CAPÍTULO 5.
Se continúa mostrando por la autoridad de la Sagrada Escritura y demás eminentes y confiables fuentes, cuán necesario es para el alma ir a Dios en esta noche oscura de la mortificación del apetito en todas las cosas.
1. Por lo dicho se puede atisbar, de alguna manera, la distancia que hay de todo lo que las criaturas son en sí a lo que Dios es en sí, y cómo las almas que en alguna de ellas ponen su afición, esa misma distancia tienen de Dios; pues, como habemos dicho, el amor hace igualdad y semejanza entre los amantes. Esta distancia, al apreciarla bien san Agustín, decía hablando con Dios en los Soliloquios: "Miserable de mí, ¿cuándo podrá mi cortedad e imperfección convenir con tu rectitud? Tú verdaderamente eres bueno, y yo malo; tú piadoso y yo impío; tú santo, yo miserable; tú justo, yo injusto; tú luz, yo ciego; tú vida, yo muerte; tú medicina, yo enfermo; tú suma verdad, yo toda vanidad". Ni más ni menos que todo eso comenta este gran Santo.
2. Por tanto, es suma ignorancia del alma pensar que podrá pasar a ese estado tan elevado de unión con Dios si primero no vacía el apetito de todas las cosas naturales y sobrenaturales que le pueden impedir, según más adelante declararemos; pues es suma la distancia que hay de ellas a lo que en este estado se da, ya que es puramente transformación en Dios. Que, por eso, Nuestro Señor, enseñándonos este camino, dijo por san Lucas (14, 33): "El que no renuncia a todas las cosas que con la voluntad posee, no puede ser mi discípulo". Y esto está claro, porque la doctrina que el Hijo de Dios vino a enseñar fue el menosprecio de todas las cosas para poder recibir el aprecio del espíritu de Dios en sí; porque, en tanto que de ellas no se deshiciere el alma, no tiene capacidad para recibir el espíritu de Dios en pura transformación.
3. De esto tenemos figura en el Exodo (c. 16), donde se lee que no dio Dios el manjar del cielo, que era el maná, a los hijos de Israel hasta que les faltó la harina que ellos habían traído de Egipto. Dando por esto a entender que primero conviene renunciar a todas las cosas, porque este manjar de ángeles no conviene al paladar que quiere tomar sabor en el convite de los hombres. Y no solamente se hace incapaz del espíritu divino el alma que se detiene y apacienta en otros extraños gustos, sino que además enojan mucho a la Majestad Divina los que, pretendiendo el manjar de espíritu, no se contentan con sólo Dios, sino que se quieren deleitar a la vez con el apetito y afición de otras cosas. Lo cual tambien se echa de ver en este mismo libro de la Sagrada Escritura (Ex. 16, 813), donde también se dice que, no estando los israelitas contentos con aquel manjar tan sencillo, apetecieron y pidieron manjar de carne, y que Nuestro Señor se enojó gravemente que quisiesen ellos mezclar un manjar tan bajo y tosco con un manjar tan alto y sencillo el cual, y aunque lo era, tenía en sí el sabor y sustancia de todos los manjares. Por lo cual, aún teniendo ellos los bocados en las bocas, según dice tambien David (Sal. 77, 31): "descendió la ira de Dios sobre ellos", echando fuego del cielo y abrasando muchos millares de personas, teniendo por cosa indigna que tuviesen ellos apetito de otro manjar dándoseles el manjar del cielo.
4. ¡Oh si supiesen los espirituales cuánto bien pierden y abundancia de espíritu por no querer ellos acabar de abandonar su apetito por niñerías, y cómo hallarían en este sencillo manjar del espíritu el gusto de todas las cosas si ellos no quisieren gustar las mundanas! Pero no saborean ese divino manjar, y la causa por la que los israelitas no recibían el gusto de todos los manjares que había en el maná era porque ellos no centraban su apetito solamente en él. De manera que no lograban hallar en el maná todo el gusto y fortaleza que ellos podrían tener no porque en el maná no la hubiese, sino porque ellos querían y se desviaban a otras viandas. Así, el que quiere amar otra cosa juntamente con Dios, sin duda es tener en poco a Dios, porque pone en una balanza con Dios lo que sumamente, como ya hemos dicho, dista de Dios.
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