Al tratar el punto objeto de este epígrafe, muchos se han preocupado con la opinión del Ángel de las Escuelas, dando por supuesto que este santo Doctor niega que las almas del Purgatorio puedan orar por nosotros. Esto es rebasar los límites de la doctrina tomista. Santo Tomás se expresa en estos términos: "Las almas del Purgatorio aun cuando son superiores a nosotros por su impecabilidad, son sin embargo inferiores por razón de las penas que sufren, y en este sentido no están en estado de orar, sino más bien de que se ore por ellas" ("et secundum hoc non sunt in statu orandi, sed magis ut oretur pro illis").
Ahora bien: es evidente que no es lo mismo no estar en estado de orar, que el no poder orar. Uno que no esté en estado de orar, quizá las más de las veces podrá hacer oración, como un preso o un enferrno de gravedad; y viceversa, uno que esté en estado de poder orar, acaso nunca o muy raras veces ore.
Con todo, la mente del Santo en este caso se adivina por el modo de resolver la objeción que él mismo se propone. Pretende Santo Tomás demostrar a los que no lo saben, que los Santos oran en el cielo por nosotros, según enseña la fe; y para su mayor esclarecimiento se arguye a sí mismo con el siguiente dilema: "Los que están en el Purgatorio, no oran, luego tampoco los bienaventurados que están en el cielo".
Si el Doctor Angélico opinara resueltamente que las almas del Purgatorio ruegan por nosotros, rechazaría, claro está, el antecedente de aquella proposición que lo niega; pero haciendo de él caso omiso, se limita a negar la consecuencia, manifestando la disparidad que hay entre los Santos y las almas del Purgatorio, de lo cual no puede deducirse que si aquel Doctor no admite en términos absolutos que las almas puedan orar por nosotros, tampoco lo niega. Es decir, que Santo Tomás no afirma decididamente que las almas no puedan orar, sino comparativamente, diciendo que son tales sus penas, que más están para que nos compadezcamos de ellas, que no para que oren por nosotros, como sucede en el mundo con aquel que sufre un dolor muy agudo o una gran pesadumbre, que si le dicen que coma o se distraiga, contesta que más está para llorar que para comer o distraerse. ¿Por ventura es esto decir que no pueda comer ni sea capaz de distracción? Reformen, pues, su juicio aquellos que hayan dicho o enseñado lo contrario.
El cardenal Belarmino dice no ser increíble que las almas del Purgatorio rueguen por nosotros, y nos impetren auxilios celestiales, pues consta que las almas de Pascasio y de San Severino obraban milagros estando en el Purgatorio, como se lee, dice, en el libro IV de los "Diálogos", de San Gregorio, y en la Epístola de San Pedro Damiano, sobre los milagros de su tiempo.
Continúa diciendo Belarmino que la razón alegada por Santo Tomás no convence, supuesto que si las almas del Purgatorio no pueden orar, será por una de estas tres cosas: o porque no ven a Dios, o por las graves penas en que se hallan, o bien porque son inferiores a nosotros; ninguna de cuyas razones persuade. No la primera, continúa, toda vez que en el Antiguo Testamento las almas de los Santos difuntos oraban en el limbo. No persuade tampoco la segunda, porque el rico avariento oraba con mayores penas en el infierno. Y no finalmente la tercera, porque en este mundo oramos por los Obispos y por los Pontífices, que son superiores a nosotros.
Esto dice Belarmino; pero prescindiendo del fondo de su argumentación, con la cual estamos de acuerdo, pues creemos firmemente que las almas oran por nosotros, por lo que hace a los ejemplos que cita, en manera alguna nos satisfacen. Primero, porque no hay paridad entre las almas que estaban en el limbo con las que se hallan en el Purgatorio, pues aquéllas no tenían que purgar ni satisfacer pena alguna, ni había entre ellas la menor cosa que les impidiera el volar al cielo, si entonces hubiese estado abierto, mientras que las almas del Purgatorio sufren horriblemente, y con estar franqueada la puerta de la gloria, no pueden entrar en ella hasta tanto que hayan satisfecho toda su deuda.
El segundo argumento de Belarmino no nos parece más fuerte que el primero. Que oraba, dice, el Epulón en el infierno; poco importa que orase, siendo así que su oración no podía ser atendida. Si la oración de las almas del Purgatorio hubiese de tener el mismo efecto, ¡pobres estamos los que tenemos fe en ella! Sobre que el ruego del rico avariento no podía llamarse propiamente oración, por cuanto el deseo de que sus hermanos no fueran a parar a aquel abismo de tormentos, lo probable es que naciera del temor de que la presencia de aquéllos aumentara su vergüenza, su rabia y confusión.
Ni el tercer razonamiento nos convence. Si oramos a Dios por los Obispos y los Papas, es porque mientras vivimos en este mundo todos igualmente nos hallamos expuestos a prevaricar, y así mutuamente nos ayudamos con nuestras oraciones, que por eso dice el apóstol Santiago: "Orad los unos por los otros, para que seáis salvos".
Estas u otras razones aquilatadas en el claro entendimiento de Belarmino, debieron sin duda hacerle conocer lo vulnerable de su dictamen, así que termina rectificándose de este modo: "Pero aunque las razones que dejo anotadas son verdaderas, con todo parece cosa superfina el pedir frecuentemente a las almas que oren por nosotros, ya que de ordinario no pueden conocer en particular las cosas que por nosotros pasan, puesto que únicamente saben en general que nos vemos circundados de muchos peligros, de igual suerte que los de este mundo sabemos de ellas que son rigurosamente atormentadas".
De todo lo dicho sacamos en conclusión:
- 1.° Que Santo Tomás no niega que las almas del Purgatorio puedan orar.
- 2.° Que Belarmino afirma que pueden hacerlo.
El P. maestro Soto, discurriendo sobre el estado de las almas, concluye: "Como las almas del Purgatorio permanecen en caridad, quizá no se les impide el orar por los que estamos en este mundo".
El P. Mastrio alude a los pocos que opinaron que las almas no pueden orar, cita luego a Valencia, Medina, Belarmino, Brancato, Faber y otros muchos, diciendo que todos ellos están por la afirmativa si bien, continúa, advierten los mismos que aunque no existe inconveniente alguno que impida a las dichas almas el orar por nosotros, pero esto parece que no podrán hacerlo siempre, atendido el estado de penalidad en que se hallan.
Gotti habla de este modo: "Comúnmente se sostiene con probabilidad, que las almas del Purgatorio pueden orar por los vivos".
El P. Lucio Ferraris siente igualmente que las benditas almas pueden orar por nosotros, y alcanzarnos beneficios de congruo.
Lacroix exclama: "El motivo que nos impulsa a socorrer a los difuntos, es, entre otros, el de que ellos a su vez nos pueden también socorrer".
Suárez, al hablar del alma de Pascasio que obraba milagros estando en el Purgatorio, se expresa de esta suerte: "Si esto pudo suceder, lo cual temeridad fuera negarlo, y no fue obstáculo para ello el estado de penalidad en que aquella alma se hallaba, ¿por qué las demás almas se han de ver imposibilitadas de poder orar por nosotros e impetrarnos beneficios, máxime siendo como son santas y muy amadas de Dios, y que se acuerdan de nosotros y nos aman con perfecta caridad conociendo, a lo menos en general, los peligros que nos rodean, y lo mucho que necesitamos de los auxilios divinos? ¿Por qué, pues, repetimos, no han de rogar por nosotros, sin que les estorbe el hallarse pagando la deuda de sus culpas?" ("Our ergo non orabunt, etiamsi alias suis paenis solvant quod debent?"). No se puede decir más en comprobación de la tesis eminentemente consoladora que aquí sustentamos.
Digamos, pues, de una vez para siempre: Las almas del Purgatorio creemos que oran por nosotros y nos impetran favores celestiales.
Con lo dicho ocioso nos parece declarar, que no podemos menos de aplaudir el prudente recurso a las benditas almas, constándonos que a muchas personas les ha ido muy bien con esta devoción.
Sirva entre otros de ejemplo lo que se cuenta en la Vida de la venerable Madre Ana de San Bartolomé, carmelita y compañera de Santa Teresa de Jesús, en la cual se lee que para todo cuanto deseaba con vivo interés recurría a las almas del Purgatorio, ofreciéndoles que si se lo alcanzaban de Dios les haría celebrar tantas Misas, o tomaría tal número de disciplinas, días de cilicio, ayunos, etc.; y confesaba haberle salido siempre tan a medida de su deseo, que muchas veces conseguía cosas desesperadas e imposibles de alcanzarse por medios puramente humanos.
Y en las Crónicas de la Orden de nuestro Padre San Francisco, part. V, cap. XVI, se lee que Santa Catalina de Bolonia, monja clarisa, exhortaba frecuentemente a sus Hermanas a que orasen por las almas, diciendo: "Las almas se acuerdan siempre de la caridad que les hacéis, y con su intercesión duplican mil veces el favor que recibieron y con esta devoción agregáis para vosotras en el cielo tantos abogados y procuradores, cuantos han sido socorridos con vuestras oraciones y sufragios". Y los Bolandos, tomo II del mes de Marzo, al día 9, ponen en boca de aquella Santa estas palabras: "Todas cuantas veces deseo yo alcanzar alguna gracia del Padre Eterno, recurro a las almas del Purgatorio para que desempeñen en mi nombre esta legación, debiendo confesar que siempre soy oída".
Algunos se maravillarán, y no sin razón, que sean tan eficaces los ruegos de las almas para con su divino Esposo, que por su medio se logren cosas que no han podido recabar de los Santos. Sin ser esto lo común y ordinario, sucede a las veces que Dios Nuestro Señor, quizá para mover a los vivos a que socorran a los muertos, generalmente tan olvidados, quiere darnos a entender que se mueve más de las oraciones de las almas del Purgatorio que de las de los Santos, fuera de que no se ha de dudar que en el Purgatorio puede haber almas de santidad tan eminente, que superen con mucho a millares de millares de las que gozan de Dios en la gloria.
No podemos ocultarlo: mucho se regocija nuestra alma con el conocimiento y persuasión de que las pacientísimas almas del Purgatorio pueden orar en medio del diluvio de penas de que se ven continuamente inundadas. Quiera Dios que se propague grandemente este recurso a las mismas, bien persuadidos de que Vos, suavísimo, dulcísimo y amorosísimo Dios mío, os complaceréis en ello, puesto que tan poderosamente ha de contribuir al aumento de la devoción a aquellas dilectísimas esposas vuestras.
Tienen ellas necesidad de satisfacer a la divina justicia para poder lograr su acceso a la Jerusalén triunfante, y la bondad del Eterno permite que nuestras oraciones y sacrificios coadyuven maravillosamente a abreviarles el tiempo de su expiación.
Encomendémonos, pues, a las dichas almas, pero téngase entendido que no sería verdadera caridad si nosotros no las encomendásemos mucho más a ellas.
¡Piedad, pues, Eterno Padre; piedad! Yo nada puedo. ¡Ay!, he dicho mal: yo por mí mismo puedo pecar, puedo condenarme, desagraviaros...; alcanzar la conciliación sin Vos, yo no puedo. Mas vuestro Hijo, mi Salvador y mi Dios, ha querido salir fiador por mí, para que allí donde nacía la muerte, resucitase la vida. ("Ut unde mors oriebatur, inde vita resurgeret". (Praef. de Cruc)). La muerte soy yo, son mis culpas; la vida es El, es Jesús.
Pues bien: si Vos, Dios y Señor mío, Padre de las misericordias, me despreciáis como yo merezco, en los méritos de Aquel que es mi vida, en los dones y gracias de vuestro dilectísimo Hijo hallaréis motivos superabundantes para admitirme en vuestra amistad y gracia. Esos méritos invoco para que me perdonéis. Así lo espero de vuestra infinita misericordia, por eso confío que mi oración a favor de las santas almas subirá hasta lo alto de vuestro trono como un perfume agradable. ¡Piedad para ellas, clementísimo Dios mío, piedad!
| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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