Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

8.3.21

El Purgatorio, lugar de paso casi obligado



Un error que poco a poco se ha ido introduciendo en el ánimo de muchas personas buenas y espirituales, quisiéramos nosotros tener el acierto de poder combatir y desalojarlo de las posiciones de que indebidamente se ha apoderado. El error a que aludimos consiste en la creencia, si se quiere pueril y propia de mentes indoctas, de que por más que las dichas personas buenas y espirituales hayan cometido durante su vida innumerables faltas leves, en la hora de la muerte ha de ser para ellas cosa llana y trivial el ganar una indulgencia plenaria, merced a la cual queden totalmente libres y perdonadas de culpa y pena, sin que les reste que satisfacer cosa alguna en el Purgatorio.

Ojalá fuera esto tan fácil como se imaginan algunos, pero seguramente no debe serlo cuando vemos que la enseñanza y los ejemplos de gran número de almas dotadas de doctrina y santidad relevantes persuaden lo contrario. ¡Y cuántos de esos optimistas se engañan, cuando vemos el lastimoso derroche que hacen del tiempo, de suyo tan precioso! No sin razón decía el gran filósofo cordobés: "Una parte del tiempo se nos pasa sin hacer nada; otra haciendo lo que no importa; otra haciendo lo que nos daña" (Séneca).




Aun entre los fieles que parecen observantes de la divina ley y cumplidores de los preceptos de la Iglesia, se vive generalmente con harto descuido en lo tocante a evitar las faltas leves e imperfecciones cotidianas, malogrando el tiempo que tan misericordiosamente les concede el Señor, sin cuidarse gran cosa de tener obligada la piedad divina para lo último de su vida.

Disputan las Escuelas acerca de los actos indiferentes, y muchos piensan que éstos se dan a lo menos en especie. No somos nosotros los llamados a resolver la cuestión pero sí decimos que, presupuesta la condición de la naturaleza humana, siempre que no obramos el bien, no andamos muy lejos de obrar el mal; porque como la Escritura dice: "El sentido y el pensamiento del corazón humano son propensos al mal desde su juventud" (Genes. VIII, 21). El diablo no duerme, ni su malicia pierde un solo instante de tiempo. ¡Ay de aquel que sumido en la inercia espiritual vive sin temor! Que por éso dice el Sabio: "Bienaventurado el hombre que está siempre con pavor" (Prov. XXVII, 14).

El que aspire a subir al cielo sin pasar por el Purgatorio, necesario es que sea hombre de oración, solícito y vigilante. Ninguna cosa nos dejó encomendada Jesucristo con tanta insistencia como ésta. Así nos dice: "Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor". "Velad, porque no sabéis el día ni la hora". "Velad y orad, para que no entréis en tentación". "Estad alerta: velad y orad, porque no sabéis cuando será el tiempo". "Lo queá vosotros digo, a todos lo digo: Velad". "Velad, pues, orando en todo tiempo".

¿Será, pues, cosa de andarse flojo y soñoliento en el negocio del alma, cuando tanto se nos encarece la vigilancia? ¿Y los perezosos y menospreciadores del tiempo, que tanto abundan aun entre las personas que profesan vida de santidad, podrán llegar a persuadirse que con un pequeño esfuerzo desaparezca hasta la sombra de mancha que pueda haber entre los complicados pliegues de su conciencia, sin que tengan que pasar por la aduana del Purgatorio? Posible es, pero, ¡oh cuan difícil!

El Profeta dice: "Non transibit per cam pollutus" ("No pasará por ella ninguno que esté amancillado"). Es decir, como interpretan algunos, no entrará en lá celestial Jerusalén hombre alguno que esté afeado con la menor mancha. Y San Juan añade: "Non intrabit in eam aliquod coinquinatum" ("No entrará en ella (en la ciudad de la gloria) ninguna cosa contaminada").

Dicho esto, haremos gracia al lector de nuestras propias lucubraciones. Pasaremos desde luego a los ejemplos, los cuales tienen más fuerza que las averiadas y mezquinas frases que pudieran salir de nuestra pluma, y aquí es donde se verá mejor cuan pocos son los que suben al cielo sin pasar por el Purgatorio.

Gregorio de Tours (lib. De gloria Confess. capítulo V), escribe que una santa virgen llamada Vitalina, se apareció a San Martín y le manifestó que se hallaba en el Purgatorio por un pecado leve, la cual poco después salió de las penas por las oraciones de aquel Santo. Lo menciona también Berlamino, (De Purgatorio, lib. I, cap. XI).

El P. Nieremberg (De la Hermosura de Dios, lib. II, cap. XI, ss IV), dice así: "En la vida del espiritualísimo Juan Taulero se escribe también que cinco días estuvo su alma detenida, sin otra pena que el deseo de ver a Dios antes de llegar al cielo".

San Gregorio el Grande da testimonio del siguiente caso: "Siendo yo un muchacho, oí contar a las personas mayores que habían conocido en esta ciudad de Roma a un cardenal llamado Pascasio, el cual escribió algunos libros elocuentísimos y de mucha erudición y espíritu. Fue Pascasio un varón de admirable santidad, 'mirae sanctitatis vir fuerit'; gran limosnero, humilde y menospreciador de sí mismo". Tanto es así, que, según cuentan muchos autores, mostró Dios desde luego su gran santidad, porque llevándole a sepultar, aproximaron un endemoniado al féretro, y tan pronto como tocó su dalmática huyó el enemigo del cuerpo de aquel hombre, dejándole libre.

Dice, pues, allí mismo San Gregorio, que después de mucho tiempo un obispo de Capua, de nombre Germano, fue a unas termas o baños, y vio entre aquellos ardores y fuegos a un hombre; le preguntó quién era, y le respondió: "Yo soy Pascasio, cardenal que fue de la santa Iglesia romana". Admirado el Obispo, volvió a preguntarle: "¿Qué «hace aquí un hombre como vos, de tanta veneración y estima?". "Padezco" - replicó Pascasio -, "por haber dado el voto a Lorenzo contra Símaco".

Caso es éste verdaderamente formidable: que no pecó Pascasio votando contra San Símaco por malicia, sino por ignorancia, como lo afirma el mismo San Gregorio, diciendo: "Non malitia, sed ignorantiae errare peccaverat". Y sin embargo, por haberse preocupado con alguna facilidad, acaso por no haberse enterado mejor, siendo por lo demás santísimo y obrando estupendos milagros, sufrió su alma, por tiempo dilatado, los rigores de un fuego devorador.

Pero ya es tiempo de que escuchemos a la seráfica doctora Santa Teresa de Jesús, en cuya vida (edic. Madrid, 1851, cap. XXXVIII), refiere la misraa, de varias almas harto sievas de Dios, tanto, que de algunas de ellas creyó la Santa que le sobraban méritos para subir directamente al cielo, y sin embargo, aunque por pocas horas, fueron a parar al Purgatorio.

Dice la Santa Madre en el lugar citado con estas palabras: "Otra monja se murió en mi misma casa, de unos dieciocho o veinte años; siempre había sido enferma y muy sierva de Dios, amiga del coro y harto virtuosa. Yo cierto pensé no entrara en el Purgatorio, porque eran muchas las enfermedades que había pasado, sino que le sobraran méritos. Estando en las Horas canónicas, antes que la enterrasen (llevaba unas cuatro horas que era muerta), entendí salir del mismo lugar (de lo profundo de la tierra) e irse al cielo".

¡Dios de inmensa piedad! Si un alma tan perfecta y trabajada, como la de la monja dicha, necesita acabar de purificarse y vestirse de candores para subir a la gloria, ¿qué será de las nuestras? ¿Opinará por ventura Santa Teresa de alguno de nosotros cuando la muerte nos llame a juicio, que nos sobran méritos para ir al cielo sin tocar en el Purgatorio? Abramos los ojos, que cierto los tenemos muy cerrados.

Entre el gran número de almas que mostró el Señor a la referida Santa Teresa al tiempo de salir de sus cuerpos, asegura la misma que únicamente tres de ellas fueron al cielo sin entrar en el Purgatorio: la de un Padre dominico, la de otro carmelita, y la de nuestro penitentísimo San Pedro de Alcántara. Ninguna otra más. Lo afirma la santa Madre con estas palabras: "No quiero decir más de estas cosas, porque como he dicho, no hay para qué; aunque son muchas las que el Señor me ha hecho merced que vea, mas no he entendido de todas las que he visto dejar ningún alma de entrar en Purgatorio, sino es la de este Padre (carmelita), y el santo Fr. Pedro de Alcántara, y el Padre dominico, que queda dicho".

Basta: ofenderíamos al discreto lector si no dejáramos que saque por sí mismo la consecuencia. Si bien nada de lo dicho debe ser obstáculo para que yo por mi parte que esto escribo, humillando hasta el suelo mi rostro cubierto de vergüenza por la confusión y el dolor de mis culpas, con firme propósito de la enmienda, levante mi voz y diga: "Christe, Fili Del vivi, miserere nobis" ("Cristo, Hijo de Dios vivo, ten misericordia de nosotros"). "Exurge, Christe, adjuva nos, et libera nos propter nomen tuum" ("Levántate, Cristo, ayúdanos, y líbranos por tu nombre").


Dios Omnipotente, Señor de cielos y tierra, dignaos escuchar a este vuestro siervo que con temor y con temblor se atreve a hablaros. Conozco muy bien, Señor, que aun cuando merced a vuestra adorable clemencia y a los méritos infinitos de mi Señor Jesucristo, yo vil y miserable criatura llegue un día a salvarme, no puede menos de amenazarme un Purgatorio, ¡oh cuan temeroso y dilatado!, un Purgatorio de millares de años quizá; quizá, quizá hasta el día del juicio universal. ¿Qué haré, triste de mí, para librarme de aquel fuego? ¿Se acordarán por ventura de este pobre pecador aquellos que me sobrevivirán?

En Ti confio, amor mío, misericordia mía, esperanza y salvación mía; en Ti confío, piadosísimo Jesús mío. En Ti solo confío; mendigo e inútil soy, mas no por eso me desprecies, ni me abandones.

Amparador de los desvalidos, sé propicio a mí pecador, pues si como espero, por más que no lo merezco, tu benignidad, Señor, para conmigo llega a tal punto que compadecido de mí permites que me purifique en el crisol del fuego temporal. ¡Ah, Señor!, por tus dulcísimas entrañas, y por Nuestra Señora que te llevó nueve meses en las suyas, te pido que presto, muy presto consuman aquellas llamas la escoria de mis maldades, para que adornada mi alma con la estola de la gracia, vuele a recibir aquel galardón sobremanera grande que prometiste a Abrahán y con él a todos los que guardan tu ley, diciendo: "Yo soy tu protector, y tu enormemente gran galardón" ("Ego protector tuus sum, et merces tua magna nimis)". "Ninguno esperó en el Señor, y fue confundido" ("Nullus speravit in Domino, et confusus est").

En Ti espero, Señor. Mi gloria eres Tú, mi alcázar, mi muralla, mi torre fuerte. Mi defensor por siempre.


| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com




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