La Sensualidad desenfrenada lleva en su seno, como la víbora, todas las cualidades del vicio contrario a la Pureza; lleva a la Oscuridad, a la Ofuscación, a la Ira, a la Gula, a la Bajeza, Vileza, Falsedad y todas las pasiones más rastreras y degradantes. Esta pasión volcánica lleva dentro de sí el mismo fuego del infierno que abrasa las almas para su eterna perdición: en ella se encuentran concentrados todos los vicios con funestas consecuencias.
Quiero que la Pureza haga competencia a este vicio terrible y feroz, salido del Averno. Por esto pido Pureza, Pureza.
Quiere Pureza su inmaculado Jesús: quiere Candor, Inocencia, Pudor. Por eso han sido dadas a la luz las Virtudes, para que el mundo entienda la Limpieza de corazón; pues nadie se salva sin ella.
El Dolor desterrará a los vicios nefandos, los cuales abarcan un inmenso campo; y no hay contrapeso para tan estupendos males del mundo sino la Cruz y sólo la Cruz.
Que se predique a los culpables la Cruz: este santo leño, Yo lo prometo, consumirá sus pecados y les devolverá arrepentidos y humillados hacia mi Corazón.
Los Oasis son el contrapeso de la Impureza. ¡Ay!, ¡parece que es muy poco contrapeso para tan gran mal! Pero crecerán y me consolarán, y formarán mi descanso.
El vicio opuesto a la Pureza lleva en su sangre la Soberbia y es inseparable de ella.
Estos dos enormes vicios son las dos grandes palancas de Satanás para la perdición eterna de las almas.
En donde hay Soberbia, si no hay el vicio malo, no tardará en haberlo, y en donde hay ese vicio horrible la Soberbia existe en un grado muy alto. Estos nefandos vicios se dan la mano y respiran el mismo aire. El alma que huye del uno se libra del otro; y si se entrega a uno, pronto se verá poseída del otro.
Esas pasiones desenfrenadas y malditas, jamás entran en el corazón humilde y crucificado: pueden rodearlo, más nunca vencerlo ni llegar a poseerlo.
La Humildad es el pararrayos de esos horribles vicios, en la Humildad se deshacen todas las maquinaciones de Satanás, como el humo que se lleva el viento.
La Sensualidad es como el complemento de casi todos los vicios y los abraza en su mayor parte. Es hija de Satanás y lleva en su mismo ser la Molicie, Inmodestia, Pereza y Gula. Estos vicios son como la sangre que corre por sus venas.
La Sensualidad lleva la Avaricia, la Envidia y la Soberbia como a latidos de su corazón. El vicio horrendo es como su corazón mismo, pues la Sensualidad casi no existe sin él.
En la Sensualidad hay un conjunto de vicios y defectos a cual más odioso y emponzoñado. La sensualidad llena al mundo y corrompe a las sociedades en todas sus diferentes clases, pero se alberga con preferencia en las alturas de empinados rangos. Hace su nido en los corazones soberbios, y como desgraciadamente hay corazones soberbios en todos los estados, también baja hasta ahí el emponzoñado aliento de la Sensualidad.
En la Sensualidad se concretan todos los vicios que acompañan a la Pereza, es decir, la Ociosidad, el Fastidio, el Cansancio, el Desaliento, la Delicadeza, la Comodidad y la Molicie: todos son dignos de la corte de semejante reina que detesto. ¡Cuánta Sensualidad infesta al mundo infame y al mundo espiritual! ¡Si les enseñara a los millones de corazones que viven y mueren envueltos en ella, se morirían de espanto y de horror!
La Sensualidad, en su impetuosa corriente, arrolla los corazones y las voluntades. ¡Desgraciada del alma que se precipita en ella! Si no se detiene, se perderá sin remedio.
La Sensualidad es el vicio capital que hoy reina en los corazones: su misión es alejar a éstos de Dios para perderlos eternamente.
El Mundo, el Demonio y la Carne, tienen en la Sensualidad su imperio y floreciente reinado.
En el corazón en el cual se encuentra la Sensualidad, ahí está el Mundo, el vicio nefando y Satanás en más o menos escala, según el grado de posesión que la desgraciada alma tenga de Sensualidad.
El infierno está lleno de sensuales.
Todos los sentidos del hombre reinan en el sensual, alejando totalmente al Espíritu Santo, el cual sólo descansa en las almas puras y crucificadas.
La Sensualidad se manifiesta con el desenfrenado uso de los sentidos. ¡Ay del hombre que lejos de ponerlos a raya les da rienda suelta, satisfaciendo todos sus apetitos! ¡Ay de él, repito, porque camina a su perdición eterna!
Los sentidos son las puertas por donde el pecado se precipita y absorbe el alma infeliz que no las tiene cerradas con los candados de la Mortificación y de la Penitencia.
Cuando estos sentidos dominan al espíritu, trayendo con esto el desorden más lamentable en que puede caer, el alma está en gravísimo peligro de condenación, porque estos desenfrenados apetitos la ciegan y la arrastran, la empujan y la hacen precipitarse de pecado en pecado, sin que haya un dique capaz de detenerla en sus caídas.
Cuando los sentidos no están sujetos a la razón o a la voluntad, son para el alma espadas mortales.
Cuando imperan en el hombre y lo esclavizan, y las pasiones que estos sentidos despiertan toman gran incremento, entonces la gracia debe ser muy poderosa para que detenga a este caudaloso río sin cauce, el cual arrastra al alma hacia el infierno.
Cuando los sentidos no se ponen a raya, cuando no se emplean según el fin santo para que fueron criados, es decir, para mi alabanza y servicio, para crucificármelos en holocausto de suavidad, para ofrecerme el incienso de su mortificación, sino al contrario, atizando su sensualidad con mil medios que a cada paso el hombre encuentra en su camino, cuando se les da rienda suelta, sin sujetarlos, entonces estos sentidos serán, oíganlo, la ruina de las almas.
¡Ya lo es y de cuántas! Hoy se vive de los sentidos. ¡Horror! ¡Mi Corazón se lastima con tan gran desorden! Grita que debe reinar el Dolor en la vida del hombre: que lo debe buscar como su más precioso tesoro. ¡Las almas necesitan conocer la Cruz y abrazarse de ella! Que por fin el espíritu domine ya a esa sensualidad nefanda que inunda al mundo, aún espiritual.
Aborrezco infinitamente a la Sensualidad, la cual ha postergado la Cruz, y hecho brillar su reinado.
No, no: tiempo es ya de que el mundo despierte, de que las pasiones se refrenen, de que los sentidos mueran al pecado y me sirvan.
La Cruz trae todos estos bienes. Ella y sólo ella es el antídoto, el remedio y el preservativo de tan inmenso y universal mal. La Cruz, el Dolor y el Sacrificio vienen a derrocar tan gigantesca serpiente.
Quiero almas que vivan del espíritu y no de los sentidos: quiero que la crucifixión propia ponga el dique al desbordado mar del sensualismo actual. Quiero que el Espíritu Santo tenga su reinado en los corazones; pero esto no puede efectuarse mientras los sentidos imperen.
v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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