En las Revelaciones de Santa Gertrudis cuenta esta Sierva de Dios, que habiendo muerto una monja, que aunque muy buena no dejaba de tener algunas pequeñas imperfecciones, vio su alma que estando en la puerta del cielo a la vista del trono imperial donde residía el Rey de la Majestad rodeado y cercado de gloria, más hermoso, bello, agraciado, suave y amoroso de lo que el entendimiento humano puede percibir, y aunque sentía con grandes ansias y encendidos deseos de acercarse a su querido Esposo no lo podía en manera alguna conseguir, por habérsele prendido los vestidos de que iba ya ricamente ataviada en unos clavos que allí estaban. Sucediendo que cuanto con mayor esfuerzo luchaba por verse libre de aquel estorbo, más presa y enmarañada se quedaba. Comprendió Santa Gertrudis la pena de daño que padecía en aquel lugar su pobre hija, y rogando por ella al Señor, entró triunfante en la celestial Jerusalén.
¡Ay! ¿Qué será de nosotros, manchados no solo con leves imperfecciones, sino con culpas de omisión y comisión que con tanta facilidad cometemos, expuestos como estamos a morir de día y de noche a todas horas, con la contingencia de ir a parar eterna o temporalmente a las llamas vengadoras? "¿Quién de vosotros - dice la Escritura -, podrá habitar con el fuego devorador?".
Escriben algunos viajeros, que ciertos cristianos de las Indias nuevamente convertidos, cuando sentían alguna grave tentación, poniendo la mano sobre las llamas solían decir: "Peca, alma, si puedes sufrir el fuego; y si no puedes, detente". Haz tú lo mismo, cristiano: pon a lo menos las manos de la consideración sobre los volcanes del Purgatorio, y sino te atreves a precipitarte en ellos, detente, no peques.
Quiera Dios que vivamos de tal modo, que no tengamos que experimentar los rigores del Purgatorio común, ni tampoco los del particular. Pero ¡ay!, que en el camino de Dios el no ir adelante es volver atrás. "In via Dei non progredi, regredi est". No es posible que la comente de nuestras pasiones nos deje estar parados, es como el que navega contra marea, que dejando de remar, se vuelve hacia atrás. "Regnum caelorum vim patitur, et violenti rapiunt illud" ("el reino de los cielos padece violencia, y los que se la hacen lo arrebatan").
Así, pues, los que no se hacen violencia y dejan a sus pasiones en libertad, caminando están como reprobos hacia su eterna perdición. Es menester poner mano al arado y no volver atrás. "Estote ergo vos perfecti, sicut et Pater vester caelestis perfectus est" ("sed, pues, vosotros perfectos, como lo es vuestro Padre celestial"). No nos quiere decir Jesucristo que aspiremos a tener una perfección igual a la de nuestro Padre que está en los cielos, porque eso es imposible; pero quiere Jesucristo que de la manera que podamos, procuremos conseguir la perfección más alta y que más nos asemeje a nuestro Padre celestial. Haciéndolo así, y consagrando todos nuestros desvelos a libertar almas del Purgatorio, podemos esperar que sean muchas las que vengan a auxiliarnos en los últimos momentos de nuestra vida.
| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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