Y ahora, Jesús mío, que Os habéis dado a mí con tanto amor en la sagrada comunión, permitidme implorar Vuestras misericordias en favor de todas las intenciones generales y particulares de que debe estar lleno un corazón, en el cual habéis encendido Vos mismo el fuego de la caridad.
Sí, dignaos, oh Dios mío, derramar Vuestras abundantes bendiciones sobre la santa Iglesia, nuestra madre; sobre su soberano Pontífice, los obispos, sacerdotes, confesores; sobre las Órdenes religiosas y sobre las asociaciones y obras católicas, en particular sobre aquellas a las que estoy ligado por deber, por piadosa confraternidad o por religioso interés.
Tened compasión de los afligidos, de las almas probadas o tentadas, socorredlas, sostenedlas en los caminos de la mortificación y de las pruebas a que Vuestra paternal Providencia las somete.
Perdón, oh Dios mío, perdón para los infelices pecadores, por los descreídos, os suplico que se conviertan y que vivan.
Piedad para los enfermos, para los agonizantes y para las almas del Purgatorio.
Fortaleza, consuelo, libertad sobre todo, para aquellos por quienes debo yo orar por justicia, por deber y reconocimiento.
En fin, Dios mío, dignaos dirigir una mirada de misericordia sobre el mundo entero y sobre nuestra patria. Que los depositarios del poder ejerzan para Vuestra mayor gloria y salvación de las almas, la autoridad que habéis depositado por breve tiempo en sus manos.
Que Vuestra voluntad se haga en la tierra como en el cielo.
Amén.