Primeramente se ha de saber qué significa el nombre infierno. Infierno es voz genérica cuya etimología se deriva de la dicción latina "infernus", que equivale a lugar ínfimo, inferior o debajo; entendiéndose estos tres vocablos, no precisamente con relación a nosotros, sino en sí mismos, "simpliciter", implícitos, y en su rigurosa acepción propia y natural.
Es, pues, el infierno, genéricamente considerado, un receptáculo que está en el interior de la tierra; y en este sentido llamamos indistintamente infierno a aquellas cavidades que creemos se hallan debajo de la tierra habitadas por las almas que salen de este mundo.
Antes de la venida de Jesucristo eran cuatro aquellas cavidades o moradas: el limbo de los Santos Padres, el otro limbo de los niños que morían con el pecado original, el Purgatorio, y el infierno de los condenados, de que nos libre Dios a todos por su infinita misericordia. Mas habiendo el Salvador llevado consigo al cielo a todos los moradores del limbo o seno de Abrahán, quedaron los otros infiernos dichos, de cuales el infierno es eterno, mientras que el Purgatorio durará sólo lo que durare el mundo.
Que el infierno se encuentra en las entrañas o partes inferiores de la tierra, es opinión muy probable; diciendo San Gregorio que no alcanza a ver razón alguna en contrario, "Quid obstet non video, ut sub terra infernus esse credatur". Y San Buenaventura habla así: "apoyado en la autoridad de San Gregorio, digo, que el infierno es un lugar corpóreo que está situado debajo de la tierra". Y concluye: "Et huic concordat Scriptura, concordat denominatio, concordat et ratio". Y así se deduce igualmente de un gran número de textos de la Sagrada Escritura. He aquí algunos: "Ninguno podía, ni en el cielo, ni en la tierra, ni debajo de la tierra abrir el libro, ni mirarlo". "Y a toda criatura que hay en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra".
"Las almas de los justos que están en el Purgatorio, y los mismos demonios que se ven obligados a confesar y publicar su grandeza y sus maravillas". "Las grandezas y maravillas del Cordero de Dios. Sacaste mi alma del infierno inferior".
"Me sacaste" - dice David -, "del infierno de los condenados, debiendo ir allí por mis muchos pecados, que lloro noche y día".
Y tú, Capharnaúm, ¿por ventura serás ensalzada hasta el cielo? Hasta el infierno bajarás". "Venga la muerte sobre ellos, y desciendan vivos al infierno".
"El infierno allá abajo se conmovió a tu llegada".
"Y le rogaban (los demonios al Hijo de Dios) que no les mandase al abismo".
"Al nombre de Jesús dóblese toda rodilla en el cielo, en la tierra, y en los infiernos".
"Descenderé llorando al infierno para unirme con mi hijo".
"Descendieron vivos al infierno cubiertos de tierra, y perecieron de en medio de la multitud".
Lo confesamos igualmente en el símbolo del Credo, diciendo de Jesucristo con la Iglesia: Descendió a los infiernos.
Y la misma Iglesia canta solemnemente, que los lugares donde penan las almas después de esta vida, que son el Purgatorio y el infierno de los dañados, están debajo de la tierra; por eso dice en el Ofertorio de la Misa de difuntos: "Librad, Señor, las almas de todos los fieles difuntos de las penas del infierno y del lago profundo". En una palabra, de todas las almas que salen de este mundo y no van directamente al cielo, siempre dicen la Escritura y los Santos que bajan, nunca que suben.
En cuanto al orden en que están colocados o que ocupan entre sí los tres infiernos o lugares subterráneos que hoy subsisten, nada positivamente se sabe hasta el presente; con todo, parece ser que el infierno de los demonios y condenados ocupa el lugar más profundo, por aquello del penitente David, en que dando gracias a Dios por haberle exonerado de los tormentos eternos, exclama: "Grande es tu misericordia para conmigo; y libraste mi alma del infierno inferior". Infierno inferior, esto es: el que está debajo de otros, el último infierno.
Y lo otro del rico avariento, el cual hallándose en el infierno de los reprobos, alzó los ojos y vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro. Si, pues, para ver a los dos referidos que estaban en el limbo de los santos padres alzó el rico avariento los ojos, luego el limbo de los justos se hallaba en lo alto.
En suma: de las opiniones de los Santos y Doctores sacamos en consecuencia, que el limbo o seno de Abrahán era el lugar subterráneo más inmediato a la tierra; seguía y sigue en orden descendente el limbo de los niños muertos con la mancha del pecado original, luego el Purgatorio, y vecino éste en el más profundo lugar, el infierno de los condenados.
Yo conozco, Señor, que ni aun el Purgatorio merezco; entiendo que soy digno del infierno. Pero yo no quiero aborreceros, yo no quiero desesperar de vuestra misericordia, ni por lo presente ni nunca por los siglos de los siglos. Enviadme al..., ¡ay!, ni a nombrar se atreve el lugar de los reprobos este mi espíritu, flojo y apocado para el bien, y atrevido y apto sólo para el mal. Con todo, Dios y Señor mío, ayudadme Vos, y de pusilánime me haré fuerte, y andaré sobre el áspid y el basilisco, y pisaré al león y al dragón.
Pero ¡qué delirio es el mío! ¿Por ventura soy yo digno de algún bien? No; nada, absolutamente nada merezco, antes bien soy reo de eternas penas. Os ofendí, Bondad suprema; os ofendí y obré el mal con la más negra villanía. Vos, Pastor divino, me llamabais con vuestros amorosísimos silbos, y yo huía del aprisco. ¿Qué pena merece un tal desacato? ¡He desertado de la casa de mi buen Padre, y en mi apostasía me atrevo aún a pedir la herencia! ¡Ah, Jesús mío! Si yo pongo los ojos en mí mismo, no hallo fundamento ni motivo alguno para esperar, pero salgo fuera de mí, y veo a un publicano, a una mujer pecadora, a un perseguidor del nombre de Jesús, a un ladrón, a los cuales salva la divina piedad de las garras del león infernal, y esto me consuela y anima a imitar a aquéllos en la penitencia. Perdonadme, Salvador mío; pues al que se arrepiente perdonáis, al que os llama le abrís, al que os busca os hacéis el encontradizo con él. Yo, Señor, me arrepiento de mis descarríos y maldades, yo llamo a las puertas de vuestra casa, y os busco con todo el anhelo de un alma deseosa de reconciliarse con Vos.
Sea yo tan dichoso, que oiga de vuestra boca aquello que dijisteis al paralítico: "Hijo, ten confianza, que tus pecados te son perdonados". No, no me arrojéis de vuestra presencia, Dios mío y Señor mío; no queráis confundirme con los pecadores desalmados.
Mirad que me digo humildemente con el Sabio: "Nada te impida de orar siempre, y no te avergüences de justificarte hasta la muerte, porque el galardón de Dios permanece para siempre". Indigno soy, lo confieso; pero Vos, Señor, habéis dicho: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados".
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