Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

10.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (26)



4. Por todo lo cual es para hacer llorar la ignorancia que tienen algunos, que se cargan de extraordinarias penitencias y de otros muchos ejercicios voluntarios, y piensan que les bastará uno y otro para venir a la unión de la Sabiduría divina, si con diligencia ellos no procuran negar sus apetitos. Los cuales, si tuviesen cuidado de poner la mitad de aquel trabajo en huir de sus inclinaciones, aprovecharían más en un mes que por todos los demás ejercicios en muchos años. Porque, así como es necesaria a la tierra la labor para que lleve fruto, y sin labor no da cosecha sino malas hierbas, así es necesaria la mortificación de los apetitos para que haya provecho en el alma, sin la cual me atrevería a decir que, para avanzar en perfección y conocimiento de Dios y de uno mismo, nunca le aprovecha más cuanto hiciere que aprovecha la simiente echada en la tierra no labrada. Y así, esas personas no quitan la tiniebla y rudeza del alma hasta que los apetitos se apaguen. Porque son como las cataratas o como las motas en el ojo, que impiden la vista hasta que se echan fuera.

5. Viendo David (Sal. 57, 10) estos casos, y cuán impedidas tienen las almas de la claridad de la verdad, y cuánto Dios se enoja con ellos, habla con ellos diciendo: "Antes que entendiesen vuestras espinas", esto es, vuestros apetitos, "así como a los vivientes, de esta manera los absorberá en su ira Dios". Porque a los apetitos vivientes en el alma, antes que ellos puedan entender a Dios, los absorberá Dios en esta vida o en la otra con castigo y corrección, que será por la purgación. Y dice que los absorberá en ira, porque lo que se padece en la mortificación de los apetitos es tan sólo castigo del estrago que en el alma han hecho.

6. ¡Oh si supiesen los hombres de cuánto bien de luz divina los priva esta ceguera que les causan sus aficiones y apetitos, y en cuántos males y daños les hacen ir cayendo cada día en tanto que no los mortifican! Porque no hay que fiarse en que tengan un buen entendimiento, ni de los dones que posean recibidos de Dios para pensar que, si hay afición o apetito, dejará por ello de cegar y oscurecer y hacer caer poco a poco en peor. Porque ¿quién dijera que un varón tan colmado en sabiduría y dones de Dios como era Salomón, había de llegar a sufrir tanta ceguera y torpeza de voluntad, que hiciese altares a tantos ídolos y los adorase él mismo, siendo ya viejo? (3 Re. 11, 4). Y sólo para esto bastó la afición que tenía a las mujeres y no tener el cuidado de negar los apetitos y deleites de su corazón. Porque él mismo dice de sí en el Eclesiastes (2, 10) que no negó a su corazón lo que le pidió. Y pudo tanto este arrojarse a sus apetitos que, aunque es verdad que al principio tenía recato pero, porque no los negó, poco a poco le fueron cegando y oscureciendo el entendimiento, de manera que terminaron por apagarle aquella gran luz de sabiduría que Dios le había dado, de manera que en su vejez abandonó a Dios.

7. Y si en esta persona pudieron afectarle de ese grado, que tenía tanto conocimiento de la distancia que hay entre el bien y el mal, ¿qué no podrán contra nuestra rudeza los apetitos no mortificados? Pues, como dijo Dios al profeta Jonás (4, 11) de los ninivitas, no sabemos lo que hay entre la siniestra y la diestra, porque a cada paso tomamos lo malo por bueno, y lo bueno por malo, y esto de nuestra cosecha lo tenemos. Así, ¿qué será si se añade apetito a nuestra natural tiniebla? Como dice Isaías (59, 10): "Hemos palpado la pared, como si fueramos ciegos, y anduvimos tanteando como si no tuviésemos ojos, y llegó a tanto nuestra ceguera que en el mediodía zozobramos como si fuésemos caminando entre las tinieblas". Habla el profeta con los que aman seguir estos sus apetitos, como si dijera: "porque esto padece el que está ciego del apetito que, puesto en medio de la verdad y de lo que le conviene, no la discierne ni la ve, como si estuviera entre tinieblas".


9.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (25)



CAPÍTULO 8.
Se explica de qué forma los apetitos oscurecen y ciegan al alma.


1. Lo tercero que hacen en el alma los apetitos es que la ciegan y oscurecen. Así como el humo oscurece el aire y no permite que luzca el claro sol; como el espejo empañado no puede reflejar fielmente en sí el rostro; o como en el agua enturbiada por el cieno no se refleja bien la cara del que en ella se mira, así el alma que de los apetitos está tomada, según el entendimiento es como si estuviera entenebrecida, y no da lugar para que ni el sol de la razón natural ni el de la Sabiduría de Dios sobrenatural la envuelvan e ilustren con su claridad. Y así dice David (Sal. 39,13), hablando a este propósito: "Mis maldades me prendieron, y no tuve el poder para ver".

2. Y en eso mismo que se oscurece según el entendimiento, se entorpece también según la voluntad, y según la memoria se vuelve rudo y desordenado quien así se encuentra, desviado de su orden recto. Porque, como estas potencias, según sus operaciones, dependen del entendimiento, estando éste impedido, es evidente que lo han de estar también ellas desordenadas y turbadas. Y así dice David (Sal. 6, 4): "Mi alma está muy turbada", que es tanto como decir: "desordenada en sus potencias". Porque, como decimos, ni el entendimiento tiene capacidad para recibir la ilustración de la sabiduría de Dios, como tampoco la tiene el aire tenebroso para recibir la del sol, ni la voluntad tiene habilidad para abrazar en sí a Dios en puro amor, como tampoco la tiene el espejo que está empañado para representar de manera clara en sí el rostro que tiene delante, y menos tiene habilidad la memoria que está ofuscada con las tinieblas del apetito para recibir con serenidad la imagen de Dios, como tampoco el agua turbia puede mostrar de forma clara el rostro del que se mira en ella.

3. Ciega y oscurece el apetito al alma, porque el apetito en cuanto es deseo, ciego es porque, de suyo, ningún entendimiento tiene en sí, porque la razón es siempre como el guía de un ciego. Y de aquí es que todas las veces que el alma se guía por su apetito, se ciega, pues es guiarse el que ve por el que no ve, lo cual es como si ambos estuvieran ciegos. Y lo que de ahí se sigue es lo que dice Nuestro Señor por san Mateo (15, 14): "Si el ciego guía al ciego, ambos caerán en el hoyo".
Poco le sirven los ojos a la mariposilla, pues que el apetito de la hermosura de la luz la lleva encandilada a la hoguera. Y así podemos decir que el que se ceba de apetito es como el pez encandilado, al cual aquella luz antes le sirve de tinieblas para que no vea los daños que los pescadores le preparan. Lo cual da muy bien a entender el mismo David (Sal. 57, 9), diciendo de los semejantes: "Les sobrevino el fuego que calienta con su calor y encandila con su luz". Y eso hace el apetito en el alma, que enciende la concupiscencia y encandila al entendimiento de manera que no pueda ver su luz. Porque la causa del encandilamiento es que, como pone otra luz diferente delante de la vista, se ciega la potencia visiva en aquella que está colocada en medio y no ve la otra; y como el apetito se le pone al alma tan cerca, puesto que está en la misma alma, tropieza en esta luz primero y se ceba en ella, y así no la deja ver la luz del claro entendimiento, ni la verá hasta que se quite de en medio el encandilamiento del apetito.


8.10.22

Empatía cristiana



Ya no hay un dolor humano que no sea mi dolor; ya ningunos ojos lloran, ya ningún alma se angustia sin que yo me angustie y llore; ya mi corazón es lámpara fiel de todas las vigilias, ¡oh, Cristo!

En vano busco en los hondos escondrijos de mi ser para encontrar algún odio: nadie puede herirme ya sino de piedad y de amor. Todos son yo, yo soy todos, ¡oh, Cristo!

¡Qué importan males o bienes! Para mí todos son bienes. El rosal no tiene espinas: para mí sólo da rosas. ¿Rosas de pasión? ¡Qué importa! Rosas de celeste esencia, purpúreas como la sangre que vertiste por nosotros, ¡oh, Cristo!

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (24)



CAPÍTULO 7.
Se explica de qué forma los apetitos atormentan al alma, y se prueba también por comparaciones y aclaraciones autorizadas.


1. La segunda manera de mal impositivo que causan al alma los apetitos es que la atormentan y afligen de la misma forma del que está atado por cuerdas, amarrado por alguna parte, de cuyo tormento hasta que se libre no descansa. Y de estos dice David (Sal. 118, 61): "Los cordeles de mis pecados, que son mis apetitos, en derredor me han apretado".
Y de la misma manera que se atormenta y aflige al que desnudo se acuesta sobre espinas y puntas, así se atormenta el alma y aflige cuando sobre sus apetitos se recuesta. Porque, a manera de espinas, hieren y lastiman, y laceran y dejan dolor. Y de ellos también dice David (Sal. 117, 12): "Me rodearon como abejas, punzándome con sus aguijones, y se encendieron contra mí como espinas de fuego"; porque en los apetitos, que son las espinas, crece el fuego de la angustia y del tormento.
Y así como aflige y atormenta el gañán al buey debajo del arado con codicia de la mies que espera, así la concupiscencia aflige al alma debajo del apetito por conseguir lo que quiere. Lo cual se echa bien de ver en aquel apetito que tenía Dalila de saber por qué tenía tanta fuerza Sansón, que dice la Sagrada Escritura (Jue. 16, 163) que la fatigaba y atormentaba tanto, que la hizo desfallecer casi hasta morir, diciendo: "Presionándolo ella cada día con sus palabras e importunándolo, el alma de Sansón fue reducida a mortal angustia".

2. El apetito tanto más tormento es para el alma cuanto es más intenso. De manera que tanto hay de tormento cuanto hay de apetito, y tanto más tormentos tiene cuantos más apetitos la poseen; porque se cumple en la tal alma, aun en esta vida, lo que se dice en el Apocalipsis (18, 7) de Babilonia por estas palabras: "Tanto cuanto se quiso ensalzar y cumplir sus apetitos, dádselo de tormento y angustia". Y de la manera que es atormentado y afligido el que cae en manos de sus enemigos, así es atormentada y afligida el alma que se deja llevar de sus apetitos. De lo cual hay figura en el libro de los Jueces (16, 21), donde se lee que aquel fuerte Sansón, que antes era robusto y libre, y juez de Israel, cayendo en poder de sus enemigos, le quitaron la fortaleza, y le sacaron los ojos, y le ataron a moler en una muela, donde le atormentaron y afligieron mucho. Y así acaece al alma donde estos enemigos de apetitos viven y vencen, porque lo primero que hacen es enflaquecer al alma y cegarla y, como más tarde diremos, luego la afligen y atormentan, atándola a la muela de la concupiscencia, y los lazos con que está asida son sus mismos apetitos.

3. Por lo cual, habiendo tenido Dios lástima a estos que con tanto trabajo y tan a costa suya vagan por satisfacer la sed y hambre de su apetito en las criaturas, les dice por Isaías (55, 1­2): "Todos los que tenéis sed de apetitos, venid a las aguas, y todos los que no tenéis plata de propia voluntad y apetitos, daos prisa; comprad de mí y comed; venid y comprad de mí vino y leche, que es paz y dulzura espiritual, sin plata de propia voluntad, y sin darme por ello interés o trueque alguno del trabajo, como dais por vuestros apetitos. ¿Por qué dais la plata de vuestra voluntad por lo que no es pan, esto es, del espíritu divino, y poneis el trabajo de vuestros apetitos en lo que no os puede hartar? Venid, oyendome a mí, y comereis el bien que deseáis, y os deleitaréis con grosura vuestra alma".

4. Este venir a la grosura es salirse de todos los gustos de las criatura, porque la criatura atormenta, y el espíritu de Dios recrea. Y así, nos llama él por san Mateo (11, 28­29), diciendo: "Todos los que andáis atormentados, afligidos y cargados con la carga de vuestros cuidados y apetitos, salid de ellos, viniendo a mí, y yo os recrearé, y hallareis para vuestras almas el descanso que os quitan vuestros apetitos". Y así, son pesada carga esos apetitos porque de ellos dice David (Sal. 37, 5): "Pesaban sobre mí como una carga insoportable".


7.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (23)



5. Ahora mencionemos el segundo efecto que hacen en ella, el cual es de muchas maneras, porque los apetitos cansan al alma, y la atormentan, y oscurecen, y la ensucian, y la enflaquecen. Iremos mencionando cada uno de esos cinco daños.

6. Cuanto al primero, es evidente que los apetitos cansan y fatigan al alma, porque son como unos hijuelos inquietos, caprichosos y de mal contento, que siempre están pidiendo a su madre uno y otro, y nunca se sacian. Y así como se cansa y fatiga el que cava por codiciar un tesoro, así se cansa y fatiga el alma por conseguir lo que sus apetitos le piden. Y, aunque finalmente lo consiga, siempre se cansa porque nunca se satisfacen; porque, después de todo, son cisternas rotas las que cava, que no pueden tener agua para satisfacer la sed (Jer. 2, 13). Y así, como dice Isaías (29, 8): "Está su apetito vacío". Y se cansa y fatiga el alma que tiene apetitos, porque es como el enfermo de intensas fiebres, que no se halla bien hasta que se le baje la temperatura, y cada rato le crece la sed. Porque, como se dice en el libro de Job (20, 22): "Cuando hubiere satisfecho su apetito, quedará más angustiado y agravado; creció en su alma el calor del apetito y así caerá sobre él todo dolor".
Se cansa y se fatiga el alma con sus apetitos, porque es herida y movida y turbada de ellos como el agua de los vientos, y de esa misma manera la alborotan, sin dejarla sosegarse en un lugar ni en una cosa. Y de tal alma dice Isaías (57, 20): "El corazón del malo es como el mar cuando hierve"; y es malo el que no vence los apetitos.
Se cansa y se fatiga el alma que desea cumplir sus apetitos, porque es como el que, teniendo hambre, abre la boca para hartarse de viento y, en lugar de hartarse, se seca más, porque ese no es su manjar. A este propósito dijo Jeremías (2, 24): "En el apetito de su voluntad atrajo hacia sí el viento de su afición". Y luego dice adelante (2, 25) para dar a entender la sequedad en que esta tal alma queda, advirtiendo: "Aparta tu pie"- esto es, tu pensamiento-, "de la desnudez, y tu garganta de la sed", es a saber, tu voluntad de intentar satisfacer al apetito porque solo consigue más sequía.
Y así como se cansa y fatiga el enamorado en el día de la esperanza cuando le salió su lance en vacío, así se cansa el alma y fatiga con todos sus apetitos y cumplimiento de ellos, pues todos le causan mayor vacío y hambre; porque, como comúnmente dicen, el apetito es como el fuego que, echándole leña, crece, y luego que la consume, por fuerza ha de desfallecer.

7. Y aún el apetito es de peor condición en esta parte; porque el fuego, una vez agotada la leña, decrece; mas el apetito no decrece en aquello que se aumentó cuando se llevó a cabo su obra -es decir, cuando se intentó satisfacer dicho apetito-, aunque se acabe la materia sino que, en lugar de decrecer, como el fuego cuando se le acaba la suya, él desfallece en fatiga y se incrementan sus deseos, porque queda aumentada el hambre y disminuido el manjar. Y de este habla Isaías (9, 20), diciendo: "Declinará hacia la mano derecha, y habrá hambre; y comerá hacia la siniestra, y no se hartará". Porque estos que no mortifican sus apetitos, justamente, cuando declinan, ven la hartura del dulce espíritu de los que están a la diestra de Dios, la cual a ellos no se les concede y, justamente, cuando corren hacia la siniestra, que es cumplir su apetito en alguna criatura, no se hartan, pues dejando lo que sólo puede satisfacer, se apacientan de lo que sólo les causa más hambre.
Queda evidente, pues, que los apetitos cansan y fatigan al alma y, a la par, nunca la safisfacen.