Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

28.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (135)




CAPÍTULO 31.
Se muestran los daños que le sobrevienen al alma cuando pone el gozo de la voluntad en este género de bienes sobrenaturales.


1. Tres daños principales me parece que le pueden ocurrir al alma cuando pone el gozo en los bienes sobrenaturales, conviene a saber: engañar y ser engañada; detrimento en el alma acerca de la fe; vanagloria o alguna vanidad.

2. Cuanto a lo primero, es cosa muy fácil engañar a los demás y engañarse a sí mismo gozándose en esta manera de obras. Y la razón es porque para conocer estas obras, cuáles sean falsas y cuáles verdaderas, y cómo y a qué tiempo se han de ejercitar, es menester mucho aviso y mucha luz de Dios, y lo uno y lo otro impide mucho el gozo y la estimación de estas obras. Y esto por dos cosas: por una parte, porque el gozo embota y oscurece el juicio, y por otra, porque con el gozo de esas obras no sólo se es más propensa la persona a deleitarse en ellas, sino que es también aún más empujada a que realice esas obras sin tiempo (nota del corrector: es decir, fuera de lugar o en un momento no adecuado).
Y dado el caso de que estas virtudes y estas obras que se ejercitan sean realmente verdaderas, bastan estos dos defectos para engañarse muchas veces en ellas, o porque no las entiende como deben entenderse, o no aprovechándose de ellas y acabando por no usarlas cómo y cuando es más conveniente. Porque, aunque es verdad que cuando da Dios estos dones y gracias les da a las personas también luz de ellas y el movimiento de cómo y cuándo se han de ejercitar, todavía ellas, por la propiedad e imperfección que pueden tener acerca de estas obras, pueden errar mucho, no usando de esas obras, bienes y/o virtudes con la perfección que Dios quiere, y cómo y cuando Él quiere. Como ejemplo podemos poner lo que quería hacer Balam cuando, contra la voluntad de Dios, se determinó a ir a maldecir al pueblo de Israel por lo cual, enojándose Dios, le quería matar (Nm. 22, 22­23). Y Santiago y san Juan querían hacer bajar fuego del cielo sobre los samaritanos porque no daban posada a nuestro Salvador, a los cuales Él reprendió con firmeza por ello (Lc. 9, 54­55).

3. Con todo esto se ve claro cómo a esas personas les hacía determinar a hacer estas obras alguna pasión de imperfección, envuelta en gozo y estimación de ellas, cuando no convenía. Porque, cuando no hay semejante imperfección, solamente se mueven y determinan a obrar estas virtudes cuándo y como Dios les mueve a ello, y hasta entonces no conviene mostrarlas o ejercerlas. Precisamente por eso se quejaba Dios de ciertos profetas por Jeremías (23, 21), diciendo: "No enviaba yo a los profetas, y ellos corrían; no los hablaba yo, y ellos profetizaban". Y más adelante dice (23, 32): "Hacen errar a mi pueblo con sus mentiras y con sus lisonjas, y yo no los envié ni les mandé". Y allí también dice (23, 26) de ellos que ven las visiones de su corazón y cuentan lo que esas visiones dicen, lo cual no caerían en este error si ellos no tuvieran esta abominable propiedad de imperfección en estas obras.

4. Con estas declaraciones con la autoridad de la Sagrada Escritura se da a entender que el daño de este gozo no solamente llega a usar inicua y perversamente de estas gracias que da Dios, como Balam y los que aquí dice que hacían milagros con los que engañaban al pueblo, mas aún hasta llegar al punto de usarlas sin haberselas Dios dado, como el caso de los que profetizaban sus antojos y publicaban la visiones que ellos componían o las que el demonio les representaba. Porque, como el demonio los ve aficionados a estas cosas, les da en esto largo campo y muchas materias con las que enredarse, entrometiendose de muchas maneras, y con esto tienden ellos las velas y cobran desvergonzada osadía, alargándose y explayéndose en estas prodigiosas obras.

5. Y no para esto solamente, sino que a tanto hace llegar el gozo de estas obras y la codicia de ellas que hace que, si los tales tenían antes pacto oculto con el demonio (porque muchos de estos por este oculto pacto obran estas cosas), ya vengan a atreverse a hacer con el ser maligno pacto expreso y manifiesto, sujetándose, por concierto, por discípulos al demonio y a los allegados suyos. De aquí salen los hechiceros, los encantadores, los mágicos aríolos (adivinos por agüeros) y los brujos.
Y a tanto mal llega el gozo de estos sobre estas obras, que no sólo tienen la osadía de querer comprar los dones y gracias por dinero, como quería Simón Mago (Hch. 8, 18), para servir al demonio, sino que aún procuran hacerse con las cosas sagradas y hasta (lo que no se puede decir sin temblar) con las divinas, como ya se ha visto haber sido usurpado el sacratísimo y santísimo Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo para uso de sus maldades y abominaciones. ¡Alargue y muestre Dios aquí su gran misericordia!

6. Y cuán perniciosos son este tipo de personas para sí mismas y perjudiciales para la Cristiandad, cada uno podrá bien claramente entenderlo. Donde es de notar que todos aquellos magos y aríolos que había entre los hijos de Israel, a los cuales Saúl arrojó de la tierra (1 Sm. 28, 3) por querer imitar a los verdaderos profetas de Dios, habían dado en tantas abominaciones y engaños.

7. Debe, pues, el que tuviere la gracia y don sobrenatural, apartar la codicia y gozo del ejercicio de ese don, tratando de no abusar de su ejercicio porque Dios, que le da esos dones sobrenaturales para utilidad de su Iglesia o de sus miembros, le moverá también sobrenaturalmente cómo y cuándo lo deba ejercitar. Y dado pues que mandaba a sus fieles (Mt. 10, 19) que no tuviesen cuidado de lo que habían de hablar, ni cómo lo habían de hablar, porque era negocio sobrenatural de fe, también querrá que, pues el negocio de estas obras no es menos, se aguarde el hombre a que Dios sea el obrero, moviendo el corazón, pues en su virtud se ha de obrar toda virtud (Sal. 59, 15). Es por eso que los discípulos en los Hechos de los Apóstoles (4, 29­30), aunque les había infundido estas gracias y dones, hicieron oración a Dios, rogándole que fuese servido de extender su mano en hacer señales y obras y sanidades por ellos, para introducir en los corazones la fe de nuestro Señor Jesucristo (nota del corrector: y no por otras causas o razones).

8. El segundo daño que puede venir de este primero, es el detrimento acerca de la fe, el cual puede ser en dos maneras:
La primera, acerca de los otros porque, poniendose a hacer el milagro o virtud sin tiempo y necesidad, aparte de que es tentar a Dios (lo cual es ya un gran pecado) podrá ocurrir el no conseguir llevarlo a cabo y terminar por suceder lo contrario, es decir, hacer surgir en los corazones menos crédito y desprecio de la fe. Porque, aunque algunas veces logren realizar las prodigiosas acciones sobrenaturales por quererlo Dios por otras causas y motivos, como la hechicera de Saúl (1 Sm. 28, 12 ss.), si es verdad que era Samuel el que parecía allí, no dejan de errar ellos y ser culpados por usar de estas gracias cuando no conviene.
La segunda manera de daño en detrimento de la fe es acerca del mérito de la misma fe, porque haciendo esa persona mucho caso de estos milagros, se separa mucho del hábito sustancial de la fe, la cual es hábito oscuro y escondido y así, donde más señales y testimonios concurren, menos merecimiento hay en creer (nota del corrector: porque menos presencia tiene la fe). De donde San Gregorio dice que no tiene merecimiento cuando la razón humana experimenta esa fe.
Y así, estas maravillas nunca Dios las obra sino cuando simplemente son necesarias para creer. Por eso, porque sus discípulos no careciesen de mérito si tomaran experiencia de su resurrección, antes que se les mostrase hizo muchas cosas para que sin verle le creyesen. Tengamos en cuenta que a María Magdalena (Mt. 28, 1­8) primero le mostró vacío el sepulcro y después que se lo dijesen los ángeles -porque la fe es por el oído, como dice san Pablo (Rm. 10, 17)- y oyendolo, lo creyese primero que lo viese. Y aunque le vio fue como hombre común, para acabarla de instruir, en la creencia que le faltaba con el calor de su presencia (Jn. 20, 11­18). Y a los discípulos primero se lo envió a decir con las mujeres, después fueron a ver el sepulcro (Mt. 28, 7­8; Jn. 20, 1­10). Y a los que iban a Emaús primero les inflamó el corazón en fe para que le viesen, yendo Él de forma disimulada con ellos (Lc. 24, 15). Y, finalmente, después los reprehendió a todos (Mc. 16, 14) porque no habían creído a los que les habían dicho su resurrección; y tampoco olvidemos a Santo Tomás (Jn. 20, 29), el cual quiso tener una experiencia física y real en sus llagas, cuando le dijo que eran bienaventurados los que no viéndole le creían.

9. Y así, no es una de las condiciones de Dios el que se tengan que hacer milagros porque, como se dice, cuando los quiere realizar los puede hacer sin impedimento alguno y con todo poder. Y por eso reprendía el Señor a los fariseos, porque no daban crédito ni creían sino por señales, diciéndoles: "Si ustedes no ven señales y prodigios, no creen" (Jn. 4, 48). Pierden, pues, mucho acerca de la fe los que aman gozarse en estas obras sobrenaturales.

10. El tercer daño es que comúnmente por el gozo de estas obras las personas que las operan caen en vanagloria o en alguna forma de vanidad, porque aun el mismo gozo de estas maravillas o prodigios, cuando no es puramente, como hemos dicho, en Dios y para Dios, entonces es vanidad. Lo cual se ve en haber reprendido Nuestro Señor a los discípulos por haberse gozado de que se les sujetasen los demonios (Lc. 10, 20), y es que dicho gozo, si no fuera vano, no los hubiese reprendido.


27.1.23

El Apostolado Mundial de Fátima presenta "Nuestra Señora del Corazón Orante"

Difusiones Medias Unidas


El Apostolado Mundial de Fátima se complace en presentar una imagen única y nueva de la Santísima Virgen María, llamada "Nuestra Señora del Corazón Orante". Mientras se inician las preparaciones para celebrar la fiesta de los dos pastorcitos de Fátima, San Francisco y Santa Jacinta Marto, el 20 de febrero, por primera vez esta imagen única "Nuestra Señora del Corazón Orante" acaba de ponerse a disposición del público.

La imagen muestra a una mujer suplicante de rodillas con el corazón en la mano. Representa "Nuestra Señora del Corazón Orante", una nueva figura mariana concebida en Portugal. La idea de crear la "Señora del Corazón Orante", surgió al celebrar el centenario de la primera escultura de Nuestra Señora de Fátima, venerada en la Capilla de las Apariciones, y durante el centenario de la muerte de Santa Jacinta.

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (134)



CAPÍTULO 30.
Se empiezan a explicar el quinto género de bienes en los cuales se puede gozar la voluntad, los cuales son los bienes sobrenaturales, y se muestra los que son y cómo distinguirlos de los espirituales, así como la forma de encaminar el gozo de ellos hacia Dios.


1. Ahora conviene tratar del quinto género de bienes en que el alma puede gozarse, que son sobrenaturales. Por los cuales entendemos aquí todos los dones y gracias dados de Dios que exceden la facultad y virtud natural, que se llaman "gratis datas", como son los dones de sabiduría y ciencia que dio a Salomón, y las gracias que dice san Pablo (1 Cor. 12, 9­10), conviene a saber: fe, gracia de curación, operación de realizar milagros, profecía, conocimiento y discreción de espíritus, declaración de las palabras -predicación- y también el don de lenguas.

2. Los mencionados bienes, aunque es verdad que también son espirituales como los del mismo género que hemos de abordar más adelante, dado que todavía hay mucha diferencia entre ellos, he querido hacer esta distinción. Porque el ejercicio de estos tiene inmediato efecto sobre el provecho de los hombres, y para ese provecho y fin los da Dios, como dice san Pablo (1 Cor. 12, 7), que a ninguno se da espíritu sino para provecho de los demás, lo cual se debe entender de estas gracias. Sin embargo los espirituales, su ejercicio y trato es sólo del alma a Dios y de Dios al alma, en comunicación de entendimiento y voluntad, etc., como diremos después. Y así, hay diferencia en el objeto, pues que de los espirituales sólo es entre el Creador y el alma, mas de los sobrenaturales es la criatura. Y también difieren en la sustancia, y por consiguiente en la operación, y así también necesariamente en la doctrina.

3. Pero, hablando ahora de los dones y gracias sobrenaturales como aquí las entendemos digo que, para purgar el gozo vano en ellas, conviene aquí notar dos provechos que hay en este género de bienes que conviene saber: temporal y espiritual.
El temporal es la curación de las enfermedades, recibir vista los ciegos, resucitar los muertos, expulsar a los demonios, profetizar lo venidero para que miren los oyentes por sí, y los demás de semejante manera.
El espiritual provecho y eterno es ser Dios conocido y servido por estas obras, por el que las opera o por los que quienes (o quién) y delante de quien se obran (nota del corrector: es decir, el espectador -si lo hubiera- o los espectadores, los presentes, y el afectado o necesitado a quienes van dirigidos los beneficios).

4. Cuanto al primer provecho, que es temporal, las obras y milagros sobrenaturales poco o ningún gozo del alma merecen porque, excluido el segundo provecho, poco o nada le importan al hombre, pues de suyo no son medio para unir el alma con Dios, si no es la caridad. Y estas obras y gracias sobrenaturales incluso sin estar en gracia y caridad se pueden ejercutar, sea ahora dando Dios los dones y gracias verdaderamente, como hizo el inicuo profeta Balam (Nm. 22­24) y a Salomón, o también ahora obrándolas falsamente por vía del demonio, como Simón Mago (Hch. 8, 9­11), por otros secretos de la naturaleza. Las cuales obras y maravillas, si algunas habían de ser al que las obra de algún provecho, eran las verdaderas que son dadas de Dios (y no las otras).
Y por lo tanto este tipo de obras, sin el segundo provecho, ya enseña san Pablo (1 Cr. 13, 1­2) lo poco que valen, diciendo: "Si hablare con lenguas de hombres y de ángeles y no tuviere caridad, hecho soy como el metal o la campana que suena. Y si tuviere profecía y conociere todos los misterios y toda ciencia, y si tuviere toda la fe, tanto que traspase los montes, y no tuviere caridad, nada soy...", etc. De tal manera que Cristo dirá a muchos que habrán estimado sus obras de este modo, cuando por ellas le pidieren las gentes llegar a la gloria diciendo: "Señor, ¿no profetizamos en tu nombre e hicimos muchos milagros?", Él les dará la siguiente respuesta: "Apartaos de mí, obradores de maldad" (Mt. 7, 22­23).

5. Debe, pues, la persona gozarse no en si tiene las tales gracias y las ejercita, sino si obtiene de ellas el segundo fruto espiritual, a saber: sirviendo a Dios en ellas con verdadera caridad, que es donde se encuentra el fruto de la vida eterna. Que por eso reprendió Nuestro Salvador (Lc. 10, 20) a los discípulos, que se venían gozando porque lanzaban los demonios, diciéndoles: "En esto no os queráis gozar porque los demonios se os sujetan, sino porque vuestros nombres están escritos en el libro de la vida". Que en buena teología sería como decir: "Gozaos si están escritos vuestros nombres en el libro de la vida". Donde se entiende que no se debe el hombre gozar sino en ir en el sendero que conduce hacia la vida, que es hacer las obras en caridad. Tengamos en cuenta: ¿qué aprovecha y qué vale delante de Dios lo que no es amor de Dios? El cual amor no es perfecto si no es fuerte -contundente- y discreto -cuidadoso- en purgar el gozo de todas las cosas, poniendo su gozo sólo en hacer la voluntad de Dios. Y de esta manera se une la voluntad con Dios por estos bienes sobrenaturales.


26.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (133)



CAPÍTULO 29.
Se muestran los provechos que consigue el alma al apartar el gozo de los bienes morales.


1. Muy grandes son los provechos que se siguen al alma en no querer aplicar vanamente el gozo de la voluntad a este género de bienes morales.
Porque, cuanto a lo primero, se libra de caer en muchas tentaciones y engaños del demonio, los cuales están encubiertos en el gozo de las tales buenas obras, como lo podemos entender por aquello que se dice en Job (40, 16), es a saber: "Debajo de la sombra duerme, en lo secreto de la pluma y en los lugares húmedos". Lo cual dice por el demonio, porque en la humedad del gozo y en lo vano de la caña, esto es, de la obra vana, engaña al alma. Y engañarse por el demonio en este gozo escondidamente no es para sorprenderse porque, sin esperar a su sugestión, el mismo gozo vano lleva en sí el engaño, sobre todo cuando hay alguna jactancia de esas obras en el corazón, según lo dice bien Jeremías (49, 16): "Tu arrogancia te ha engañado". Porque ¿qué mayor engaño que la jactancia? Y de esto se libra el alma purgándose de este gozo.

2. El segundo provecho es que hace las obras más acorde a las mismas y más cabalmente. A lo cual, si hay pasión de gozo y gusto en ellas, no se da lugar porque, por medio de esta pasión del gozo, el actuar irascible y concupiscible andan tan sobrados que no dan lugar al paso de la razón, sino que ordinariamente anda variando en las obras y propósitos, dejando unas y tomando otras, comenzando y dejando sin acabar nada porque, como obra por el gusto, y este es variable, y en unas personas por su ser natural mucho más que en otras, acabándose este es acabado el obrar y el propósito, aunque sea una importante obra. En este tipo de personas el gozo de su obra es el alma y la fuerza de ellas, con lo cual apagado el gozo, muere y acaba la obra y no perseveran. Porque de estos son de quien dijo Cristo (Lc. 8, 12) que reciben la palabra con gozo y luego se la quita el demonio, porque no han perseverado. Y es porque no tenían más fuerza y raíces que el dicho gozo. Quitarles y apartarles, pues, la voluntad de este gozo y de su gusto es causa de perseverancia y de acertar. Y así, es grande este provecho, como también es grande el daño contrario. El sabio pone sus ojos en la sustancia y provecho de la obra, no en el sabor y placer que de ella pueda obtener y así no echa lances al aire, y saca de la obra gozo estable sin tributo del sinsabor.

3. El tercero es un divino provecho, y es que apagando el gozo vano en estas obras, se hace pobre de espíritu, que es una de las bienaventuranzas que dice el Hijo de Dios (Mt. 5, 3): "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el reino de los cielos".

4. El cuarto provecho es que el que negare este gozo será en el obrar manso, humilde y prudente, porque no obrará impetuosa y aceleradamente, empujado por la concupiscible e irascible búsqueda del gozo, ni obrará de forma presuntuosa, afectado por la estimación que tiene de su obra, mediante el gozo de ella, ni tampoco incautamente cegado por ese vano gozo.

5. El quinto provecho es que se hace agradable a Dios y a los hombres y se libra de la avaricia, y gula y acedia espiritual, y de la envidia espiritual, así como de otros mil vicios.


25.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (132)




CAPÍTULO 28.
Se muestran los siete daños en que se puede caer poniendo el gozo de la voluntad en los bienes morales.


1. Los daños principales en que puede una persona caer por el gozo vano de sus buenas obras y costumbres, hallo que son siete, y muy perniciosos, porque son espirituales, los cuales referiré aquí brevemente.

2. El primer daño es vanidad, soberbia, vanagloria y presunción; porque gozarse de sus obras no puede hacerse sin estimarlas (al menos de algún modo). Y de ahí nace la jactancia y todo lo demás, como se dice del fariseo en el Evangelio (Lc. 18, 12), que oraba y se congraciaba con Dios con jactancia de que ayunaba y hacía otras buenas obras.

3. El segundo daño comúnmente va entrelazado con este, y es que juzga a los demás por malos e imperfectos comparativamente, pareciendole que no hacen ni obran tan bien como él, estimándolos en menos en su corazón, y a veces por la palabra. Y este daño también lo tenía el fariseo (Lc. 18, 11), pues en sus oraciones decía: "Gracias te doy que no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros". De manera que en un solo acto caía en estos dos daños estimándose a sí y despreciando a los demás. También el día de hoy hacen muchos algo similar, diciendo: "No soy yo como fulano, ni obro esto ni aquello como este o el otro". Y aún son peores que el fariseo muchos de estos, ya que él no solamente despreció a los demás, sino tambien señaló parte, diciendo: "Ni soy como este publicano", mas ellos, no contentándose con eso (estimarse a sí) ni con lo otro (despreciar a los demás), llegan a enojarse y a envidiar cuando ven que otros son alabados o que hacen o valen más que ellos.

4. El tercer daño es que, como en las obras miran al gusto, comúnmente no las hacen sino cuando ven que de ellas han de obtener algún placer y alabanza y así, como dice Cristo (Mt. 23, 5), todo lo hacen "ut videantur ab hominibus" ("para ser vistos por los hombres"), y no obran sólo y únicamente por amor de Dios.

5. El cuarto daño es continuación de este último, y es que no hallarán galardón en Dios, puesto que ellos han querido hallarle en esta vida de gozo o consuelo, o de interés de honra o de otra manera, buscando eso en sus obras y no a Dios. Por lo cual dice el Salvador (Mt. 6, 2) que en aquello recibieron ya la paga (en el propio gusto y gozo). Y así, se quedaron sólo con el trabajo de la obra y confusos sin galardón.
Hay tanta miseria acerca de este daño en los hijos de los hombres, que tengo para mí que la gran mayoría de las obras que hacen públicas, o son viciosas, o no les valdrán nada, o son imperfectas delante de Dios, por no ir ellos desasidos de estos intereses y respetos humanos. Porque, ¿qué otra cosa se puede juzgar de algunas obras y memorias que algunos hacen e instituyen, cuando no las quieren hacer sin que vayan envueltas en honra y respetos humanos de la vanidad de la vida, o perpetuando en ellas su nombre, linaje o señorío, hasta poner de esto sus señales (nombres) y blasones en los templos, como si ellos se quisiesen poner allí en lugar de la imagen a venerar, donde todos hincan la rodilla, en las cuales obras de algunos se puede decir que se adoran a sí mismos más que a Dios? Lo cual es verdad si por aquello las hicieron, y si no obtienen eso no las hicieran.
Pero, dejados estos que son de los peores, ¿cuántos hay que de muchas maneras caen en muchos daños al realizar sus obras? De los cuales, unos quieren que se las alaben, otros que se las agradezcan, otros las cuentan y gustan que lo sepa fulano y fulano y aún sean publicadas por todo el mundo, y a veces quieren que pase la limosna o lo que hacen por terceros para se sepa más, otros quieren lo uno y lo otro (o todo a la vez), lo cual es el tañer de la trompeta, que dice el Salvador en el Evangelio (Mt. 6, 2) que hacen los vanos, que por eso no obtendrán de sus obras galardón de Dios.

6. Deben, pues, estas personas para huir de este daño, esconder la obra, que sólo Dios la vea, no queriendo que nadie haga caso. Y no sólo la han de esconder de los demás, más aún -y sobre todo- de sí mismas, esto es: que ni ellas se quieran complacer en lo que obran, ni estimar sus obras como si fuesen algo, ni sacar gusto de ellas, como espiritualmente se entiende aquello que dice Nuestro Señor (Mt. 6, 3): "No sepa tu siniestra lo que hace tu diestra", que es como decir: "no estimes con el ojo temporal y carnal la obra que haces espiritual". Y de esta manera se recoge la fuerza de la voluntad en Dios y lleva fruto delante de Él dicha obra, con lo cual no sólo no la perderá sino que será de gran mérito. Y a este propósito se entiende aquella sentencia de Job, cuando dice (31, 26-28): "Si yo besé mi mano con mi boca", que es iniquidad y pecado grande, "y se gozó en escondido mi corazón". Porque aquí por la "mano" entiende la obra y por la "boca" entiende la voluntad que se complace en ellas. Y porque es, como decimos, complacencia en sí mismo, dice: "Si se alegró en escondido mi corazón", lo cual es grande iniquidad y negación contra Dios, y es como si dijera que ni tuvo complacencia ni se alegró su corazón en escondido (nota del corrector: es decir, que no obtuvo finalmente ni lo uno ni lo otro, ni alegría ni gozo).

7. El quinto daño de estos tales es que no van avanzando en el camino de la perfección porque, estando ellos asidos al gusto y consuelo en el obrar, cuando en sus obras y ejercicios no hallan gusto y consuelo, que es ordinariamente lo que ocurre cuando Dios los quiere llevar adelante -dándoles el pan duro, que es el de los perfectos, y quitándolos la leche de los niños, probándoles las fuerzas, y purgándoles el apetito tierno para que puedan gustar el manjar de adultos-, ellos comúnmente desmayan y pierden la perseverancia porque no hallan el dicho sabor y agrado en sus obras. Acerca de lo cual se entiende espiritualmente aquello que dice el Sabio (Ecli. 10, 1), y es: "Las moscas que se mueren, pierden la suavidad del ungüento"; porque cuando se les ofrece a estos alguna mortificación, mueren a sus buenas obras, dejándolas de hacer, y pierden la perseverancia, en que está la suavidad del espíritu y consuelo interior (nota del corrector: arrojan, finalmente, todos sus esfuerzos a nada).

8. El sexto daño de este tipo de personas es que comúnmente se engañan teniendo por mejores las cosas y obras de las que ellos gustan que aquellas de las que no gustan, y alaban y estiman las unas y desestiman las otras. Como quiera que comúnmente aquellas obras en que de suyo la persona más se mortifica, mayormente cuando no está aprovechado en la perfección, sean más aceptas y preciosas delante de Dios (nota del corrector: es decir, las obras que más nos cuestan realizar), por causa de la negación que la persona en ellas lleva de sí misma -no queriéndolas hacer o negándose a llevarlas adelante-, que aquellas en que ella halla su consuelo, por lo que muy fácilmente se puede acabar uno buscando a sí mismo. Y a este propósito dice Miqueas (7, 3) de estos: "Malum manuum suarum dicunt bonum", esto es: "Lo que de sus obras es malo, dicen ellos que es bueno". Lo cual les ocurre por poner ellos el gusto en sus obras, y no en sólo dar gusto a Dios. Y cuánto reine este daño, así en los espirituales como en los hombres comunes, sería prolijo de contar, pues que apenas hallarán uno que puramente se mueva a obrar por Dios sin arrimo de algún interés de consuelo o gusto u otro respeto.

9. El séptimo daño es que, en cuanto la persona no apaga el gozo vano en las obras morales, está más incapaz para recibir consejo y enseñanza razonable acerca de las obras que debe hacer. Porque el hábito de flaqueza que tiene acerca del obrar con la propiedad del vano gozo le encadena, o para que no tenga el consejo ajeno por mejor (y así preferir sus propias decisiones, más placenteras), o para que, aunque ese consejo lo aprecie por tal, no lo quiera seguir, no teniendo en si ánimo para realizarlo.
Estos aflojan mucho en la caridad para con Dios y el prójimo, porque el amor propio que acerca de sus obras tienen les hace enfriar la caridad.