Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

14.5.19

Aspiraciones de Santa Margarita María


Gran Dios, que adoro oculto bajo estas débiles especies, ¿es posible que Os hayáis reducido a esta vil morada, para venir a mí y permanecer corporalmente conmigo? ¡Los cielos para alojaros son indignos! y, ¿Os contentáis, para estar conmigo siempre, en estas pobres especies?

¡Oh, bondad inconcebible! ¡Podría yo creer esta maravilla, si Vos mismo no me lo aseguraseis! ¡Podría atreverme a pensar que os dignabais venir a mi boca!

¡Queréis reposar en mi lengua y entrar en mi corazón, y para convidarme me prometéis mil bienes!

¡Oh Dios de la Majestad, pero también Dios del Amor! ¡Cómo podría ser yo todo entendimiento para conocer esta misericordia, todo corazón para agradecerla, todo lengua para publicarla!

Vos, pues, oh Dios de mi corazón, sois quien me ha creado para ser objeto de Vuestro amor y la causa de Vuestras inefables bondades. Los ángeles jamás se cansan de veros, y desean este favor aún gozando de él, y yo, ¡cómo no podría desear el poseeros!...

Puesto que Vos lo queréis, oh amable Salvador, y que mis necesidades me obligan a desearlo, y Vuestra bondad me permite esperarlo, Os abro mi corazón, Os ofrezco mi pecho, mi boca y mi lengua para que vengáis a mí.

Venid, venid oh divino Sol mío. Estoy sumergido en horribles tinieblas de pecados e ignorancias; venid a disipar estas oscuridades y haced brillar en mi alma las divinas luces de Vuestro conocimiento.

Venid, amable Salvador mío. Os entregasteis todo entero para sacarme del infierno, y yo he vuelto a caer miserablemente en la servidumbre del pecado: Venid, pues, otra vez a romper mis ligaduras, a quebrantar mis hierros, y a devolverme la libertad.

Venid, oh Médico caritativo de mi alma. Después de haberme bañado con Vuestra sangre, y haberme hecho en el bautismo más sano y más santo de lo que merecía, he contraído por mi culpa mil peligrosas enfermedades que traen disgusto a mi corazón, debilidad a mi valor, y muerte a mi alma. ¡Venid, pues, a curarme, oh Médico divino! Tengo yo más necesidad que el paralítico, a quien preguntasteis si quería sanar. Sí, Dios mío, lo deseo mucho; y Vos que conocéís la tibieza de este deseo, aumentadlo vivamente en mí por Vuestro santo amor.

Venid, oh el más fiel, el más tierno, el más dulce y el más amable de todos los amigos; venid a mi corazón. Estoy enfermo de peligro, auxíliame, tú que me amas. Vos lo sabéis, que leéis en el fondo de mi corazón: si hasta ahora he sido insensible a mi desgracia e imprudente en mi peligro, ahora lo siento, me lamento, clamo e imploro Vuestro socorro. Os requiero por Vuestra incomparable amistad y Vuestra palabra, que vengáis a aliviarme. Venid, y no permitáis que Os dé motivo para dejarme. Prometedme como a santa Isabel estar siempre conmigo.

¡Venid, oh vida de mi corazón, oh alma de mi vida, oh único sostén de mi alma, oh pan de los ángeles encarnado por amor mío, expuesto por mi rescate, y dispuesto para mi alimento! ¡Venid a saciarme abundantemente! ¡Venid a hacerme crecer altamente! ¡Venid a hacerme vivir de Vos y en Vos, pero eficazmente, oh mi única vida y todo mi bien!