Martes, 24 de julio de 1900
Ayer sucedió como de costumbre: me fui a dormir, me dormí de hecho, pero el demonio parece que no quería. Se me hizo ver de una manera tan puerca, me tentaba, y muy fuerte. Me encomendaba interiormente a Jesús y le pedía que me quitase la vida antes que ofenderle.
¡Qué tentaciones tan horrorosas son esas! Todas me disgustan, pero las que van contra la santa pureza, ¡cuánto me ofenden!
Después de un rato vino el Ángel de la Guarda para poner paz, y me aseguró que no había hecho nada malo. Me quejo con él a veces, porque hay momentos en que yo quisiera que me viniera a ayudar, pero él me dice que lo vea o no, siempre está a mi lado: ayer mismo, porque la Virgen Dolorosa me ayudó de verdad, y me mostré firme, prometió que por la tarde vendría Jesús a verme.
Llegada la noche, esperaba con impaciencia el momento de ir a la cama; tomé el Crucifijo y me metí en el lecho. También el Ángel gustó de ello, porque... ([Porque le estaba ordenado por el Confesor].). Presentí que iba a recogerme, vino mi Jesús, pero estaba bastante separado de mí. ¡Qué momentos esos tan dichosos!
Le pregunté en seguida si me amaba siempre, y me respondió estas palabras:
- Hija mía, te he enriquecido con tantos bienes, sin mérito alguno tuyo, ¿y me preguntas si te amo? Temo mucho por ti.
- ¿Por qué?- le dije.
- Ah, hija mía; en los días en que gozabas de mi presencia, eras toda fervor, nada te costaba el rezar; ahora, en cambio, la oración te causa tedio, y una cierta negligencia en el cumplimiento de tus deberes comienza a insinuarse en tu corazón. Hija, ¿por qué te envileces así? Dime, ¿te parecía en los días pasados la oración tan larga como ahora? Haces algo de penitencia, pero ¡cuánto tardas en resolverte!
No sé lo que hice al oír este reproche; quedé sin hablar palabra. Luego seguí hablándole del convento; en esto me consoló bastante. Le dije que si me amaba de verdad... Me concediera la gracia de entrar en un convento; insistí de nuevo en que me dijese alguna cosa acerca del convento que había de fundarse, y me respondió:
- Pronto se verán cumplidas las palabras del Cohermano Gabriel ([Véase la carta 1 al P. Germán]).
- ¿Todas, todas?- le pregunté como fuera de mí.
- Todo, no temas, y muy pronto. Cuando vuelva el Confesor, te diré las cosas más claramente.
Por último le recomendé mi pobre pecador. Me bendijo, y al irse me dijo:
- No olvides que te he criado para el cielo: no tienes nada que hacer en la tierra.
Santa Gemma Galgani | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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