Domingo, 2 de septiembre de 1900
Ternura, severidad y reproches del Ángel de la Guarda.
Esta noche he dormido con mi Ángel de la Guarda al lado; al despertar lo he visto junto a mí: me ha preguntado dónde iba.
- Con Jesús- , le respondí.
Todo el resto del día he pasado muy bien. Pero al anochecer, ¡Dios mío!, no sé qué ha sucedido. El Ángel de la Guarda se ha puesto muy serio y severo; yo no sabía explicarme la causa, pero él, a quien nada puedo ocultarle, con tono severo me ha preguntado, al tiempo de ponerme a hacer mis oraciones acostumbradas, qué hacía.
- Estoy rezando -, le dije.
- ¿A quién esperas?-, agregó, poniéndose más serio. Yo no pensaba en nadie. Pero le respondí:
- Al Cohermano Gabriel.
Apenas oyó pronunciar esas palabras, comenzó a reñirme, diciéndome que era inútil que esperase, como también lo era que esperase la contestación apetecida, porque ...
Y aquí me recordó dos pecados que había cometido en el transcurso del día. ¡Dios mío, qué severidad! Pronunció varias veces estas palabras:
- Me avergüenzo de ti. Voy a terminar con no dejarme ya ver, si sigues así. Esta noche no me verás, y tal vez..., acaso ni mañana.
Y me dejó en este estado. Me hizo llorar mucho. Inútil intentar entonces pedir perdón; cuando está tan enfadado no hay posibilidad de que me perdone.
Santa Gemma Galgani | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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