El Señor:
Ha de la estación amena,
del delicioso Carmelo,
donde pace nevados candores,
entre azucenas,
el divino Cordero.
Ven del Líbano con tu pobreza
a ser lirio de este huerto,
que el candor de tu intacta pureza
objeto agradable será de mi afecto.
Mi voz te llama
con tierno afecto,
a ser mis amores
lisonja y dulce empleo.
El alma:
Jesús, amante dueño de mi vida,
pues tu amor me convida:
al honor sumo, de tu excelsa mano,
inclinando a lo vil, lo soberano.
Vuestra voz amorosa
sigue ya vuestra esposa,
y en cambio de tan alto beneficio
a vuestros pies, en grato sacrificio,
Divino dueño mío,
os consagro mi vida, y mi albedrío.
Ya no soy más mía,
toda soy de vos.
¡Dulce cautiverio!
¡Dichosa prisión!,
pues vuestros abrazos
son felices lazos
que prenden mi amor.
El Señor:
Aquí será tu retiro
mi Sagrado Corazón,
no pienses que es estrechez
lo que es anchura de un Dios.
Cual Fenix muriendo al mundo
lograrás vida mejor.
Que solo en mi vida vive
el que muere a su afición.
El alma:
A vos toda me ofrezco
aunque es ya mi posesión
el ofrecerme, adiós mundo,
adiós, pues me voy a a Dios.
¿Qué tengo en todo el círculo del Cielo?
¿Qué quiero en todo el ámbito del suelo?
Nada fuera de ti, mi dulce Esposo,
mi Jesús, mi Señor, mi Sol hermoso.
Ven, ven dulce dueño
ven al corazón,
vele tu esposa
tu blando sueño
con atención.
El Señor:
Ya voy, voy risueño,
voy a tu mansión,
donde gozoso
de fiel esposo
será el empeño
la posesión.