Proponiéndonos en este humilde trabajo tratar de la vida futura, siguiendo, para no errar, a los maestros de las ciencias eclesiásticas que han escrito sobre ella, justo es que entremos en las desconocidas regiones de ultratumba por la única puerta que a ellas conduce, que es la muerte.
Aquel que tiene comprado un pasaje para navegar a lejanas playas, pero que por perezoso y descuidado no concluye de redondear sus negocios, anda siempre intranquilo, pareciéndole que de un momento a otro van a pasarle aviso de que la nave está a punto de zarpar; mas el que lo tiene todo al corriente, desea entrar a bordo del bajel. Lo propio acontece tratándose de nuestra jornada a aquellas remotísimas playas de donde no hemos de volver.
Todo hombre viene al mundo con el pasaje comprado para aquel viaje que no tiene regreso; por eso dice el Sabio: "Irá el hombre a la casa de su eternidad" (Eclesiástico). Forzosamente hemos de partir de este valle de lágrimas; los malos que no han pagado lo que debían, con la única moneda que para ellos tiene curso y valor en esta navegación, que es la de la penitencia, se lamentan con desconsoladores plañidos de lo urgente de la salida, y temen que llegue el momento de levar anclas. Pero los buenos, que están siempre apercibidos, exclaman con David: "Sedienta está mi alma del Dios fuerte, vivo: ¿cuándo vendré y apareceré ante el rostro de Dios?". Estas conviene que sean nuestras ansias.
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