Pedro Damiano había quedado huérfano siendo todavía de muy tierna edad. Uno de sus hermanos hubo de recogerlo, pero lo trataba siempre con sumo desprecio y aspereza. En este estado, he aquí que andando el pobre muchacho cierto día por un camino, se encontró una moneda. Pensad en la alegría que debió apoderarse de él, al creer en su inocencia que había topado con un tesoro. ¿Qué hacer, pues, de aquella riqueza? La necesidad en que se hallaba le sugería ideas propias de un niño de su edad, y niño acosado de la miseria y del hambre.
Por otra parte la lástima que le inspiraban las benditas almas del Purgatorio, y muy especialmente la de aquel que le había dado el ser, le hacía pensar seriamente en su alivio.
Después de muchas reflexiones, tomó la heroica resolución de entregar la moneda a un sacerdote, a quien encargó que celebrase una Misa por el alma de su padre. A partir de este día, su suerte se trocó por completo, siendo acogido por otro hermano de mejor condición que el primero, el cual le amó como a hijo, vistióle convenientemente, y le mandó a la escuela. Después de todo lo cual Pedro llegó a ser un grande hombre: Obispo, Cardenal, Doctor y Santo canonizado. ¡Ved cuánto le valió a aquel dichoso huérfano una Misa aplicada por un alma del Purgatorio!
(Vida de San Pedro Damiano.)
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