Soto es de parecer, que de ley ordinaria las almas se purifican en el Purgatorio común. Añade, empero, ser probable, como opina Hugo de San Víctor, que por especial dispensación las almas padecen también en el lugar donde cometieron la culpa, lo cual hace el Señor para instrucción de los vivos y para alivio de los muertos, a fin de que sabedores aquéllos de lo mucho que éstos padecen, los ayuden con sus sufragios.
Estamos de acuerdo: los vivos que ven sufrir a un alma o que tienen noticia de ello por relaciones verídicas, no pueden menos de temblar viendo tales sucesos, y con esto se mueven a hacer penitencia y se alejan de las ocasiones de pecado. Y si el que sabe estas cosas es persona devota, procura hacer cuanto está de su parte para aplacar la justicia divina y remediar al alma. Esta verdad la hemos consignado en varios lugares de la presente obra, entendiendo que no por ser éste un privilegio, dejan de tener las almas los mismos tormentos que tuvieran estando en el Purgatorio común.
Por ser esta doctrina tan conforme con la infinita misericordia dé Dios, y porque la vemos profesada por la generalidad de los Doctores sin distinción de escuelas, nos creemos dispensados de aducir estudiados argumentos para demostrarla, contentándonos con suplir esta labor con algunos de los muchísimos ejemplos que más y más la corroboran.
Sólo hemos de notar, que cuando Dios dispensa a un alma que vaya al Purgatorio común, no la envía siempre a purificarse en el mismo lugar donde pecó, pues hablando San Gregorio del alma del cardenal Pascasio, afirma que delinquió en Roma y pasó su purgatorio en los baños de Ángulos, a que los italianos llaman "cittá di S. Angelo", en el Aprucio. (Diálogos, lib IV, cap. XL).
Veamos ahora los siguientes ejemplos, los cuales ponen el sello a la verdad de la doble tesis que aquí sustentamos, esto es, que aparte del Purgatorio común, padecen las almas o bien en el lugar donde pecaron, o en otro diferente según la voluntad de Dios.
San Gregorio da razón del siguiente caso: "En una ciudad de Italia llamada de Centumcellas (Centumcella era el nombre que dieron los romanos a su ciudad italiana, posteriormente llamada Civita-Vecchia que a mediados del siglo XIX era capital de la legación del mismo nombre, en los Estados Pontificios y posteriormente municipio de Italia, y se atribuye su fundación a los etruscos. Centumcella fue engrandecida por el emperador romano Trajano, quien hizo las obras de su puerto y fue conocida también por el nombre Portus Trajani), había un venerable sacerdote que llegando a bañarse en unas aguas termales, halló allí a un varón desconocido, el cual con gran solicitud y esmero le servía en desnudarse, descalzarse y presentarle la sábana para enjugarse. Hizo esto sin manifestar el menor disgusto todas las veces que llegó allí el sacerdote, y mostrándose éste agradecido, le llevó cierto día unas tortas o panes, y ofreciéndoselos, puso el desconocido varón el semblante muy afligido, y le dijo:
- Este pan, señor, que me das, yo no lo puedo comer. Has de saber que en otro tiempo fui dueño de este establecimiento, y por mis culpas me fué deputado para que padeciese en él. Si quieres hacerme bien, ofrece a Dios el salutífero Pan en el santo Sacrificio del altar, y entonces conocerás que ha sido oída tu oración, si viniendo a este lugar no me hallares en él.
Y diciendo esto, desapareció, en lo cual se vio claramente que aquel que parecía hombre mortal, era puro espíritu. Enfervorizado el sacerdote con tal suceso, celebró por aquella alma la Misa siete días consecutivos, afligiéndose y derramando en ese tiempo muchas lágrimas. Concluida la semana volvió al baño y no halló a dicha alma, y así tuvo por cierto que había sido libre por aquellos Sacrificios.
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