarse de veras a querer hallar y llevar trabajo en todas las cosas por Dios, en todas ellas hallará gran alivio y suavidad para moverse en este camino, yendo desnudo de todo, sin querer nada. Empero, si pretende tener algo, ahora de Dios, ahora de otra cosa, con propiedad alguna, no va desnudo ni negado en todo y así ni cabrá por la puerta ni podrá subir por esta senda angosta hacia arriba.

8. Es de esta manera como querría yo persuadir a los espirituales, diciéndoles que este camino de Dios no consiste en multiplicidad de consideraciones, ni modos, ni maneras, ni gustos (aunque esto, en su manera, sea necesario a los principiantes) sino en una sola cosa necesaria, que es saberse negar de veras, según lo exterior e interior, dándose al padecer por Cristo y aniquilarse en todo porque, ejercitándose en esto, todo lo demás y más aún que ello se obra y se halla. Y si en este ejercicio falta algo de ello, que es el germen y la raíz de las virtudes, todas las otras maneras que se lleven a cabo es como andar por las ramas y sin provecho, aunque tengan tan altas consideraciones y comunicaciones como los ángeles. Porque el aprovechar no se halla sino imitando a Cristo, que es el camino y la verdad y la vida, y ninguno viene al Padre sino por Él, según nuestro Señor mismo dice por san Juan (14, 6). Y en otra parte (10, 9) dice: "Yo soy la puerta; si alguno entra por mí, se salvará", de donde se desprende que todo espíritu que quiere ir por dulzuras y facilidades y huye de imitar a Cristo, no se encontraría en buen camino.

9. Y porque he dicho que Cristo es el camino, y que este camino es morir a nuestra naturaleza en lo sensitivo y espiritual, quiero dar a entender cómo es esto a ejemplo de Cristo, porque Él es a quien debemos tomar como referencia, y de quien tenemos que tomar la luz.

10. Cuanto a lo primero, cierto está que Él murió a lo sensitivo, espiritualmente en su vida y naturalmente en su muerte porque, como Él dijo (Mt. 8, 20), en la vida no tuvo dónde reclinar su cabeza, y en la muerte aún menos.







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