Voz cadenciosa de mi Padre amado, que va besando y cierra cada herida; bella y blanca azucena, florecida, fluir de un río que traspasa el vado.
Sueño de eternidad, cielo estrellado, dulzura de esperanza renacida. Pan que sustenta al alma adormecida, todo en el corazón, trigo dorado.
Lejos de mí la angustia del destino, no más dolor, ni dudas, ni tibieza. Se abrió, por fin, la puerta del camino...
...que, entre sombras y luchas de tristeza, la luz me deslumbró de un Sol divino, ¡y me abrasé en su amor, todo belleza!
No hay comentarios:
Publicar un comentario