La Santísima Virgen fue la primera en recibir las divinas miradas, las celestiales sonrisas del Niño Dios. Ella lo tuvo sobre su corazón a su entrada en el mundo, ella lo alimentó en su virginal seno, ella le prodigó tiernísimos cuidados de que Él se dignó tener necesidad. Ella, en fin, oyó las primeras palabras balbuceadas en su regazo por el que era Verbo Eterno de Dios.
Oración:
¡Oh María! Considerando el júbilo de vuestra alma al recibir las primeras miradas, las primeras sonrisas de vuestro Divino Hijo, y cuánto debísteis trasportaros escuchando los infantiles acentos del que, siendo Palabra Eterna del Padre, quiso -haciéndose niño- aprender a hablar de Vos, balbuceando en vuestro regazo el dulce nombre de Madre, no podemos menos, Señora, que felicitaros por tan sublimes gozos. Al mismo tiempo os suplicamos que, por las caricias del Dios Niño, nos alcancéis la felicidad de una mirada misericordiosa de sus divinos ojos, a fin de celebrar con Santo regocijo este sagrado misterio.
Amén.