"... A vuestro Corazón Inmaculado, en esta hora trágica de la historia humana, nos confiamos y nos consagramos no sólo en unión de la Santa Iglesia, Cuerpo Místico de vuestro Jesús, que sufre y sangra en tantas partes y es de tantos modos atribulada, sino también con todo el mundo desgarrado por feroces discordias, abrasado en un incendio de odio, víctima de la propia iniquidad.
Que os conmuevan tantas ruinas materiales y morales, tantos dolores, tantas angustias de padres y de madres, de esposos, de hermanos, de niños inocentes, tantas vidas tronchadas en flor, tantos cuerpos lacerados en horrenda carnicería; tantas almas atormentadas, tantas en peligro de perderse eternamente.
Vos, ¡oh Madre de misericordia!, alcanzadnos de Dios la paz, y, ante todas las cosas, aquellas gracias que puedan en un instante convertir los corazones humanos, aquellas gracias que preparen, concilien y aseguren la paz.
Reina de la paz, rogad por nosotros y dad al mundo en guerra la paz que anhelan los pueblos, la paz en la verdad, en la justicia, en la caridad de Cristo.
Dadle la paz de las armas y la paz de las almas para que en la tranquilidad del orden se dilate el Reino de Dios...".
(De la Consagración al Corazón Inmaculado de María, por Pío XII, el 31 de octubre de 1942).
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