De las playas de este mundo
para hallar puerto en el Cielo:
zarpará una Nave, pisando
del mar el altivo ceño.
Audaz Navecilla, que al golfo te fías,
surcando atrevida montes de cristal,
deja el golfo undoso
del mar proceloso
si no quieres necia, ser triunfo del mar.
Mira a la amena gustosa ribera,
donde, entre delicias, feliz lograrás,
entre blandas flores,
fragantes olores,
y cuanto de gusto se puede gozar.
Vuelve a la rivera,
que se eriza el mar,
y entre sus abismos
vas a naufragar.
Qué felizmente vuela, qué ligera,
bella Nave velera,
del amor conducida,
del timón de la Fe, favorecida,
del fervor animada
y de celestes auras inspirada.
Y en busca de tu bien, con veloz pluma,
los montes riza de soberbia espuma.
En vano serán
tras de los vientos,
marinos portentos,
que el Cielo promete
su seguridad.
Pues Nave, a quien, ciega,
felizmente guía la Fe,
en compañía del amor, no puede
ser presa del mar.
Pues feliz corres por el mar undoso,
despreciando su ceño temeroso,
vuela nave dichosa,
constante y victoriosa,
a la estación del puerto; pues en ella
tu fortuna tendrá dichosa estrella.
Tu vista eficaz
no pierdas del Norte,
la luz inmortal
que allí lograrás
en seguro puerto
la felicidad.