Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

20.10.19

Santificación de la Hora de Guardia (presencial y a distancia)


La "hora de Guardia", u "hora de adoración", se resume en un culto de amor y reparación, que cada uno practica, según su devoción particular, o según el grado de intimidad que tiene con Nuestro Señor.

No solamente los hijos nobles y generosos tienen mil medios de consolar a su padre afligido, sino los pequeños de la familia pueden también hacerlo. ¡Qué impresión no harán en su corazón de padre angustiado, las caricias de sus más pequeñuelos! Lo mismo pueden en el Corazón de Jesús, con los consuelos que le ofrecen los benjamines de la familia católica.





ORATORIO CARMELITANO



Desde que el corazón comienza a latir, y sabe buscar a Jesús, se puede uno inscribirse en la Adoración Perpetua, y durante la hora de guardia, decir a nuestro dulce Salvador: "Oh Jesús mío, quisiera amaros y consolaros por todos los corazones que Os afligen y no Os aman".

Sin ser necesario imponer ningún método para santificar la hora de guardia, el siguiente podría ser bastante útil para glorificar al Señor:

Cuando dé la hora, si uno está solo, se recoge un instante, hace la señal de la Cruz, y va en espíritu, acompañado de su Ángel de guarda, al pie del Tabernáculo, si no es posible hacer la adoración en una iglesia. Se postra humildemente con el espíritu y el corazón delante del dulcísimo Jesús, y hace la ofrenda de la hora de Guardia. Todo esto puede practicarse en pocos segundos, y si se está en compañía de otra u otras personas, incluso puede hacerse sin que nadie lo note.

Habiendo comenzado así la hora de guardia, debe continuarla en una dulce y tranquila atención a la presencia de Nuestro Señor, sin violencia, sin mortificación, cumpliendo sus deberes habituales a la vista de este tierno Maestro, como lo haría en compañía de un padre respetuosamente amado. Así, podrá realizar desde cualquier sitio el acto de guardia, aunque físicamente no pueda encontrarse en el templo.

De tiempo en tiempo acuérdese que está en guardia en el Tabernáculo, dé una mirada al Corazón de Jesús, tan dulce, tan amante, tan abandonado en el Sagrario. Haga alguna que otra vez un acto de amor o una oración jaculatoria, al menos.

No se olvide de los pobres pecadores y de las necesidades de la santa Iglesia, ofrezca a esta intención mentalmente la Preciosísima Ofrenda de la sangre y agua salidas del Corazón de Jesucristo. Ofrezca finalmente a Nuestro Señor algún ligero sacrificio, aunque no sea más que una mirada curiosa reprimida, una palabra de susceptibilidad no dicha, o un movimiento de mal humor dominado.

Termine la hora de guardia con un Padre nuestro y un Ave María, por las intenciones del Papa, por los sacerdotes, por la conversión de los pecadores, y por las ánimas del Purgatorio.

Y después, finalmente, besando respetuosamente los pies de Nuestro divino Redentor y habiéndole pedido su bendición, retírese del Tabernáculo, suplicando a los santos ángeles continúen por él cerca de Jesús Inmolado en el Sagrario, dando por concluido su glorioso oficio de guardia.