Jueves, 26 de julio de 1900
Llegó la mañana siguiente, y al fin vino el Ángel de la Guarda, que me volvió a reñir mucho y me dejó luego sola y afligida. Recibí la sagrada Comunión, pero, ¡oh, Dios, en qué estado! Jesús no se dejó sentir. Cuando, pasado un rato, pude estar sola, comencé a desahogarme: soy culpable, me doy cuenta; pero, si he de decirlo todo, hay disgustos que a ciertas personas yo no se los querría dar nunca, pero es tan fuerte mi mala inclinación al mal, que a menudo caigo en estas cosas. Jesús me hizo estar en este estado por más de una hora; yo lloraba y me afligía. Al fin, Jesús se compadeció de mí y vino; me acarició, me hizo prometer que no lo volvería a hacer y me bendijo.
Debo decir que en el suceso de ayer dije tres mentiras, tuve pensamientos contrarios a la mansedumbre e ideé vengarme de quien había hecho el oficio de espía, pero Jesús me prohibió en absoluto hablar de esto con el Hermano Fabián u otros. Pronto recobré la paz, y para estar más tranquila corrí a confesarme.
Por la tarde, después de hacer mis oraciones, me puse a hacer la acostumbrada hora. Jesús estuvo siempre conmigo; estaba en la cama, como de costumbre, porque si no, luego no podría entretenerme con mi Jesús y sufrir con él. Sufrí mucho, me dió nuevas pruebas de su amor hacia mí, regalándome hasta el día siguiente su corona de espinas: los viernes es cuando más me ama Jesús. Por la tarde me quitó la corona, diciendo que estaba muy contento de mí y añadiendo al acariciarme:
- Hija, si te doy nuevas cruces, no te aflijas. - Se lo prometí y me dejó.
Santa Gemma Galgani | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario