Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

8.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (24)



CAPÍTULO 7.
Se explica de qué forma los apetitos atormentan al alma, y se prueba también por comparaciones y aclaraciones autorizadas.


1. La segunda manera de mal impositivo que causan al alma los apetitos es que la atormentan y afligen de la misma forma del que está atado por cuerdas, amarrado por alguna parte, de cuyo tormento hasta que se libre no descansa. Y de estos dice David (Sal. 118, 61): "Los cordeles de mis pecados, que son mis apetitos, en derredor me han apretado".
Y de la misma manera que se atormenta y aflige al que desnudo se acuesta sobre espinas y puntas, así se atormenta el alma y aflige cuando sobre sus apetitos se recuesta. Porque, a manera de espinas, hieren y lastiman, y laceran y dejan dolor. Y de ellos también dice David (Sal. 117, 12): "Me rodearon como abejas, punzándome con sus aguijones, y se encendieron contra mí como espinas de fuego"; porque en los apetitos, que son las espinas, crece el fuego de la angustia y del tormento.
Y así como aflige y atormenta el gañán al buey debajo del arado con codicia de la mies que espera, así la concupiscencia aflige al alma debajo del apetito por conseguir lo que quiere. Lo cual se echa bien de ver en aquel apetito que tenía Dalila de saber por qué tenía tanta fuerza Sansón, que dice la Sagrada Escritura (Jue. 16, 163) que la fatigaba y atormentaba tanto, que la hizo desfallecer casi hasta morir, diciendo: "Presionándolo ella cada día con sus palabras e importunándolo, el alma de Sansón fue reducida a mortal angustia".

2. El apetito tanto más tormento es para el alma cuanto es más intenso. De manera que tanto hay de tormento cuanto hay de apetito, y tanto más tormentos tiene cuantos más apetitos la poseen; porque se cumple en la tal alma, aun en esta vida, lo que se dice en el Apocalipsis (18, 7) de Babilonia por estas palabras: "Tanto cuanto se quiso ensalzar y cumplir sus apetitos, dádselo de tormento y angustia". Y de la manera que es atormentado y afligido el que cae en manos de sus enemigos, así es atormentada y afligida el alma que se deja llevar de sus apetitos. De lo cual hay figura en el libro de los Jueces (16, 21), donde se lee que aquel fuerte Sansón, que antes era robusto y libre, y juez de Israel, cayendo en poder de sus enemigos, le quitaron la fortaleza, y le sacaron los ojos, y le ataron a moler en una muela, donde le atormentaron y afligieron mucho. Y así acaece al alma donde estos enemigos de apetitos viven y vencen, porque lo primero que hacen es enflaquecer al alma y cegarla y, como más tarde diremos, luego la afligen y atormentan, atándola a la muela de la concupiscencia, y los lazos con que está asida son sus mismos apetitos.

3. Por lo cual, habiendo tenido Dios lástima a estos que con tanto trabajo y tan a costa suya vagan por satisfacer la sed y hambre de su apetito en las criaturas, les dice por Isaías (55, 1­2): "Todos los que tenéis sed de apetitos, venid a las aguas, y todos los que no tenéis plata de propia voluntad y apetitos, daos prisa; comprad de mí y comed; venid y comprad de mí vino y leche, que es paz y dulzura espiritual, sin plata de propia voluntad, y sin darme por ello interés o trueque alguno del trabajo, como dais por vuestros apetitos. ¿Por qué dais la plata de vuestra voluntad por lo que no es pan, esto es, del espíritu divino, y poneis el trabajo de vuestros apetitos en lo que no os puede hartar? Venid, oyendome a mí, y comereis el bien que deseáis, y os deleitaréis con grosura vuestra alma".

4. Este venir a la grosura es salirse de todos los gustos de las criatura, porque la criatura atormenta, y el espíritu de Dios recrea. Y así, nos llama él por san Mateo (11, 28­29), diciendo: "Todos los que andáis atormentados, afligidos y cargados con la carga de vuestros cuidados y apetitos, salid de ellos, viniendo a mí, y yo os recrearé, y hallareis para vuestras almas el descanso que os quitan vuestros apetitos". Y así, son pesada carga esos apetitos porque de ellos dice David (Sal. 37, 5): "Pesaban sobre mí como una carga insoportable".







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