Tiburcio Arnaiz Muñoz nació en Valladolid el 11 de agosto de 1865 en el seno de una modesta familia de tejedores. Dos días después, sus cristianos padres, Ezequiel y Romualda, lo llevaron a bautizar en la iglesia parroquial de S. Andrés imponiéndole el nombre del santo del día.
Con sólo 5 años quedó huérfano de padre y tuvo su madre que ingeniárselas para educar y sacar adelante a sus dos hijos Gregaria y libreto. Cuentan que de niño tuvo un sueño que le impresionó hondamente. Soñó que caía en el infierno. Horrorizado, llamó a su madre. Su madre no lo oía y recurrió a la Santísima Virgen de los Dolores. Acudió esta Madre celestial que cogiéndolo y cubriéndolo can su manto, le dijo: "No caes al infierno, ni caerás nunca".
Seminarista y sacerdote
Era un joven vivo, alegre y de buen corazón. Entró en el seminario con trece años. Sacó los estudios con bastante aprovechamiento y brillantez porque "tenía talento", pero advierte un compañero suyo que "era un calavera de estudiante, en el buen sentido de la palabra; no cogía un libro de texto en casa, si acaso lo que pescaba en los claustros del Seminario antes de la clase".
Para ayudar algo a la precaria economía de su casa ejerció las funciones de sacristán, en el convento de Dominicas de S. Felipe dele Penitencia en el mismo Valladolid. A veces llegaba tarde y las religiosas tenían que avisar a la recadera del convento; la pobre mujer abría, pero después regañaba severamente al seminarista. Tiburcio no protestaba ni contestaba: callado, escuchaba la reprimenda y reconocía su falta, dejando admiradas a las religiosas que comenzaron a vislumbrar su virtud.
Al acercarse la fecha de su Ordenación Sacerdotal, lo notaban serio y encerrado en sí, llegando a preocupar a su madre y hermana. Un día se sinceró con una de las monjas diciéndole: "Piensan en casa que no tengo vocación. Pera lo que me sucede es que cuantos más Ejercicios hago, más temor tengo, porque veo más la dignidad sacerdotal y mi indignidad. Pera cada vez me siento con más vocación".
Recibió el Sacramento del Orden de manos de su obispo D. Mariano Miguel Gómez, el 20 de abril de 1890. Se le confió primero, durante tres años, la parroquia de Villanueva de Duero, en Valladolid, y después, durante nueve, la de Poyales del Hoyo, en Ávila. Las atendió siempre con amorosa solicitud.
Era de carácter desinteresado y dadivoso. En Poyales costeó el arregló del templo y pronto se ganó el corazón de sus feligreses. A Villanueva la encontró sumida en disputas, rivalidades y desavenencias políticas, y él, con su capacidad de persuasión y prudencia, consiguió la unión y concordia entre los vecinos. Era cariñoso y paciente al enseñar la doctrina a los más pequeños y visitaba con asiduidad a los enfermos. Todos lo conocían y él, a todos conocía. Cuando hubo de dejar Poyales para entrar en la Compañía de Jesús decía conmovido: "Amo tanto a mi pueblo que no le cambiaría por una mitra; sólo la voz de D¡os tiene poder para arrancarme de mi parroquia".
En estos años había obtenido la licenciatura y el doctorado en Teología, en la ciudad primada de Toledo.
Conversión
Iban pasando los días y los años, trabajando en la viña de Señor y al abrigo de su familia. Sin embargo, Dios lo iba espoleando a mayor entrega, pues en cierta ocasión confesó, "Yo vivía muy a gusto y me daba muy buena vida, pero temía condenarme". Su pensamiento volaba a la vida religiosa pero veía un obstáculo insuperable en su anciana madre, a quien amaba y veneraba, y consideraba que él era el único amparo de su vejez. Hasta que un buen día, dispuso Dios llevársela al cielo; la separación le causó tanta pena que su corazón quedó destrozado: "Fue tanto lo que sufrí, que me dije: ya no se me vuelve a morir a mí nadie, porque voy a morir yo a todo lo que no sea Dios".
Su hermana Gregoria, una noche después de leer el "Año Cristiano", vino a ratificar de parte del cielo la elección que Triburcio ya tenia hecha en su corazón, y exclamó derramando lágrimas: "¡Ay Tiburcio, cuántas cosas hicieron los santos por Dios y nosotros qué poco hacemos! ¿Vamos o pasarnos la vida sin hacer nada por Él?, deberíamos irnos cada uno a un convento y allí servir a Dios con perfección lo que nos queda de vida"... Así quedó libre el camino para seguir, cada cual, su particular llamada de Dios: ella entró en las Dominicas de S. Felipe y D. Tiburcio, después de cerciorarse que quedaba "contenta", la despidió con un: "Pues entonces, ¡hasta el Cielo!", y marchó gozoso a pedir su admisión en la Compañía de Jesús.
Entra en la Compañía de Jesús
Corría el año 1900 cuando entró en el noviciado de la Compañía en Granada, Tiburcio tenía 37 años. Desde un principio se dispuso a la práctica de toda virtud y fue la obediencia la brújula de su vida, en ella veía la Voluntad de Dios. Dos propósitos hizo en este tiempo y los cumplió con exactitud: "No pedir nunca nada y contentarme con lo que me den", "Nunca me negaré a ningún trabajo, bajo ningún pretexto". La idea del tiempo perdido y de la edad avanzada, lo alentaban a buscar ansiosamente la perfección.
Hizo sus primeros votos el 3 de abril, Domingo de Pascua de 1904. Durante este tiempo asimiló admirablemente la espiritualidad ignaciana y comenzó a dirigir tandas de Ejercicios Espirituales: además, se inició en el difícil ministerio de las Misiones Populares.
Antes de marchar a Loyola en 1911, donde hizo lo que se llama la "Tercera Probación" (experiencia con la cual la Compañía culmina la formación de sus miembros), fue destinado a Murcia. Pasó en dicha ciudad dos años, entregado a las almas y dirigiéndolas con admirable acierto. "Este Padre es un santo y hace santos", decían cuantos lo trataban. Alli descubrió la necesidad de acoger a las jóvenes de los campos y pueblecitos inmediatos que venían a servir y que sin apoyos ni recursos materiales estaban expuestas a mil peligros. Para ellas buscó una casa donde tuvieran, además de albergue y amparo, quien las enseñase a conocer y amar a Dios.
Pasada su estancia de formación en Loyola, y tras unos breves ministerios durante la cuaresma en Canarias y Cádiz, marchó a Málaga donde tuvo lugar su incorporación definitiva a la Compañía de Jesús, pronunciando sus últimos votos el 15 de agosto de 1912, Solemnidad de la Asunción de Ntra. Señora.
Un pacto de confianza
Su corazón ardiente, por este tiempo, hizo un pacto con el Señor que más tarde reveló a sus íntimos, que si le concedía diez anos de vida los emplearía en "matarse" por su Gloria sin descanso, y aseguraba, sin darle la más mínima importancia al cuidado de su salud: "Es Dios el que quiere cuidar de mi cuerpo con tal que yo viva confiado en Él".
"Vivamos -decía a sus compañeros-, vivamos sólo para Dios y como si solos con Él estuviéramos en el mundo; esto es más fácil de lo que muchos creen pues, comparadas con Él, todas las cosas son despreciables y sólo por Él les damos lugar o dedicamos tiempo, mas a El sólo y siempre debemos atender, empezando por el olvido de nosotros mismos".
Su vida era Cristo, y el deseo de identificarse con Él, lo llevó hasta el extremo de escribir los siguientes propósitos, concebidos en los Ejercicios que había hecho antes de sus últimos votos:
- Deseo ardiente de adversidades o injurias y afrentas.
- Querer que no sepan mis servicios o méritos.
- Desear que no aprueben mi parecer.
- Callar, no disculparme ni declarar a nadie mi inocencia ni mis penas.
- No querer ni menos pretenderé que me amen, sino que me aborrezcan.
- Dejarlo todo, si lo ordena la obediencia sin cuidarme de que se seguirá deshonra.
- No mostrar sentimiento ni dolor.
- No buscar comodidad de criatura alguna.
- No decir nada bueno de mí, antes querer que se ignore lo que haga.
Olvidado de sí
A su hermana Gregoria, ya religiosa, le aconsejaba en una carta: "¡Qué vida más feliz es ésta cuando se vive en Jesús y para Jesús! No me cansaría de ponderar o las almas, máxime a las religiosas, de los bienes que pierden cuando piensan, quieren, recuerdan, hallan a buscan otra cosa que a Dios. Sé tú de éstas, hermana mía, que tienen su vivir en el cielo, en Jesús. Te olvidarás de ti...".
Así vivía el P. Arnaiz, tal como había pactado con el Corazón de Jesús, olvidado por completo de sí y dejando todo su cuidado en Él: la comida era siempre parca y desechaba cuanto se le presentara, una vez que consideraba que había tomado lo suficiente. El vestido, muy usado, el mismo en verano que en invierno. Una vez un penitente suyo, que era sastre, le propuso que le diese la sotana, que se la dejaría como nueva; el Padre, que adivinó la intención del buen hombre y que lo que pretendía era cambiársela por otra, le preguntó:
-"¿Y ese trabajo cuánta podría costar?"
-"Pues X pesetas".
-"Démelos paro mis pobres que, con la sotana tal como está, voy muy bien".
Para hacer sus viajes o determinar trabajos nunca se arrullaba, ya lloviese, ya hiciese calor o frío, parecía impasible, decía: "Yo no me entero". Un día María Isabel, una de sus colaboradoras, le protestaba: "Pero padre, puede uno callarse y no decir nunca si siente frío a calor pero, no notarlo, me perece imposible", y él replicó: "Pero ¡qué boba es!; claro que es posible, ¡y tan posible! Vaya usted a uno que se le está muriendo un ser querido, o que le viene la ruina o la deshonra, con que hace mucho frío o cosa así, y verá cómo la mira. Él no lo ha notado ni piensa en eso, esta embargado por otra idea, y esa le llena y le absorbe. Si se llenase usted de Dios y del deseo de que se salvasen las almas, y eso fuese su preocupación y anhelo, no sentiría esas cosas ni pensaría en esas tonterías".
Más de una ves llegaba de sus ministerios, calado hasta los huesos, aunque en otras ocasiones el Señor tuvo compasión de él y... de su cabalgadura, como le ocurrió en el Valle de Abdalajís (Málaga) donde iba a dar una misa: al bajarse en la estación se montó en un borriquillo para llegar al pueblo; por el camino cayó un aguacero fuertísimo, los que lo acompañaban llegaron chorreando y, sin embargo, ni él ni su jumento se mojaron lo más minino.
"Es negocio de Dios el nuestro"
"¡Al negocio, al negocio!" les decía a los que le acompañaban. "Es negocio de Dios el nuestro". El negocio de salvar las almas y ganar el cielo no lo dejaba vivir. "Es uno pena que, teniendo uno eternidad para descansar, queramos aquí descanso", repetía con sentimiento.
No perdía oportunidad. En una ocasión hubo de embarcar con el santo obispo de Málaga, D. Manuel González, para Melilla y llegó al puerto media hora antes de la partida; al ver que había de estar esperando, voló al hospital vecino; llegó el Sr. obispo y preguntó ansioso por el padre; la hora de salir se echaba encima y cuando faltaban unos momentos apareció corriendo:
- "¿Dónde ha ido?", le preguntó el prelado...
- "A aprovechar el tiempo, Sr. obispo".
San Manuel lo apreciaba en grado sumo y se valía de él muchas veces para preparar la visita pastoral, sobre todo en los sitios más alejados de la diócesis, o especialmente dificultosos por las condiciones sociopolíticas de aquellos tiempos.
Llevado de su amor al Señor nunca decía basta y todo le parecía poco: "¡Qué fácil es predicar cuando se ama a Cristo! ¿Qué diría ahora Jesús a estas almas?... Pues pidamos a Jesús que nos lo diga a nosotros, y repitámoslo, en su Nombre".
Dio muchas tandas de Ejercicios Espirituales a sacerdotes, religiosas y maestros, a dirigidos suyos de intensa vida espiritual y a sencillas muchachas de condición humilde. Este apostolado de las Ejercicios, se prolongaba después en una intensa correspondencia con los que se acogían a su dirección espiritual. Muchas veces no daba abasto para contestar y aprovechaba los desplazamientos en el tren.
Su apostolado se extendió por varias partes de España y sobre toda en Andalucía: Cádiz, Córdoba, Sevilla, Granada..., pero fue preferentemente en Málaga, donde tuvo su residencia habitual y desplegó un celo incansable.
El Corazón de Jesús y el Padre Arnaiz
La devoción al Corazón de Jesús era el centro de su vida espiritual. La fuerza expansiva del amor de Cristo era su motor. "El que vive vida de mucha unión con Dios participa de los afectos de su Corazón", decía... y lo vivía. Recordaban, quienes lo trataron, que hasta su manera de pronunciar el nombre de Jesús hacia bien al alma, y que no había más que observarlo cuando celebraba Misa: entonces parecía que se transformaba y veía a Jesús en la Eucaristía.
La penitencia y mortificación de su persona era proverbial, tenía verdaderas ansias de reparación, amaba con locura al Señor. Con un fervor que contagiaba, entronizó en cientos de casas al Corazón de Jesús, para que fuese el centro, y la vida misma, de cada familia.
Fue nombrado director del Apostolado de la Oración de Málaga y, además de aumentar el número de los socios, pues pasaron de varios centenares a miles, infundió en ellos un espíritu verdaderamente cristiano que cuajó en obras de amor a Dios y al prójimo.
En 1915 se decidió, con la colaboración de los miembros del Apostolado, a procesionar la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que hacia catorce años que no salía por miedo al ambiente anticristiano en que se vivía. Tuvo que vencer la oposición de los que les parecía una imprudencia salir a la calle. Pero, el padre, con esa seguridad en las cosas de Dios que sólo tienen los santos, siguió adelante con su propósito. Sacó la procesión con una concurrencia numerosísima y gran fruto espiritual, y se hicieron eco del acontecimiento todos los periódicos de Málaga. Nadie esperaba un éxito semejante y desde entonces no se ha dejado de celebrar este acto en honor al Divino Corazón.
Las Misiones Populares
La predicación de Misiones Populares fue uno de sus principales ministerios. Su íntimo amigo D. Antonio Membibre, que más tarde fue arzobispo de Valladolid, lo acompañó en una de ellas y relataba sus impresiones a la hermana del P. Arnaiz, ya religiosa:
"Tuve el consuelo de posar diez días con tu hermano que es un misionero santo, mortificado y penitente, pues no suele dormir en la cama, se tira en el suelo y en paz; a los cuatro se levanta, hace la hora de oración, me llamaba a los cinco e íbamos a la iglesia; él solía tocar, pues el sacristán nunca estaba a tiempo; confesábamos, a las seis Rosario de la aurora -Viva María... Pecador, no te acuestes nunca en pecado,... etc.-... Esta carta tenla como si fuera de tu hermano pues él no tiene tiempo, ni para un solo día, siempre misionando y no quiere más que trabajos y salvar almas; terminado el Rosario, yo me vestía en el altar y Tiburcio desde el púlpito explicando los misterios de lo Santa Misa, los momentos sagrados, etc. Terminaba a las siete y se iban los hombres a sus ocupaciones. A los diez doctrina para los niños y a la tarde a las tres... Restableció el Apostolado de la Oración; no conoces a tu hermano, está rejuvenecido, todo le gusta, todo le asienta, no tiene comodidades ni pereza ni necesidades, una gran voz, potente, incansable, predicando todo el día y toda la noche, vida de penitencias, sacrificios y humillaciones, en verdad atraen sobre él las gracias que por su ministerio Dios derrama a torrentes".
Como bien decía su amigo D. Antonio, el Señor, por su medio, derramaba gracias a torrentes y los tibios volvían al fervor de la vida cristiana, los justos se convertían en apóstoles y los alejados volvían al redil de Cristo, contándose casos de conversiones realmente extraordinarias. Sin embargo, llama la atención que no pusiese como fin de sus misiones arrancar confesiones o lograr un crecido número de comuniones, sino grabar en el alma de sus oyentes las verdades más elementales de nuestra fe: Dios, el alma, la otra vida. "Doctrina y doctrina", decía. "Persuadámosles que tienen alma, que les espera la eternidad, y ellos buscarán por su cuenta, la confesión y todo lo que sea menester".
Leyendo la lista de las ocupaciones simultáneas que tenía, parecía imposible que las pudiese llevar a cabo, dándose casos como el de Chiclana, pueblo de Cádiz en el que además de predicar una misión, en las dos parroquias a la vez, dio Ejercicios a religiosas, visitó la cárcel y tenía reuniones con diversas asociaciones piadosas.
En los pueblos por él misionados, reorganizaba o fundaba asociaciones para mantener la vida de piedad, como Congregaciones Marianas, las Conferencias de San Vicente de Paúl, el Apostolado de la Oración o la Adoración Nocturna, y si había algún convento, ya fuese de vida activa o contemplativa, siempre encontraba un "hueco" para atender a las religiosas. En Ronda (Málaga) incluso promovió la fundación de un Carmelo, obra que cuidó con especial esmero en todos sus detalles hasta la inauguración que, por especial disposición del Señor, resultó ser el mismo día de su entierro.
Detrás de la construcción o arreglo de varias iglesias, también estuvo la iniciativa del P. Arnaiz y su colaboración incansable: la Sierra de Gibralgalia, El Chirro, las Mellizas y Alfarnatejo, en Málaga; Barriada de La Colonia, de La línea de la Concepción, en Cádiz. En ésta última ciudad fundó, además, una escuela que mantuvo con sus catequistas, hasta que consiguió llevar a las Hijas de la Caridad para que la continuaran. Así mismo fueron promovidas e inspiradas por el P. Arnaiz otras escuelas, en Campamento (Cádiz) y junto a las iglesias antes mencionadas de Málaga.
Ministerios en la ciudad
Al terminar las misiones volvía el P. Arnaiz a su residencia de Málaga y, como si viniese de un viaje de recreo, a veces ni subía a la habitación, dejaba el maletín en la portería y "volaba" a visitar enfermos, así, literalmente, porque ocasión hubo en que quisieron seguirlo y no pudieron.
Acudía a las salas de los hospitales pero también a las casas particulares. En estos encuentros personales la caridad del Padre se desbordaba y su corazón compasivo socorría, o hacía socorrer a sus amigos, las necesidades que a su paso encontraba.
Una vez una buena señora que pedía limosna en las puertas de las iglesias, al llegar a casa sorprendió al Padre atendiendo a su madre que estaba enferma y repetía admirada: "Es un santo, es un santo. ¡Si le hubieran visto ustedes preparando una yema a mi madre y con lo gracia y agrado con que lo hacía!". A otra mujer, desesperada, con cáncer en la cara y mucha amargura en el alma, comenzó a visitarla con gran bondad y compasión, esta pobre señora fue recobrando la paz, hasta el punto de hacer una sincera confesión y recibir todos los Sacramentos. El Padre no podía ocultar su alegría y lleno de alborozo la abrazó y exclamaba; "¡Alégrese, hermana, que hoy hemos arrebatado a un alma del infierno!".
Su creatividad a la hora de paliar la ignorancia o el sufrimiento humano no conocía límites. En la calle Cañaveral, de la misma ciudad, impulsó la construcción de una casa de acogida para señoras con pocos recursos, con más de treinta viviendas unipersonales. Promovió la apertura de la Librería Católica de Málaga y atendió con sumo interés algunas escuelitas y talleres de gente humilde. También las cárceles eran objeto de sus desvelos; allí, a su paso, "tocaba" el Señor con su predicación y caridad muchos corazones destrozados, algunos de las cuales, al salir, buscaban al Padre para seguir sus consejos y su guía espiritual.
Su influencia benéfica se multiplicaba gracias a un plantel de incondicionales colaboradores, que tenía ocupados en los diversos apostolados que se le ocurrían, unos en la ciudad y otros incluso preparándole misiones en los pueblos.
En sus visitas por los barrios periféricos, se hizo idea cabal del espíritu hostil a la religión que en ellos reinaba (una vez le llegaron a tirar una rata), y fiel al Evangelio que predicaba y lleno de compasión por tanta ignorancia, que veía ser la causa de tal animadversión, se dispuso a remediarla.
Los famosos "corralones" eran casas de vecinos donde cada familia únicamente disponía, para su intimidad, de una habitación o dos, alrededor de un gran patio que todos compartían para guisar, lavar, tender la ropa y otros menesteres; en ellos, el Padre alquilaba, o pedía, una de estas estancias y mandaba a algunas de sus dirigidas para tener allí una escuela improvisada; enseñaban a leer y escribir a aquellas gentes, nociones de cultura general, y luego dividían a las mujeres, los hombres y los niños en secciones separadas para ir explicándoles lo más elemental de nuestra fe: que hay Dios y que nos ama hasta el extremo de dar la vida por nosotros, que tenemos alma, la vida eterna... El Padre se presentaba al cabo de un mes o dos y les predicaba a todos como una Misión, se los ganaba pronto y se hacía sentir la influencia de su santidad, por lo que casi todos se ponían en gracia. Después, solía dejar a alguna mujer piadosa al frente de esta singular escuelita llamada "miga", para que siguiese enseñando a los niños y sostuviese el fruto logrado. Durante su vida se trabajó asi en unos veinte corralones, y el cambio obrado en ellos redundó en beneficio de la vida social de Málaga.
En uno de estos barrios, alrededor de 1914, a una joven de condición humilde que vivía en la citada calle Cañaveral le sucedió que, después de tratar al P. Arnaiz, se arrepintió de su mala vida y se puso a trabajar honradamente. Un día su antiguo y mal amigo la solicitó de nuevo, pero ella perseveró en su buen propósito y, en vista de su negativa, aquel hombre la mató. Fue un caso trágico, pero hermoso a la vez, y su protagonista es digna de ser recordada por el heroísmo al que llegó, en la sinceridad de su conversión a Dios.
Las Doctrinas Rurales
El P. Arnaiz llevaba clavado en el alma el abandono de los campos, y en sus continuas misiones fue madurando un proyecto de evangelización nuevo y original en su forma. A Emilia Werner, una de sus primeras colaboradoras, le manifestó una vez comentando el trabajo que se hacía en los corralones: "Esta no es mi idea. Lo que yo pienso es que sean señoritas las que vayan, por el amor de Dios, a poner escuelas temporalmente en los pueblos y lagares"... "Cuando Dios quiere una cosa, todo se hace posible, manda las personas y los medios. Si Él quiere esto, se hará cuando Él lo tenga dispuesto".
Y sonó la hora en el reloj de Dios cuando visitó por primera vez la Sierra de Gibralgalia (Málaga), Sucedió que, mientras predicaba una misión en Pizarra, subió a Gibralmora, monte que domina todo el pueblo, a bendecir un monumento al Corazón de Jesús, y divisó desde la altura las casitas de la Sierra; al oír que vivían allí varios cientos de personas muy abandonadas en todos los sentidos, allá se encaminó. No tenían iglesia, ni carretera, sólo un mal camino de caballería para acceder. Pasó en la Sierra un día y una noche sin descanso, y la gente buena y sencilla se volcó, recibiendo la Primera Comunión casi todo el pueblo.
Al llegar a Málaga, con el corazón consolado por lo que habla vivido y destrozado a la vez pensando en tantos que no conocían a Jesús, simplemente, porque nadie se lo anunciaba, la Providencia divina hizo que se encontrara con María Isabel González del Valle, una señorita asturiana de treinta años de edad, a la que el Señor acababa de tocar el corazón en unos Ejercicios Espirituales. Ella se sentía llamaba a irse "por esos pueblos de Dios, con su casina a cuestas, dando a conocer o todos, el Padre que tenemos". Estaba decidida a marcharse a las islas Carolinas, pero el P. Arnaiz le propuso subir a aquella aldeíta "que está peor que el Japón", le decía, y María Isabel, al momento, aceptó el cambio de destino viendo en ello la Voluntad de Dios.
Tuvieron que esperar un año, hasta enero de 1922, por no encontrar a nadie que quisiese acompañarla, pues era alga inusitado en aquel tiempo y tan atrevido, que se levantó una polvareda de críticas al Padre por su celo "desmesurado" y "temerario", ya que las que fueran, habían de quedarse incluso sin el consuelo de la Misa diaria. Aquel "disparate" sólo lo entendieron algunos, como el P. Cañete, entonces Provincial de la Compañía de Jesús en Andalucía; él decía que aquello era "dejar a Dios por Dios", el consuelo de la Comunión por el bien de las almas. También lo entendió el santo obispo D. Manuel González y, al mes de estar las catequistas en la Sierra, les concedió permiso para tener con ellas el Santísimo Sacramento.
En una choza, arreglada con lo más preciado que tenían las que subieron, pusieron al Señor y, con el ritmo de clases, catecismos y vida espiritual que les marcó el P. Arnaiz, comenzó la historia de la Obra de las Doctrinas Rurales. En vida de su fundador se tuvieron treinta y cuatro "Doctrinas" (así llamaban a la estancia de las catequistas más o menos larga en los pueblos o cortijadas).
María Isabel ya se entregó de por vida a esta Obra y, tras la muerte del Padre, con grandes sufrimientos y contradicciones, la consolidó y así perdura hasta hoy.
Dones extraordinarios
El P. Arnaiz gozó de muchas de las gracias especiales con que el cielo adorna a sus elegidos.
En su vida se dieron casos de bilocación, como el que ocurrió en casa de una portera que tenía un hijo paralítico, a la que a veces ayudaba el Padre; vivían en la calle Lagunillas. Un día al volver la mujer a casa, vio que el niño estaba levantado y le preguntó, con sorpresa, qué había pasado. El niño contestó que el P. Arnaiz se había sentado con él en la cama y, cogiéndole las manos, le dijo: "Levántate que vamos a andar un poco por la habitación". La madre fue corriendo a la Residencia para comentarle al mismo Padre lo ocurrido y resultó que él estaba fuera de Málaga dando misiones.
Otras veces el Señor le revelaba el interior de las conciencias. Una de sus catequistas, Ángeles Macías, iba a visitar a una señora que tenía cáncer en un ojo, la recibía con despecho y estaba muy alejada de la Iglesia. Un día le dijo a la catequista que si iba a verla el P. Arnaiz, recibiría los Sacramentos, pero su intención no era confesar sino que había oído hablar de milagros ocurridos por su intercesión y pretendía que la curase. Cuando unos días después, Ángeles le preguntó al Padre si ya la había confesado, él murmuró: "La gente cree que la criatura puede algo". Al volver a visitar a la enferma ésta le preguntó por qué no había ido el Padre y la catequista, extrañada, le repitió la contestación que le había dado y que ella no había entendido; la pobre mujer se echó a llorar y entre otras cosas dijo: "Mi intención no la adivina sino un santo". El milagro no se hizo pero su alma se curó. El P. Arnaiz envió a otro sacerdote para que la confesara y desde entonces llevó su enfermedad con una resignación admirable.
Tuvo revelación de acontecimientos lejanos, como le sucedió en Guaro (Málaga) predicando una Misión, en la que indicó a sus oyentes que las verdades de que estaba hablando eran tan ciertas como el incendio que se estaba produciendo en la Aduana de Málaga; hecho terrible que, efectivamente, estaba ocurriendo en esos momentos, y que el Padre no lo pudo haber conocido por ningún cauce.
También anunció casas futuras, como precisar la fecha de su propia muerte en la visita que hizo a D. Pedro Calvo y a su esposa, amigos suyos. D. Pedro estaba muy enfermo y el Padre le dijo: "¡Con que lo de aquí, ya se acabó! No piense usted más que en ir al Cielo. Allá nos veremos pronto..., de aquí a un mes, más o menos. No, de aquí a un mes menos tres o cuatro días". Y así sucedió.
En Alfarnatejo (Málaga) una placa conmemora lo ocurrido durante la Misión. Era un año de tremenda sequía, por lo que una tarde se sacó en rogativa al Santo Cristo de Cabrillas, bajo cuyo patrocinio está el pueblo. Al entrar en la iglesia, el P. Arnaiz se postró ante la imagen y suplicó son fervor al Señor que, aunque los mayores no se lo merecieran por sus pecados, concediera la lluvia, a aquellos campos resecos, por la inocencia de los niños. La respuesta fue inmediata; aunque estaba el cielo despejado durante la procesión, comenzó a llover tan abundantemente que no se podía salir de la iglesia.
Y entre los hechos extraordinarios más frecuentes, se cuentan milagrosas curaciones concedidas por su intercesión, como ocurrió durante la Misión de Nerja. A dos kilómetros del pueblo había una mujer gravemente enferma con varios hijos. El Padre acudió a darle los últimos Sacramentos, era una noche lluviosa y lo acompañaban dos hombres. Al regresar, movido de compasión, a cada instante se postraba en tierra, apretando el crucifijo entre sus manos, y rezaba así: "Jesús mío, dale la salud, que le hace mucha falta a sus niños". Y aquella señora, que estaba agonizando y sin esperanza de vida, curó repentinamente.
Hay además varias florecillas, casos milagrosos y simpáticos, que Dios permite en la vida de sus fieles hijos. Es gracioso lo que sucedió en casa del párroco de San Roque, de Cádiz: ante la insistencia del Padre de tomar un solo huevo para cenar, mientras estuvo allí, cada día una de sus gallinas, sin falta, ponía un huevo de dos yemas. Y en un pueblo de la provincia de Huelva, en Cortes Concepción, un matrimonio sin hijos lo invitó a bendecir una escuelita para niñas pobres y, cuando terminó el acto, la señora le dio al P. Arnaiz una cajita de dulces para que los repartiese; pero al ver que además de los niños fue desfilando medio pueblo a tomar su dulcecito, estaba con el corazón encogido, pensando en el mal rato que iba a pasar el Padre cuando faltasen pasteles; cosa que no sucedió: hubo pasteles para todos.
Éstas y otras rosas extraordinarias y sobrenaturales, a pesar de la humildad y discreción del Padre, corrían de boca en boca y la fama de santidad se iba extendiendo cada vez más. Hasta los cocheros de Málaga, cuando lo veían pasar, comentaban: "¡Ahí va el cura santo!".
"Me entrego"
A principios de julio de 1926 estaba el P. Arnaiz en Algodonales, predicando una Misión, cuando se encontró extraordinariamente mal dispuesto. Después de auscultarlo, el médico diagnosticó bronquitis y pleuritis. Él murmuró expresivo: "Me entrego".
Fue trasladado a Málaga y obligado a guardar cama, pues tenía fiebre muy alta. Cuando se supo que el P. Arnaiz había llegado en esas condiciones, la ciudad se movilizó y acudió un numeroso gentío a la Residencia de los Jesuitas a informarse de su estado. Hubo que poner, en sitio visible, el parte médico de cada día, y el templo del Sagrado Corazón fue testigo de las continuas oraciones que espontáneamente se hacían por su salud.
El 10 de julio le administraron los últimos Sacramentos quedando desde entonces alegre y ansioso por irse al cielo; no podía hablar de otra cosa. "¡Qué hermosísimo es el Corazón de Jesús!..., ya le veré pronto..., ¡y me hartaré! ¡Qué bueno es! ¡Cuánto nos quiere!... Y la Virgen, ¡vaya si es amable y me quiere!".
Cada vez que respiraba, decía que le parecía que le daban con un puñal en los pulmones. Los médicos hacían cuanto podían para salvar aquel cuerpo consumido de trabajos, le aplicaban inyecciones y ventosas y, para "atraer los humores", le practicaron una llaga en la pierna derecha. Durante la entermedad, de sus labios no salió una queja; sus palabras a las que lo atendían eran siempre: "Nada merezco, Dios se lo pague". Al preguntarle un día si la llaga le dolía mucho, respondió: "lo que a mí me duele es haber ofendido a Dios". Al hermano enfermero le dijo: "No hay sujeto... Está todo destrozado... Me he dado prisa en vivir".
Lo último que pronunciaron sus labios con voz potente y clara fue el himno "Te Deum", alegre y devoto, alternándolo con el hermano que lo acompañaba. A las 10 de la noche del 18 de Julio de 1926, entregaba su alma a Dios.
Entierro y fama de santidad
El duelo por su pérdida fue general. Toda Málaga se sintió huérfana de tan gran bienhechor. Lo lloraron los humildes y también los de condición económica elevada. Se obtuvo licencia de Roma y del Ministerio de Gobernación para que pudiese ser enterrado en la iglesia del Corazón de Jesús donde, tantas veces, había confortado a innumerables almas en el confesionario, e instruido y enfervorizado desde el púlpito con su palabra llena de unción.
Su cadáver fue expuesto a la veneración pública durante tres días, formándose colas continuas para poder tocar su cuerpo con objetos de devoción. Y todavía, antes de ser inhumado en el crucero derecho del templo, fue llevado por las calles de la ciudad, por donde durante años, había dirigido él la procesión del Corazón de Jesús. Cerró el comercio y el cortejo fúnebre fue presidido por las autoridades religiosas, civiles y militares. No sólo de Málaga, sino de muchos otros sitios, objeto de sus desvelos misioneros y de su incansable apostolado, acudieron a darle el último adiós. Había muerto en olor de santidad.
El Sr. obispo, S. Manuel González, acudió a honrar a su fiel colaborador, y pronunció una oración fúnebre que hubo de interrumpir varias veces llevado de la emoción. Se quejaba con cariño al Señor y le decía, "¿Qué haces, Jesús mío...? ¿Cómo quieres que lleve la carga que has impuesto sobre mis débiles hombros, si me privas de los mejores operarios de esta viña?... ¡Hermanos en religión del P Arnaiz que estáis aquí presentes, sed Padres Arnaiz! ¡Religiosos y sacerdotes que me escucháis, sed Padres Arnaiz! ¡Fieles todos que trabajáis en obras de celo, sed otros Padres Arnaiz! Que el mundo no se ha de salvar con discursos, ni combinaciones políticas, sino con santos y sólo con santos".
El ejemplo vivo de los santos no pasa, sino que perdura de generación en generación. Por eso, recordando a su bienhechor y gran apóstol, en 2005, se levantó en Málaga un monumento por suscripción popular en el barrio del Perchel.
El 10 de octubre de 2016 el Papa Francisco firmó el decreto de Virtudes Heroicas, siendo así reconocido por la Iglesia como Venerable.
El P. Arnaiz desde el cielo continúa su labor apostólica y sigue haciendo el bien entre sus devotos, porque el amor es expansivo, y su amor es el de Dios. Son muchos los favores y hechos milagrosos que se atribuyen a su intercesión, y muchas las personas que, diariamente, visitan su sepultura confiándole sus sufrimientos y anhelos.
El santo obispo de Málaga que lo conocía bien, en la ya citada oración fúnebre, definió con gran acierto su personalidad, diciendo del P. Arnaiz que era "un persuadido, un enamorado, un loco de Jesús".
Datos biográficos:
- Nació en Valladolid, el 11 de agosto de 1865, de familia modesta.
- Se ordenó de sacerdote el 20 de abril de 1890. Estuvo tres años de párroco en Villanueva de Duero, en su diócesis de origen y nueve en Poyales del Hoyo, en la de Ávila.
- Obtuvo el grado de Doctor en Teología, en Toledo, el 19 de diciembre de 1896.
- A la muerte de su madre, entró en el noviciado de la Compañía de Jesús en Granada, el 30 de marzo de 1902, y dos años más tarde hizo sus primeros votos.
- Desde 1909 a 1911, fue destinado a Murcia.
- Entre 1911 y 1912, permaneció en Loyola para hacer la Tercera Probación, experiencia con la cual la Compañía culmina la formación de sus miembros.
- En 1912, fue destinado a Málaga, donde el 15 de agosto hizo sus últimos votos de religioso.
- El curso 1916-1917, lo pasó en Cádiz por petición expresa del señor Obispo de esa diócesis.
- Ese mismo año 1917, volvió a Málaga donde permaneció hasta su muerte.
- En enero de 1922, comenzó la Obra de las Doctrinas Rurales junto con su gran colaboradora Mala Isabel González del Valle Sarandeses.
- Enfermó en Algodonales (Cádiz]. El 18 de julio de 1926, murió en Málaga en olor de santidad.
- El 10 de octubre de 2016, el papa Francisco firmó el Decreto de Virtudes Heroicas.
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